-¿Qué distingue desde lo político- práctico en este presente de la política argentina?
-Creo que la política está de nuevo en pleno proyecto de gestación. La gente está volviendo a la política luego de un largo desencanto con la dirigencia, que persiste, pero la gente quiere que la política le sea útil, le sirva. Sabe que mucho de su destino está intensamente vinculado al mundo de decisiones que hacen a la política y entonces va en busca de ella, le exige, la presiona, le demanda actitudes, soluciones.
-Siguiendo su diagnóstico, ¿debe inferirse que vuelve la militancia?
-Vuelven los partidos, porque la gente vuelve a ellos, se encuentra con ellos desde una necesidad: hacerse sentir orgánicamente. Los compele a ser protagonistas en el marco institucional; lo demostró la crisis campo-gobierno: se quería saber qué iba a hacer la UCR, la Coalición Cívica o el macrismo, etcétera. En la calle, en los medios, donde fuera, la gente miraba directamente a esas dirigencias casi como diciéndoles "¿Y?". La gente estuvo en la calle haciendo política, opinando, debatiendo, enojándose, pero en política. Y esto es muy bueno. Y en meses más vamos a ver muy fortalecidos muchos partidos políticos vía el retorno de la gente a ese espacio.
-Usted conoce la piel y la respiración de la UCR como pocos y ha reflexionado largo sobre ella. En el Comité Nacional afirman que hoy hay un promedio de 15 personas que llegan diariamente a afiliarse y...
-Exactamente. Gente que viene por primera vez al partido, y toda esa afiliación es de gente joven. A esto se suma en todas las parroquias de Capital la gente que retorna. Lo que no quiere la gente del radicalismo, y esto es lo que dice, es que los destinos del partido se manejen arbitrariamente, por acuerdos de cúpulas... ¡la bendita trenza, que es una de las tantas expresiones de vejez que tiene la política argentina!
-¿Estamos ante la posibilidad de que la política vuelva a integrar la sociedad mediante, precisamente, más política? Mire, durante la Feria de Libro, el ex presidente chileno Lagos dijo que aun admitiendo todos los tropiezos que ha tenido, en la Argentina la política siempre "jugó en más". Definió esa apuesta en términos de "integrar en el disenso, pero integrar mirando lo público, buscando lo público, que es una forma de incluir".
-Tiene razón. Ésa es nuestra historia. Engarzando con esa apreciación de Lagos, en la política argentina hace mucho que desapareció la exclusión. Puede quedar como expresión de un problema de realización personal y económico, pero no como un sistema social o psicológico que impida, que condicione el hacer de la política. Somos una sociedad con mucha memoria de inclusión desde la política, historia muy palpable hoy. Radicalismo y peronismo, cada uno con sus defectos dentro de sus virtudes, hicieron de la inclusión su paradigma. Es un pasado que nos proyecta como la sociedad más igualitaria en América Latina y esto aun admitiendo los problemas del presente.
-Sin embargo, hoy parece desmantelada cierta idea de progreso, de progreso en conjunto. ¿Cómo juega esa historia de inclusión en relación con este deterioro?
-En relación con el progreso hay algo que, a mi criterio, se mantiene sólidamente instalado en la sociedad y que tiene que ver con la inclusión de la cual venimos: el convencimiento del derecho al progreso. Cada argentino siente que él no puede estar condenado a quedarse en una posición desafortunada en que, por ejemplo, le tocó nacer.
-Esto último me recuerda a Carlos Pellegrini, cuando escribió que ese convencimiento individual libera "fuerzas imprescindibles en la construcción de un país".
-Ésa es nuestra historia, con sus más y sus menos, y esa idea de derecho al progreso es propiamente argentina. No es así en Chile ni en Brasil, sí en Uruguay. Pero tenemos incluso una vocación democrática más acentuada que esos países, sin que esto implique un desmerecimiento de esos países y de su presente; hablo de constantes en nuestras vidas.
-¿Y por qué tenemos un rasgo tan diferenciador en materia de ese derecho?
-Pueden ensayarse varias respuestas y, por supuesto, la causa no es única. Yo creo que mucho de ejercer ese derecho nos viene de las guerras civiles del siglo XIX. Fueron guerras populares, con la participación muy activa, de uno u otro lado,
de la gente; generaron en la mentalidad de la sociedad derechos implícitos y explícitos que la llevan a participar de la cosa pública. En ese ideario se funda mucho de nuestra democracia, con sus fallas pero con un ideario muy definido. Es por esta razón que la sociedad protesta ante el poder y sus excesos.
