Por qué y en qué nos parecemos a los italianos? Está claro, en cuanto a lo primero, la importancia que tuvo en nuestra formación nacional el componente de cultura aportado por una inmigración ultramarina en la que ellos estuvieron a la cabeza (escribió Carlos Fuentes: "Los mexicanos descienden de los aztecas, los argentinos descienden de los barcos"). Aunque ya el Hotel de Inmigrantes dejó de ser lo que fue y es ahora museo y oficinas (y así se ha desleído en nuestra sociedad la fecunda impronta cultural que gravitó hasta mediados del siglo XX), mucho de aquella singularidad sigue dando tono a los comportamientos argentinos.
Si pensamos en lo positivo esencial y quisiéramos expresarlo en un único juicio sintético, podríamos traer a la memoria lo que escribió el profesor Robert Foerster en un libro clásico ("The Italian Emigration of Our Times", Harvard, 1912) sosteniendo, en explicación del progreso asombroso evidenciado por nuestro país hacia el centenario, que "los italianos introdujeron nuevos modos de fuerza moral en la fibra de la Nación Argentina".
Refiriéndonos más extensamente a lo negativo -central aquí como tema- hay muchos rasgos que apuntan al parecido. Por ejemplo, el individualismo, la desconfianza hacia la autoridad, el desdén por el orden, la irreverencia hacia las reglas, la burla a los impuestos, la picaresca, la incivilidad en la calle (il sorpasso), la actitud de "no me importa" (me ne frega). Hay un parecido de otra clase, poco advertido y hasta pintoresco, entre la sociedad italiana y la nuestra: la abundancia de abogados. En toda Italia están inscriptos 160.000, "un verdadero ejército en toga, el más grande de Europa" como publicaron hace poco allá comentando el empantanamiento de los juicios y la contenciosidad en los negocios. La ciudad de Roma solamente tiene más abogados (21.000) que todo el territorio de Francia (8.000). Así, en la capital del país, ejerce un letrado por cada 109 ciudadanos, una proporción mayor que la que existe en la litigiosísima New York, que es de 1 por 150. No disponemos de estadísticas porteñas, pero es de percepción general que aquí los abogados, con la exuberancia de aspirantes en la UBA (visualizada en las nutridas filas de estudiantes que transitan a diario la pasarela entre Derecho y plaza Francia), sumada al aporte generoso de facultades privadas, deben quizá empardar los números que contabilizan allá.
Y si miramos a la política, hay muchas cosas que son comunes a los dos países en el rubro. Una de ellas es que los italianos cultos deben soportar en el gobierno a un "papagayo de Estado" como Silvio Berlusconi y los argentinos a los ídem que les tocan. En cuanto a esto, la interpretación que hizo aquí el politólogo Gianfranco Pasquino, no hace mucho, es que "ambas sociedades tienen una cultura política que es antipolítica", que a las mayorías que votan como ovejas no les interesa instruirse en lo institucional, educarse, informarse históricamente, cultivar la densidad social, sino más bien encogerse de hombros y pensar con el bolsillo.
Ahora bien, hay que admitir que ellos funcionan como país mucho mejor que nosotros. Beppe Severgnini, un periodista brillante que se formó con Indro Montanelli y nos conoce bien, declaró una vez que "Italia y la Argentina son países que necesitan niñera, son como dos criaturas lindas y vivaces a que requieren vigilancia y ejemplo". Y la diferencia para él está en que Italia tiene buena nodriza (las reglas de la Comunidad Europea, el euro como moneda, los modelos vecinos de países como Francia o Alemania) y la Argentina no. Podríamos complementar ese juicio señalando que nuestro país, todavía peor, rechaza, por encocoramiento infantil, cualquier posible niñera y cualquier ejemplo. Ahora mismo está dándole coces a España, que se le abrió generosamente en la mala, que es una garantía de asociación y estímulo para salir al mundo nuevo y que podría ser, en el sentido de la cita de Severgnini, nuestra mejor nodriza. Hasta subestima lo que significan los 450 mil bonistas italianos que congelan nuestra relación histórica con su país y lo que esto significa. Ni qué hablar de los amigos y los ejemplos de sensatez que estamos perdiendo: Brasil, Chile, hasta el hermano Uruguay, con quien ni siquiera somos capaces de restablecer la armonía terminando con los piquetes del puente.
Nos queda Berlusconi como espejo posible de políticos y gremialistas argentinos. Los italianos están en vacaciones de "Ferragosto" y su primer ministro reposa en una isla paradisíaca mientras canta y graba para un CD "Parole d'Amore" rodeado de ninfas. "Il Cavaliere", que con sus 9.400 millones de euros es el hombre más rico de Italia, está siempre presente en las crónicas periodísticas. Hubo en las últimas semanas un asunto del tipo de los que aquí son endémicos. Se trata del llamado "Lodo Alfano", una ley que otorga inmunidad a los cuatro funcionarios más altos durante su mandato y lo salva a él de ser condenado por corrupción en un juicio que se le lleva en Milán. No le costó conseguirla porque ahora goza de mayoría absoluta en el Parlamento luego de los comicios que le dieron otra vez, la tercera, el gobierno del país.
Tampoco le reportó culpas a su sentido moral, que es prácticamente inexistente. Está acostumbrado a obtener propiedades fiscales, a lograr créditos benignos, a falsificar documentos, a tener relaciones con la mafia, a defraudar al fisco, a falsificar balances y a sobornar a jueces. Siempre ha salido de los tribunales con ancha sonrisa y haciendo sonar sus tacones. La carrera capitalista de este líder increíble, quien pasó de cantante de cruceros turísticos a multimillonario, ha sido meteórica. Comenzada con negocios inmobiliarios en 1976, hoy es por sobre todo el rey de un imperio mediático que lo hace casi omnipotente en la política. En 1991 compró el grupo Mondatori, un coloso editorial que publica 16 diarios, entre ellos "La Reppublica". Su compañía matriz Fininvest aglutina más de 150 empresas, entre ellas tres canales de televisión en Italia y uno en España.
La carrera política de este hombre (a quien el politólogo Giovanni Sartori definió como "un animal que no existe en ningún zoológico del mundo") no es menos impresionante y se ha basado en el poder de los medios de los que dispone. En un libro del periodista inglés Tobías Jones se atribuye el atractivo popular del personaje al hecho de que la de los italianos es primariamente una cultura visual y por ello muy influenciable por lo que llama la "videocracia berlusconiana". No deja de señalar otros factores, entre ellos la obsesión de los italianos por el dinero y la seducción de un multimillonario y triunfador (un modelo de la serie "Dallas") que permanentemente les ofrece ejemplos vivos para que cada cual se luzca como listo, un deporte nacional.
Hay más, pero lo reseñado parece suficiente como respuesta a la pregunta inicial de por qué y en qué los argentinos nos parecemos a los italianos.
HÉCTOR CIAPUSCIO (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Doctor en Filosofía