Por qué la condena a los ejecutores de genocidios prosperó tanto y la de sus ideólogos tan poco?
Dos siglos de guerra civil en América Latina están plagados de limpiezas étnicas e ideológicas fogoneadas intelectualmente por verdaderos "maestros" a los cuales la Justicia nunca tocó y el Tribunal de la Historia (el oficial, claro) tampoco. Tampoco los asesinatos políticos individuales han sido decididamente esclarecidos y ejemplarmente castigados, pues cuando no se fusiló al esbirro se culpó al cuchillo o al trabuco, mientras el ideólogo se esfumaba.
Sin llegar a semejantes extremos, tampoco se ha juzgado a los intelectuales que promovieron e indujeron políticas nefastas, en tanto gobierno civil o militar, en contra de los derechos de la nación y del pueblo.
En el siglo XX hemos visto sus increíbles piruetas y su pertinaz insistencia en mantenerse en foco: tanto los rebolú (sic) como los reaccionarios. Pero son los primeros, los "progres", el centro de esta nota: esos que se ven a sí mismos con aureola fulgurante y que desde 1955 vienen camiseteando de izquierda a derecha y viceversa, como convenga a sus intereses corporativos.
Los intelectuales son siempre ideólogos, conscientes o no, originales o repetidores. Ellos crean las éticas y las estéticas de respaldo para las más grandes infamias, sean de derecha o de izquierda. Y jamás son enjuiciados. A lo sumo se "borran" temporalmente pero siempre se reciclan, y mientras dibujan filigranas en la historia inflaman sus bajezas morales y las transforman en servicios a la patria.
Los intelectuales del poder actual, tensionados entre los supuestos merecimientos de su autoimagen y sus complejos de culpa, juegan a la moderación y la humildad para que nadie recuerde sus trayectorias, mientras van de acá para allá como pichichos buscando un hueso, terciando para mostrar un trozo de cara en la televisión, los diarios o las revistas. Si saben esperar, por ahí se les hace el campo orégano...
Y se les hizo nomás desde el 2003. En el poema Taberna, de Roque Dalton, hay lugar para ellos también: "No quiero hacer el Ángel-Guardián-de-sobacos-sabios, pero pasa que tienes el complejo más antiguo: el del Glorioso Trabajador de la Gran Pirámide. Has puesto tu granito de arena y quieres que te regalen la cerveza el resto de tu vida, exigiendo además una debida ceremonia".
Lo que digo es evidencia; ante ella vale el adagio "notoria non sunt servanda", de modo que relevar los matices particulares de sus vidas intelectuales, de sus fracasos, sus limitaciones, sus errores, sus diferencias, sus agachadas, etc., etc., y los roles jugados en cada particular situación histórica por cada uno es una tarea para intelectuales de izquierda, precisamente, dispuestos a leer cientos de libros totalmente discrepantes entre sí.
Me aparto de semejante convite para situarme en las expectativas de millones de personas sencillas que precisamente no son "intelectuales", en este sinsentido local del término, ni les interesan los asuntos referidos a "las izquierdas" ni a "los intelectuales", sino simplemente los resultados negativos de su accionar.
Desde este enfoque se pueden relevar múltiples elementos útiles para una caracterización práctica que precisamente procuro no se parezca en nada al estilo adocenado de la izquierda ni bajo controles de rigor científico ni epistémico por más que se les ocurra acusarme de empirista retrógrado, o algo por el estilo. Nada de eso me importa.
¿Puede alguien, que no se considera de izquierda ni de derecha y que no le importa la opinión de éstas, preocuparse por inventariar las mil y una posiciones políticas e ideológicas registradas o dadas a conocer por distintos medios para luego clasificarlas, interpretarlas, criticarlas y eventualmente valorarlas, tomando posiciones respecto de cada una?
Nada más ocioso ni nada más propio de un intelectual de izquierda.
Por eso rechazo relevar las infinitesimales particularidades de las izquierdas, caracterizándolas por medio de una saludable generalización a partir de abrumadora evidencia de ser absolutamente fungibles. Obviamente, me refiero a las de los pertinaces practicantes del marxismo, el opio de los intelectuales.
En definitiva, cada intelectual pone y quita lo que quiere poner y quitar, y mira y ve cómo se lo ha propuesto, pues cada uno mide la distancia al sol con su propia unidad de medida: si cada uno interpreta y aplica las categorías analíticas a su gusto, los múltiples resultados no serán homologables.
Por cierto, entre tantos análisis hipercríticos, alguno podrá ser más acertado que otro. Pero... ¿acaso servirá para que, a base de él, alguien ponga una bisagra en la historia argentina?
Cada vez más, cuando "aparecen" en los MM, ahora amontonaditos bajo una razón social elegante, la gente no los escucha -ni a ellos ni a los otros-, los ve pero no los mira y a sus dictámenes no los lee. Si por allí se enteró de que Fulano es un reincidente en el pecado de ubicuidad (en un intelectual comprometido eso es un pecado) le da lo mismo.
Sin embargo, causa asombro a propios y extraños imparciales lo que parece ir constituyéndose como una nueva especialidad sociológica. Tanto es así que sus equivalentes de otras tierras, aun con sus propios padecimientos crónicos y agudos, se cuidan muy bien -según me han contado- de no parecer izquierdistas argentinos y como les va bastante bien podría sospecharse que ello es fruto de tales recaudos.
Por lo tanto, puesto que han defraudado la confianza de millones de argentinos, en lo que han estado parejos con los de la derecha al llevarnos por rumbos extraviados, propongo que de ahora en más los ignoremos, pero esta vez que sea en serio; nada hay de malo en eso: ¡no pido su exoneración de los puestos del Estado ni privarlos de la jubilación! ¡Asumámoslo: estamos condenados a mantenerlos, pero por lo menos desde ahora no les rindamos más pleitesía, no seamos cholulos!
Más grave sería que les iniciáramos juicios por mala praxis profesional y responsabilidad ideológica a tanto economista, filósofo, sociólogo y politólogo por las graves consecuencias sociales de su desempeño. Y que las costas del juicio y las reparaciones consiguientes quedaran a cargo, conjuntamente, de ellos como ideólogos y de sus amigos políticos como ejecutores. Y que si sus patrimonios no alcanzaran para ello, que la obligación cayera sobre sus herederos directos como el único sambenito traslaticio de la ignominia de padres a hijos admitido en la república.
Tal vez así se cuidarían de portarse mal en el futuro, sean de izquierda o de derecha.
CARLOS SCHULMAISTER (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Profesor de Historia