Nació Julio Hirsch (14-07-56) pero se hizo Chávez, actor que en silencio, sólo con su talento, trabajo y estudio permanentes, se ha ganado un respeto que lo ubica en el difícil camino de la calidad superlativa, del constante crecimiento obra tras obra, filme tras filme, dirección tras dirección. Ahora, anda girando por el país con "Yo soy mi propia mujer", obra que el año anterior estrenó en el Complejo La Plaza. Dos horas antes de cada función, Julio llega al teatro que le toca y se sumerge solo en el camerino; prepara su musculatura, calienta las cuerdas vocales, repasa parlamentos que siente dificultosos, se concentra rigurosamente. Siempre el rito y la disciplina.
Desde que comenzó a actuar en "El lazarillo de Tormes" en 1976 con Luis Agustoni, dirigió y escribió la creación colectiva "Rancho (una historia aparte)" en el San Martín, también "Maldita sea (la hora)" en el Payro, "Angelito Pena", "Mi propio niño Dios" y "La de Vicente López" en El Camarín de las Musas.
Es además escenógrafo, guionista, maestro de actores, pintor y escultor. Participó en "El cuidador" de Harold Pinter; ganó los premios María Guerrero y ACE con "El vestidor" junto a Federico Luppi.
Del 2005 al 2006 protagonizó "Ella en mi cabeza" dirigido por Oscar Martínez. Desde el '07, dirigido por Agustín Alezzo, encara el unipersonal "Yo soy mi propia mujer" -premios ACE Actor de Unipersonal y de Oro, y Mejor Actor de Teatro Premio Clarín- que presentará en Casino Magic Neuquén, el 5 y 6 del próximo mes.
Chávez hizo el Renzo Márquez de "Epitafios" con Cecilia Roth, primer programa de ficción realizado por Pol-ka para HBO Latinoamérica.
En cine, tuvo el rol central en "El otro" ('06) de Ariel Rotter, "El custodio" ('05) de Rodrigo Moreno, y "Un oso rojo" (2002) de Adrián Caetano; actuó además en "No toquen a la nena" ('76) de Juanjo Jusid, "Señora de nadie" de María Luisa Bemberg ('84), "La película del rey" de Carlos Sorín y la ópera prima de Lita Stantic, "Un muro de silencio", entre otras películas para disfrutarlo.
A los diecinueve años, caso raro, dejó una tira en Canal 9, sintiendo que el personaje lo superaba.
A los 18 había ingresado al Conservatorio Nacional de Arte Dramático ('76). Estudió luego con Luis Agustoni ('76- '79), Agustín Alezzo ('78- '82), Carlos Gandolfo ('82- '84) y Lito Cruz ('80), y Augusto Fernándes ('81- '96), el maestro que más lo influyó.
"Estudié teatro con Augusto (que lo dirigió en "Madera de Reyes" y "La Gaviota" en el San Martín) y nunca estuve bien. Siempre me sentí atado, preocupado, complicado, con resoluciones todavía verdes. Yo fui consciente de eso y siempre elegí eso, porque también entendía que no se podía aprender y al mismo tiempo estar bien, constantemente. Hay momentos en que uno tiene que formarse y eso significa, a veces, no poder resolver. Entonces festejo esos casi diecisiete años de sometimiento voluntario y consciente en pos de haber aprendido algo. A costa de, en muchas ocasiones, no estar bien. Aprendí que no se puede pretender estarlo y mientras se aprende..."
- ¿Se lo dijiste a Augusto?
-Obvio. Cosa que para mí es un elogio. Si un alumno me dijese eso, me parecería perfecto. Él me diría, Julio estás equivocado, en tal espectáculo estabas muy bien. Es mentira, yo no lo estaba. O no entiendo desde dónde el lo manifestaba. Mucha gente me decía que me dejara de joder, listo, ya está, alejate de Fernándes y yo nunca entendí por qué? Y hoy mismo, aplaudo mi decisión de haberme, insisto, sometido voluntariamente porque sabía que ese hombre tenía el conocimiento de ayudarme a armar alguna herramienta, grande, pequeña, no importa. Alguna, para que yo pudiera operar después, autónomamente y con libertad en mi oficio. Si lleva diecisiete años, veinte, no tiene importancia alguna, no se miden en
tiempo estas cuestiones. Pero, cuando yo sentí que su presencia me iba a ser hostil para aplicar, utilizar esa herramienta, me alejé...
"Inmediatamente hice "El vestidor" (de Ronald Harwood, con dirección de Miguel Cavia), en La Plaza, y me fue bien, pude dar un salto muy grande en relación a mí mismo, y muchos piensan que fue por haberme alejado de Augusto. Es un gran error. Fue por todo lo que aprendí, si es que algo aprendí con él. Después, si cuarenta tortas salieron medio feas, bueno, cuál es el problema? Se está aprendiendo. No hay, voluntariamente, daño alguno. Está intentando modelar tu oficio, seriamente. No vienen flores, no importa. Pero, entendí y recuerdo claramente cada uno de los pasos que pude dar; por qué no podía resolver los problemas; qué decía mi maestro..."
"El me ayudó muchísimo en mi formación y creo que hoy cada uno debe tomar y metabolizar cualquier método de trabajo que le sea útil y aplicarlo con inteligencia. Si te lo comunicaron y lo recibiste inteligentemente, podés aplicarlo en cualquier medio que permita una dosis de inteligencia. Un buen entrenador da herramientas y queda en uno aplicarlas donde puedan funcionar. Bueno, yo hago mi trabajo. Pasa que los actores somos muy quejosos, también; pedimos siempre que las condiciones laborales sean óptimas y cuando llegan no sabemos qué hacer. Hay que prepararse y aprovechar ese momento."
"Yo nunca elegí algo porque fuera serio, entre comillas, lo hice porque tenía ganas de hacerlo. Y cuando eso me ocurre, es serio. Lo puedo hacer mal, pero la elección fue seria, porque me interesaba el proyecto. Hoy por hoy, cuando estoy en el escenario, digo, claro, esto era lo que Fernándes llamaba cabalgar, soltar el texto, no lo retrases ni lo adelantes. Y es una fiesta porque..."
- Encaja en concepto en la acción.
-Es una fiesta de encuentro. Augusto está vivo en mi experiencia..." (La emoción lo deja sin palabras). No soy actor de andar haciendo teatro seguido. Sí tengo la necesidad de expresarme. Soy medio ermitaño y este trabajo expone todo el tiempo, cosa que se puede volver rutinaria. Entonces, la posibilidad de entrar, salir, exponerme y esconderme es, por mi naturaleza, óptima. Me funciona. Es complicado cuando uno se pone en función de estar constantemente satisfaciendo deseos.
EDUARDO ROUILLET