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SEGÚN LO VEO: Los europeos nos dicen adiós | ||
En opinión de muchos líderes occidentales, la voluntad declarada del gobierno ruso de defender todos los intereses de los aproximadamente 22 millones de compatriotas que viven en otras partes de lo que fue la Unión Soviética se debe al deseo de aprovecharlos para provocar incidentes que lo ayudarían a restaurar el viejo imperio zarista, pero sucede que hay mucho más en juego. Quienes dicen creer que Rusia será una de las grandes potencias del futuro propenden a pasar por alto el hecho de que sea escenario de un colapso demográfico tan catastrófico que le resultará difícil sobrevivir hasta el siglo XXII. Según las Naciones Unidas, en el 2050 habrá apenas 50 millones de adultos rusos, contra los 90 millones de hoy, y la mayoría de los habitantes de la Federación Rusa será musulmana. El gobierno ruso está tratando de revertir esta tendencia ominosa -en el 2006 el entonces presidente y actual primer ministro Vladimir Putin advirtió que todos los años la población se reduce en 700.000 personas- pero todo hace pensar que ya es demasiado tarde. Puede entenderse, pues, el interés del régimen en "rescatar" a los rusos que están en Ucrania, los países bálticos, el Cáucaso y otros lugares que quedaron fuera de la madre patria. Sin ellos, antes de que se jubilen muchos que ahora son niños, la Federación Rusa se verá repartida entre China y una multitud de estados islámicos. Rusia no es el único país amenazado por la extinción. Hace un par de días la oficina estadística europea, Eurostat, les recordó a los alemanes que a mediados del presente siglo su país habrá dejado de ser el más poblado de la Unión Europea, puesto que habría más británicos y franceses. Pero si bien éstos se sienten más dispuestos a procrear que la mayoría de sus vecinos, los aumentos demográficos previstos se deberían principalmente a la inmigración. Lo mismo ocurriría en España e Italia, donde la tasa de natalidad nativa está entre las más bajas del planeta, pero el impacto sería decididamente mayor. Al igual que en Rusia, es bien posible que muchos españoles e italianos ya nacidos pasen su vejez en países dominados por inmigrantes y sus descendientes de costumbres, idiomas y actitudes radicalmente ajenos. La resistencia a procrear de los europeos tanto occidentales como orientales no parece preocupar a quienes se afirman convencidos de que la inmigración masiva servirá para solucionar los problemas económicos ocasionados por la falta de mano de obra y el aumento drástico de la cantidad de ancianos que esperarán percibir una jubilación digna. Suponen que siempre y cuando los nativos no se dejen tentar por el racismo, todo saldrá bien. Por desgracia, no hay motivos para creer que el asunto resulte ser tan sencillo. Transformar a inmigrantes a menudo analfabetos y de tradiciones culturales nada europeas en ciudadanos productivos, respetuosos de la ley y del sistema democrático, requeriría un proceso de aculturación muy vigoroso aun cuando los recién venidos quisieran asimilarse al país anfitrión, pero son cada vez más los reacios a hacerlo. Desde su punto de vista, por ricos que sean, los europeos son decadentes, de ahí su negativa a reproducirse. Los intentos de explicar lo que está sucediendo no han sido persuasivos. Mientras que se atribuye la implosión demográfica rusa a la miseria ocasionada por el fracaso de la economía soviética y la llegada atropellada de una versión burda del capitalismo liberal, suele imputarse el mismo fenómeno en el resto de Europa -y en el Japón- a la prosperidad, puesto que al multiplicarse las oportunidades para las mujeres ellas prefieren postergar la maternidad o borrarla por completo de su lista de opciones. También se ha notado que los italianos y españoles dejaron de formar familias numerosas justo cuando abandonaban el catolicismo, pero sucede que quienes siguen asistiendo a misa tampoco procrean como antes. ¿Y el feminismo? Parece indiscutible que la liberación de la mujer del papel subordinado que le tocó durante milenios ha contribuido a reducir la cantidad de nacimientos: los preocupados por las tasas de natalidad altísimas que todavía se da en distintas partes del Tercer Mundo saben que no hay ningún anticonceptivo que sea más eficaz que la alfabetización de la mujer. Las connotaciones de la caída abrupta de la cantidad de nacimientos en los países ricos, la que en muchos casos los ha obligado a elegir entre la inmigración masiva por un lado y el despoblamiento por el otro, son deprimentes. Si, como parece ser el caso, las sociedades ricas, libres y laicas en que cada uno puede optar por su propio estilo de vida con tal de que no viole los derechos básicos de los demás están destinadas a extinguirse en un lapso relativamente corto, las perspectivas ante el género humano no pueden ser sino sombrías. Significaría que un país al alcanzar un grado determinado de desarrollo, sus habitantes firman una especie de pacto suicida colectivo, que el progreso es a lo sumo una quimera y por lo tanto el futuro pertenece a quienes se aferran a valores que para muchos son sumamente reaccionarios. Por supuesto, es factible que sólo sea cuestión de un fenómeno pasajero que comenzó a sentirse hace treinta años pero que pronto se revertirá, pero aunque en algunos países un incremento leve de la tasa de natalidad sería suficiente como para garantizar una población nativa estable, en otros, como Rusia, Alemania, España e Italia el cambio tendría que ser muy grande puesto que, debido a la escasez creciente de mujeres en condiciones de procrear, la tendencia actual parece irreversible. Así y todo, los dos países latinos cuentan con una ventaja que les permitiría por lo menos postergar su salida definitiva de la familia humana, ya que en América Latina hay una gran reserva de personas de cultura parecida, el equivalente de la conformada por la veintena de millones de rusos que siguen en el llamado "exterior cercano" que Moscú sueña con aprovechar, pero incluso si todas decidieran trasladarse al viejo mundo el alivio podría ser fugaz. Con toda probabilidad, andando el tiempo ellos también se adaptarían a las pautas natalicias de sociedades en las que el futuro del conjunto no figura entre las prioridades de nadie salvo algunos reaccionarios que, por motivos para muchos misteriosos, preferirían que la comunidad de la que forman parte se conservara intacta en los siglos que sigan a su propia muerte. JAMES NEILSON | ||
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