Los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 han terminado, con un enorme y espectacular despliegue de parte de los organizadores: China es la potencia emergente más notable de este comienzo del siglo XXI y quiso demostrarlo. Por eso encargó la escenografía de los actos de iniciación y clausura al mundialmente famoso director de cine Zhang Yimou, quien puso a cerca de 15.000 personas en una escena realmente espectacular, incluyendo la falta de todo intento de disimular el arnés que sostenía al atleta encargado de encender la Antorcha Olímpica.

Todos saben que los Juegos Olímpicos nacieron en Grecia alrededor del siglo VIII a. C, como manera elegante de interrumpir de vez en cuando las continuas guerras que enfrentaban entre sí las ciudades-Estado griegas para competir en actividades menos mortales: era la "Tregua Olímpica". Los atletas -sólo hombres, que actuaban desnudos- se preparaban muy bien para lucirse e incluso dieron tema para obras de arte inmortales hasta hoy, como "El discóbolo". Las Olimpíadas se realizaban en la ciudad de Olimpia, en el oeste del Peloponeso hasta el año 393 d. C. cuando fueron condenados y prohibidos como paganos por un imperio ya cristianizado. Desde su punto de vista, tenían razón, ya que las Olimpíadas eran un resto de la religión griega politeísta clásica y, sobre todo, un gran homenaje a la belleza del cuerpo humano y sus capacidades.

En 1859, un noble francés comenzó a movilizarse para resucitar los Juegos y se realizaron algunos certámenes, comenzando, si no en Olimpia, de la que quedaban sólo ruinas, por lo menos en Atenas. Pero los Juegos sólo recomenzaron en forma regular cada cuatro años en 1896, aunque se interrumpieron durante las guerras mundiales -a diferencia de lo que hacían los antiguos griegos, que los aprovechaban para realizar treguas.

El principio básico de los Juegos siempre fue que no se admitían profesionales, ya que los deportistas debían demostrar ser meros aficionados. Es evidente que este principio básico fue totalmente abandonado, de modo que se perdió irremisiblemente y la mayoría de los atletas es profesional de una forma u otra, con algunas honrosas excepciones, como los ciclistas argentinos que ganaron la medalla de oro. Pero es evidente que los participantes en los Juegos tienen que estar totalmente entrenados y eso les debe ocupar todo su tiempo; o sea: tienen medios de vida independientes (son ricos) o son profesionales. Es indispensable dedicarse muchas horas diarias al entrenamiento, ante una exigencia que aumenta de un juego al siguiente: cada vez se baten records más y más increíbles.

Es innegable que predomina el elemento deportivo sobre el político, pero hay un componente político sumamente fuerte. Los países se pelean e intrigan durante años por ser sede de los Juegos y ello no sólo obedece a razones económicas -por los miles de visitantes que concurren a cada evento-, sino se deben a que los juegos ofrecen una maravillosa plataforma política de propaganda nacional. Eso se vio claramente en Pekín, como se vio en Berlín en 1936, cuando el nazismo hacía esfuerzos para ser aceptado mundialmente como "un régimen más", y uno que tenía indudablemente una capacidad de movilización enorme. Ahora es China, la gran potencia emergente, la que se muestra al mundo con un espectáculo deslumbrante.

Poco a poco, los Juegos se fueron adaptando a las circunstancias cambiantes en el mundo. Al principio, los atletas eran todos hombres y blancos. Luego, comenzaron a admitir gente de color (que generalmente ganaban a los blancos) y Hitler se las vio en figurillas cuando en 1936 tuvo que darle la mano al atleta afroestadounidense Jesse Owens, quien había ganado cuatro medallas de oro en diferentes certámenes. Poco a poco fueron apareciendo las mujeres, y los Juegos se desdoblaron por géneros, ya que hubiera sido desleal hacer competir un hombre contra una mujer.

La fiesta inaugural de los Juegos, por supuesto, no tiene nada que ver con los logros deportivos: es un espectáculo de masas en movimiento, un despliegue descomunal de belleza plástica, una coreografía de una profesionalidad del más alto nivel; no por azar fue confiada a Zhang Yimou, el más famoso director del cine chino de la actualidad.

Pero, de todos modos, las Olimpíadas son sobre todo un gran despliegue de destreza deportiva y todos se matan por conseguir "un oro" o, por lo menos, "un bronce". Los países "grandes" sacan más medallas que los "chicos". Eso es, en buena parte, un efecto estadístico: un país más grande tiene más deportistas que uno chico. Pero además, los grandes suelen darles una dedicación especial a sus atletas, que muchas veces cuentan con apoyo oficial. Eso fue notoriamente el caso de los países "comunistas" que dedicaron mucho esfuerzo a descollar en las Olimpíadas como propaganda política, por eso era frecuente que sacaran muchas más medallas que un país de tamaño equivalente. El argumento siempre era: nosotros fomentamos a nuestra juventud. Los Juegos también fueron ocasión de más de una deserción.

Así, un certamen entre individuos se transforma en un sucedáneo de la guerra entre naciones. Hay casos en los que ni siquiera se ha respetado la "Tregua Olímpica": en 1970, en Munich, terroristas palestinos masacraron a 9 atletas israelíes, como venganza al "Septiembre Negro", una masacre de palestinos a manos de los jordanos, en la cual Israel justamente no había tenido nada que ver. Pero en general no hubo otros episodios violentos.

Los Juegos Olímpicos son también un gran negocio. El país anfitrión recibe a miles de visitantes, la mayoría de buen poder adquisitivo; hace gastos enormes como inversión para lograrlo, aunque para el Estado anfitrión no se trata sólo de un negocio. Los que hacen un enorme negocio son las gigantescas empresas sponsors de los Juegos, los que venden muchas camisetas y zapatillas de las que "usan los campeones", en la esperanza imposible y absurda de que el uso de la ropa les otorgará las habilidades de los admirados atletas. También venden bebidas y hasta teléfonos celulares en nombre del muy bien pagado derecho a ser "sostenedores de los Juegos. Ése es uno de los secretos del éxito de la comercialización de todos los acontecimientos deportivos en la actualidad. Otro, por supuesto, es el negocio de los derechos de difusión televisiva de los certámenes.

Otro de los temas colaterales de los Juegos es la tecnología de los elementos usados. En efecto, los instrumentos deportivos -desde raquetas de tenis hasta garrochas y desde zapatillas con suelas especiales hasta bicicletas de diseño aerodinámico- son uno de los campos en los que el desarrollo de nuevas tecnologías de los materiales es más rentable. A su vez, estos elementos tecnológicos hacen alejarse los records olímpicos cada vez más de lo que puede ser alcanzable por un mortal aficionado a cualquiera de los deportes, y de un estímulo para la actividad deportiva se pasa cada vez más a un mero espectáculo que más bien desanima la práctica deportiva y fomenta así la pasividad del mero espectador. Por supuesto, este efecto no es privativo de los Juegos Olímpicos, sino de la totalidad de los espectáculos deportivos. Con lo cual volvemos al tema de la creciente profesionalización del deporte y su alejamiento de la práctica popular.

Pero no por eso deja de ser un espectáculo hermoso.

TOMÁS BUCH (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Tecnólogo generalista