Viernes 29 de Agosto de 2008 > Carta de Lectores
Después de los Juegos

Se estima que el régimen chino invirtió 40.000 millones de dólares en los Juegos Olímpicos de Pekín y es evidente que cree que tamaño esfuerzo se vio plenamente justificado por los resultados. No lo hizo por amor al deporte como tal, sino por entender que los Juegos le brindarían una oportunidad inmejorable para impresionar al resto del mundo con sus logros materiales y humanos, lo que a su juicio contribuiría a impulsar aún más el desarrollo económico que en menos de treinta años ha transformado el escenario geopolítico del mundo. Desde su punto de vista, ganó la apuesta. Además de organizar ceremonias de apertura y clausura realmente espectaculares, el régimen chino impulsó un programa deportivo que permitió a los atletas chinos conseguir más medallas de oro que cualquier otro país, desplazando a Estados Unidos. Sin embargo, el éxito deportivo no nos dice mucho sobre el estado de una sociedad determinada. Por razones nada misteriosas, las dictaduras suelen ser muy eficaces cuando es cuestión de entrenar a deportistas capaces de triunfar en los Juegos Olímpicos. La en aquel entonces Unión Soviética solía encabezar el medallero antes de desplomarse y también eran asombrosas las hazañas en tal sentido de la Alemania Oriental ya moribunda. Aunque nadie cree que China esté por compartir la suerte de aquellos países comunistas, tendrá que transcurrir mucho tiempo antes de que la mayoría de sus habitantes goce de un nivel de vida equiparable con el norteamericano, europeo occidental, japonés o incluso argentino, puesto que nuestro ingreso per cápita sigue siendo muy superior al chino.

El desempeño de nuestros deportistas en Pekín fue como pudo preverse: brillaron en los deportes profesionales más populares aquí, como el fútbol y el básquetbol y también en hockey sobre césped femenino, mientras que, gracias a los esfuerzos personales de los atletas mismos, se ganaron una medalla de oro en ciclismo y bronces en velo y yudo. Puede que tales éxitos hayan satisfecho las expectativas, pero no puede comparárselos con los logrados por Australia que, a pesar de ser un país de apenas 20 millones de habitantes, se anotó 14 medallas de oro, 15 de plata y 17 de bronce, un resultado que muchos encontraron un tanto decepcionante. En parte, la diferencia puede atribuirse a que Australia disfruta de un ingreso per cápita mucho más elevado que el argentino, pero también es verdad que son muchos más lo que participan en una gran variedad de deportes y sucesivos gobiernos se las han arreglado para brindarles el apoyo que necesitan. Un país que se vio beneficiado por un programa inspirado en el australiano fue el Reino Unido, que para sorpresa de los británicos mismos quedó cuarto en el medallero detrás de Rusia.

Como siempre sucede luego de celebrarse los Juegos Olímpicos, muchos critican al gobierno nacional por no haber impulsado antes una política deportiva para que quienes practican deportes minoritarios tuvieran más posibilidades de competir con éxito contra los chinos, norteamericanos, europeos y australianos. Tales objeciones son legítimas, pero es poco probable que produzcan mejoras. Para el gobierno actual, como los anteriores, con las excepciones inevitables del fútbol y el básquetbol en que equipos e individuos argentinos se destacan a nivel mundial, el deporte es un asunto menor y, de todos modos, resulta tan limitada la capacidad organizadora del Estado nacional que no está en condiciones de igualar a sus equivalentes de otras latitudes, mientras que el interés del sector privado en apadrinar actividades que no le brindan beneficios inmediatos es reducido. Por supuesto que puede argüirse que en un país plagado de problemas económicos, políticos y sociales de todo tipo es positivo que sus gobernantes no incluyan deportes "elitistas" entre sus prioridades, pero acaso convendría que tomaran en cuenta las ventajas a largo plazo de alentar a los resueltos a superarse en un ámbito sumamente competitivo. No sólo se trataría de suministrar "alegría" a los televidentes sedentarios que conforman la mayoría abrumadora de quienes dicen amar el deporte, sino también de dar ejemplos a los jóvenes que por lo común serían más dignos de emulación que la mayoría de las estrellas multimillonarias del fútbol profesional.

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