| Antes de llegar al lago Epuyén hay un camino que se abre a la izquierda y llega hasta el arroyo: Ésa es la rinconada mapuche. Hay un sendero que atraviesa el bosque intrincado y tupido con renovales de radales y cipreses. Un poco más allá, y antes de las motosierras, las hachas lugareñas fueron abriendo paso a la huella que permite llegar hasta las poblaciones. Éste es el territorio de los Carinao, Huaiquil, Ñancucheo, Melipil, Ponolef, Cañupi, Llanquitrú, Millañanco... todos asentados luego de la Campaña del Desierto. Allí, los mitos, las tradiciones, las costumbres y leyendas han sido transferidos por generaciones en torno del fogón, espacio vital de todo hogar aborigen y sostén de la unidad familiar. Sin embargo, los enterratorios y pinturas encontrados en las cuevas de los cerros cercanos pueden mostrar una cultura que se remonta por varios miles de años, con aleros relacionados a los tehuelches y los poyas, aquellos habitantes milenarios del Nahuel Huapi que extendían sus dominios hacia el sur. El propio adelantado español Juan Fernández, en 1621, da testimonio del paraje al asomarse al balcón del valle y darse cuenta -por fin- de que allí no estaba la ciudad encantada que buscaba, tras cruzar el estrecho del Reloncaví en las dalcas de los chonos y recorrer a pie toda la cuenca del río Puelo. Al igual que otros pueblos de la zona, Epuyén recibió a sus colonos a fines del siglo XIX, procedentes de Chile, y en la búsqueda de tierras aptas para el pastoreo. El tiempo de la extracción llegó también con el hombre blanco, cuando una compañía inglesa, cerca del 1900, se llevó los mejores cipreses de la cuenca forestal. No obstante, las corrientes migratorias chilenas y europeas que se quedaron a fundar las chacras, fueron adoptando criterios de respeto e interrelación con los que ya estaban y forjaron una identidad que perdura hasta el presente. Más tarde, maestros y funcionarios, paisanos, hippies y artesanos, se las arreglaron en una convivencia que supo de la defensa popular armada para que no inunden las mejores tierras; de veranos de lucha contra incendios forestales que acabaron con buena parte de la masa boscosa y de inviernos nevadores con rutas cortadas, con hacienda que se moría y con la desesperación que ganaba los corazones. Pero esa historia es más reciente. | |