La anécdota es simple y el cine la ha utilizado en un sinfín de oportunidades. Hombre hastiado de su mujer decide encontrar la forma de sacársela de encima. Casi como si fuera un capítulo de la serie "Los simuladores" de Damián Szifrón, aparece un tercer personaje dispuesto a hacerse cargo de la "tarea": enamorar a la esposa y liberar al marido. Tan sencillo como irreal, el relato ha dado diferentes frutos en la historia del séptimo arte, algunas veces para aplaudir, otras para olvidar. Sin embargo, hay un componente decididamente atractivo en ese planteo, uno de esos guiones que los intelectuales destrozan en cada crítica pero que, con una narración bien construida que no subestime al espectador, sumada al elenco ideal, suele ser un imán para el público. Al fin y al cabo, el cine también es entretenimiento y no siempre uno elige "reflexionar" al momento de entrar a la sala. Eso es lo que, con sus altibajos, logra "Un novio para mi mujer".
Sin sorpresas ni planteos novedosos y con algunos clises, pero contada con el oficio de un director experimentado en el área de la comedia romántica, Juan Taratuto -responsable de "No sos vos, soy yo" (2004) y "¿Quién dijo que es fácil?" (2007)-, la cinta cumple más que dignamente con su objetivo de entretener. Las diferentes polémicas que deambulan por los medios y la web sobre "cine de autor" vs. "cine popular" en Argentina, quedan para aquellos que bucean en dicotomías no tan claras ni tan fáciles de definir, como la mayoría de sus argumentos.
La película que se ha convertido en el "salvavidas" del cine argentino en el magro 2008 para la producción nacional, es tan sencilla como su conflicto principal. El protagonista tiene un negocio de electricidad y está casado con una mujer que no pasa por su mejor momento. El guión, en una decisión inteligente del responsable Pablo Solarz, no especifica ni recurre a flashbacks para explicar porque la esposa llega a esta situación. Ella simplemente es así, se queja todo el día y no hace nada, no trabaja ni estudia y no tiene amigos ni una relación clara con el exterior de su departamento. El hombre decide liberarse de ese matrimonio y contrata a un señor con mucha experiencia en el área, para que la enamore. Así se forma el trío principal, todos con sobrenombre, el "Tenso" (Adrián Suar), la "Tana" (Valeria Bertuccelli) y el "Cuervo" (Gabriel Goity), como para dar aún más cuenta de que nada va demasiado en serio.
Las diferentes situaciones que estos seres vivirán y el anticipado final feliz que el espectador conoce de antemano, están resueltos con buen ritmo, sin búsquedas artísticas innecesarias para la anécdota y con una agradable dosis de humor que tamiza la realización. El clima de la cinta recuerda, igualmente, a la mayoría de los programas televisivos de Suar y su productora, Pol-ka, con los personajes anclados al barrio y con problemas más mundanos, a pesar de lo irreal de la resolución. Si bien se percibe que es un producto de la factoría del actor, esta cualidad también es reconocible en los anteriores filmes de Taratuto.
Pero, todas estas decisiones, seguramente hubieran naufragado sin la elección de un buen elenco. Suar y Goity no desentonan, el primero dentro de la misma caracterización popular que siempre lo acompañó y el segundo con su profesionalidad habitual que lo ayuda a rescatar un personaje muy esquemático. Sin embargo, como ocurre en muchas oportunidades, cuando un actor se "devora" la película, acá es Bertuccelli la que se transforma en un imán imposible de obviar para el espectador. La actriz interpreta a la "Tana" con cualidades que superan la "queja" que la caracteriza y que la definen desde su postura física y su mirada, sin exageraciones. Algunas escenas, como el monólogo inicial en su departamento en el que relata su encuentro con una vecina o el cumpleaños del gestor, son momentos exquisitos. El público termina identificándose con la mujer y hasta compartiendo sus críticas (en más de un caso atinadas) sin escapar a la realidad de ese espejo que define la cualidad argentina de la "queja" casi como una forma más de nuestra idiosincrasia.
Quizás una cinta romántica narrada con precisión y humor no sea suficiente para aquellos que exigen de la producción vernácula una calidad vanguardista constante, más allá de la pobre recepción en la taquilla. Pero el apoyo de mucho dinero de la producción y la presencia de estrellas reconocibles no emparentan a "Un novio para mi mujer" con otros largometrajes locales que en el afán de ser populares, son cinematográficamente pobres, poseen malos guiones y subestiman al espectador.
El filme de Taratuto no sorprende pero dignifica un género y la claridad de que puedan coexistir en nuestro país, una producción popular y otra más experimental, ambas con la calidad suficiente para representarnos. Difícil pero no imposible.
ALEJANDRO LOAIZA
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