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LA PEÑA: Compras de una vez al año | ||
A propósito del cumpleaños de Roca y el de muchas otras ciudades a lo largo del año, van a ver unos cuantos personajes que sólo aparecen para este tipo de eventos, que forman parte casi inseparable de los desfiles de aniversario. Los escenarios de las fiestas populares son muy particulares, pero tan tradicionales en este país que es inevitable dejarlos de lado. Allí se pueden ver rostros, caras, gestos que tal vez uno no vio en años en la misma ciudad, donde viven los mismos que van a los festivales, pero que, está visto, se muestran poco. Sino, cómo se explica que de pronto aparezca en escena tanta gente tan extraña para nosotros como podemos ser nosotros para ellos. Y así como aparecen caras de gente nunca vista, aparecen productos que jamás uno podría comprar en los comercios que visita a diario. A dónde, por ejemplo, podríamos ir ante un antojo a comprar el copo de azúcar, llamado comúnmente por los chicos "algodón", que en realidad debería llamarse algodón de los festivales, porque es allí o en los desfiles para los cumpleaños del pueblo, donde se consiguen. Los dedos pegoteados, la cara con bigotes azucarados son las huellas visibles de su consumo, sin contar lo que uno se lleva a la boca porque cuanta cosa anda dando vueltas por el aire se pega en ese palito cargado de dulzura. Claro, tal vez las condiciones de higiene para su elaboración sean las exigidas en cada aniversario, pero si le tocó un día de viento, tal vez consuma copo de azúcar con alguna hojita, un mosquito desconcertado y mariposas de dudosa procedencia. Por si fuera poco, el comerciante suele dar un paso grande contra la higiene cuando toma una bolsa de plástico, la sopla para que se abra y allí introduce la dulzura para preservarla de los factores externos. Claro, cuando sopló la bolsa uno nunca supo cuánto y de qué tipo son los gérmenes que entraron. Otro producto que será complejo conseguir si uno tuviera un antojo son las manzanas acarameladas, invitación al pegoteo más absoluto y atractivo especial para que allí se pegue todo lo que anda dando vueltas por el aire. Y no sea cosa que ande flojito de dientes, porque un mordisco puede ser la razón para un desprendimiento. Me pregunto cuánta gente come, a no ser en festivales o aniversarios, manzanas acarameladas, atractivo especial para los niños impecables, recién bañados y cambiados. Y también me pregunto cuántos de los que se deciden a comprar esas manzanas las terminan. Y el tercer producto distintivo, sólo por nombrar comestibles, son los maníes con chocolate de los aniversarios, que no son como los de los kioscos, porque se venden generalmente a tres por uno, pero si se compara su contenido, uno podrá ver sin mucha matemática, que en realidad está comprando uno solo. Una caja de kiosco equivale a tres de aniversario o festival, más o menos. Ni hablar de los juguetes que se venden en estas fiestas, pelotas que no se inflan, barriletes que no vuelan o molinos cuya vida útil se resume en la tarde del aniversario. Al día siguiente, nada queda en pie, ni juguetes, ni estomago y por supuesto un bolsillo que siente haber gastado sin sentido. Pero claro, de esa tradición vive mucha gente y eso es justamente lo que la mantiene con vida. Un aniversario sin vendedores ambulantes suena aburrido, aunque lo que se venda no sea lo mejor, una fiesta sin ese color particular que le ponen se advierte rara, aunque los molinitos de viento no anden, aunque el maní no tenga gusto a chocolate. Forman parte de esas tradiciones que vienen de lejos, como tantas en este país.
JORGE VERGARA jvergara@rionegro.com.ar | ||
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