EL HOYO (AEB). De oficio, carrero. Celedonio Quilodrán pasó internado los últimos tres meses y finalmente murió ayer en una cama del hospital de Esquel.
Por los instantes finales de su vida se llevó en las retinas cada recodo del camino desde El Hoyo hasta Cushamen, en plena meseta patagónica, tantas veces transitado en viajes de meses.
Dueño apenas de una yunta de bueyes, siempre se las arregló para afrontar con sapiencia las largas jornadas entre una aguada y otra, tirando del catango cargado de zapallos en las chacras del valle. La práctica que heredó de su propia familia estuvo basada en el trueque de los excedentes de la producción de autoconsumo: verduras y frutas de las quintas cordilleranas por chivos, capones y, sobre todo, la sal en panes del desierto.
La huella larga llevaba Celedonio a trepar las cuestas interminables de Epuyén, para recién cruzar el río Chubut por el paso de Fitirruín y llegar a El Platero. De allí, hasta los parajes a recorrer, se sucedían los escenarios con innumerables episodios que supieron de vicisitudes, privaciones y hasta el miedo de ser asaltado por bandoleros. Ni hablar si el viaje se estiraba hasta Gastre o la laguna de Trequetrén, donde muchas veces tuvo que pasar semanas paleando sal en el agua para no volver con el carro vacío.
De joven, el hombre también fue tropero de los últimos arreos de vacunos que se vendían en Chile. Era habitual que una vez al año sumaran sus novillos para llevarlos por el paso de El Manso y venderlos a los acopiadores trasandinos. La carencia de caminos y de vínculos comerciales aceitados con los pueblos de la costa o el valle -además de la falta de presencia del Estado argentino-, obligaban a los ganaderos a negociar del otro lado de la cordillera. Celedonio se acordaba que al fin pudo conocer la moneda nacional cuando fue al servicio militar.
Parte de uno de los clanes más numerosos que poblaron desde El Bolsón hasta Cholila, con el nacimiento del siglo y sin mucho tiempo para ir a la escuela "porque había que salir a trabajar para ganarse el pan", este Quilodrán se fue convirtiendo en un personaje popular.
Corpulento, con sus bombachas gastadas y las alpargatas bigotudas, su risotada resonaba entre los paisanos mientras se echaba atrás el ala de su sombrero roto.Lo van a extrañar en cada rincón cordillerano donde haya que dar una mano solidaria. Celedonio Quilodrán entró a la historia como el último boyero de una etapa de pioneros que se tragó la ruta del progreso.