Martes 02 de Septiembre de 2008 > Carta de Lectores
Política y droga

Siempre ha sido oscura la relación entre la política y el dinero, sobre todo en países en los que la corrupción es endémica, pero últimamente los problemas resultantes se han agravado mucho debido a la irrupción de bandas de narcotraficantes que en algunos casos disponen de auténticas fortunas que les permiten comprar hasta jefes de gobierno, además, desde luego, de legisladores, intendentes, jueces y policías. El gobernador bonaerense Daniel Scioli es claramente consciente del peligro planteado por dicha realidad pero, cuando dice: "No dejaré que la provincia se cartelice", da a entender que el proceso al que alude ya está en marcha y que revertirlo exigiría un esfuerzo realmente excepcional por parte de las fuerzas de seguridad y la Justicia. Scioli dista de ser el único que piensa así. El triple asesinato de General Rodríguez en que murieron fusilados empresarios vinculados con un cartel mexicano y el suicidio sospechoso, pocos días después, de otro alarmaron a la ciudadanía que ya temía que el país estuviera en vías de convertirse en un campo de batalla entre pandillas de criminales despiadados. México nos brinda un ejemplo de lo que podría suceder. Según las estadísticas más recientes, en lo que va del año han muerto casi 3.000 personas a manos del crimen organizado y pocos días transcurren sin que se descubran decenas de cadáveres baleados o, a veces, decapitados. Se trata de un destino que nadie quisiera para la Argentina, pero a menos que los comprometidos con la legalidad logren poner fin a las actividades de los narcotraficantes que ya están en el país no habrá forma de mantenerlo a raya.

Los lazos entre los empresarios farmacéuticos asesinados y los mexicanos y sus congéneres locales ya serían motivo suficiente de preocupación aun no habiendo evidencia alguna de que los primeros tuvieran conexiones con políticos, pero sucede que sí las tenían. Para colmo, no era cuestión de la complicidad de algún personaje político menor sino de aportes financieros jugosos a la campaña presidencial de la actual mandataria. Pues bien, ¿por qué contribuyeron dos de los empresarios que luego serían asesinados con 360.000 pesos a las arcas de Cristina Fernández de Kirchner? ¿Qué esperaban recibir a cambio de tanta generosidad? Puede que en ocasiones un empresario dé mucho dinero a un político porque cree sinceramente en las bondades de su proyecto, pero no es concebible que individuos que contaban entre sus clientes a narcotraficantes -y que experimentaban dificultades económicas- hayan hecho gala de tanto idealismo altruista.

A menos que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner consiga contestar los muchos interrogantes planteados por su relación con empresarios como Sebastián Forza y Ariel Vilán, que aportaron fuertes sumas a su campaña electoral, de tal modo que quede claro que no tuvo motivos para sospechar que se trataba de dinero procedente del narcotráfico, en el caso de que la Argentina "se cartelice" será acusado de haber permitido el desembarco de los capos y sus sicarios por razones inconfesables. Asimismo, tendrá que explicar por qué una proporción nada desdeñable del dinero recaudado por los kirchneristas provino de empresas de salud y de droguerías. Puesto que el gobierno aún no ha logrado aclarar debidamente el episodio protagonizado por el venezolano-estadounidense Antonini Wilson, que llegó a Aeroparque con una valija que contenía casi 800.000 dólares "para la campaña", es probable que no se sienta obligado a dar explicaciones que sean lo bastante convincentes como para desvincularse de las sospechas ocasionadas por los aportes de gente presuntamente relacionada con el narcotráfico. Después de todo, sobrevivió al escándalo que fue desatado por Antonini. Sin embargo, mucho ha cambiado desde que al comienzo mismo de su gestión Cristina pudo atribuir el caso de la valija atiborrada de dólares a una conspiración imperialista. En aquel entonces el gobierno aún disponía de un capital político envidiable, pero en la actualidad es mucho más débil ya que la popularidad de la presidenta y su marido está por los suelos de suerte que, aun cuando se les ocurriera intentar politizar el asunto tratándolo como un invento de sus enemigos, muy pocos fingirían tomar sus palabras en serio.

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