-En el '99, en una de sus habituales columnas en "La Nación" usted publicó un artículo que siempre tengo picando: "Intelectuales y mariposas". Recuerdo que incluso hablaba de Régis Debray, quien acababa de afirmar que el saber del intelectual se estaba disolviendo de cara a los medios. En esa nota usted advertía que la sociedad argentina estaba gestando movimientos profundos desde canales nuevos o que estaban taponados. Pero hay algo en esta ecuación que no cierra: tenemos historia de inclusión, de derechos ganados vía protagonismo, historia de protesta y etcétera, etcétera, pero hay algo que nos falta, que no cierra...
-Nos faltan estructuras republicanas; eso es lo que no cierra.
-Un desequilibrio grave puede soltar el humor en distintas direcciones.
-Por supuesto. Pero ésa es la realidad: la sociedad protesta porque es democrática pero no tiene estructuras republicanas para que la protesta se encarrile institucionalmente. Este vacío está en el corazón del presente argentino: una sociedad democrática que se expresa por los medios que encuentra... y si hay una violación va y apedrea la comisaría donde está el violador porque no le tiene confianza a la Justicia. Pero la gente se expresa y se expresa cada vez más.
-¿Qué ha notado en el discurso político en el marco del entrevero campo-gobierno? Es un tema que desvela a los investigadores, hay batallones dedicados a trabajar sobre esta cuestión debido a la dialéctica que tuvo o tiene ese proceso.
-En materia de discurso hubo de todo. Me llamó la atención el retorno de categorías perimidas, viejas, válidas en lo puntual de determinado momento de nuestra historia. En estos meses tan agitados, desde sectores de distintos planos sociales y políticos hubo un esfuerzo muy singular para meternos en el pasado en función del presente. En el marco de la crisis gobierno-campo emergió mucha vejez política a la hora de la argumentación. De un lado y del otro abundaron dictados ideológico-culturales muy necrosados.
-Ya que usted forjó mucho de su formación en Francia, en una nota reciente Rancière sostiene que cuando en política una categoría se pone vieja pero se intenta rejuvenecerla, desde la arbitrariedad que implica ese intento se puede producir mucho daño al presente. ¿Está de acuerdo?
-Por supuesto. Cuando Kirchner procura hacer retroceder la historia sentenciando que quienes se oponen a las retenciones son émulos de los Comandos Civiles, está hablando desde la vejez, lo mismo que aquellos antiperonistas que procuran instalarnos en el '55. En ambos casos se hace daño porque procuran meter al conjunto del país en un cuadro que no cuaja porque el país ha cambiado. Pero para esos sectores parece no haber pasado la historia.
-¿Qué cree que expresa ese tipo de discurso que abreva en el pasado, no se recicla y en todo caso se deja seducir por la idea de que no existe la dialéctica de la historia?
-Bueno, representa miradas, intereses concretos.
-Ningún interés es neutro cuando de política se trata... ¿hablamos de ideología?
-Sí, claro. Son discursos reduccionistas, inclinados a juzgar desde la causa única, pero expresan ideología, claro. Pero reitero: desconocen las mutaciones que se han ido dando en el argentino. Y porque lo desconocen buscan embarcarlo en una división que la misma realidad les niega. Nadie sensato compra el golpismo denunciado por el kirchnerismo ni que el kirchnerismo es una dictadura.
-¿Qué es el kirchnerismo como ejercicio del poder? Usted habló de que el kirchnerismo importa la voluntad del César.
-El kirchnerismo tiene esa propensión; es uno de los rasgos más elocuentes de su cosmovisión del ejercicio del poder. Mientras Néstor Kirchner fue presidente, ése fue el estilo de ejercicio del poder y nada ha cambiado ahora.
Ahora, Aron
Daniel Larriqueta es uno de los intelectuales más lúcidos de la Argentina, pero de muy bajo perfil mediático.
Vinculado desde lo político con el radicalismo, partido en el que reconoce haber cumplido la misión histórica de restablecer la libertad, Larriqueta pasó varios años en Francia. Ahí trató y escuchó largo a Raymond Aron, uno de los pensadores más singulares de la Europa de posguerra y sobre quien a fin de año publicará un libro.
La economía y la historia forman parte de varias de las investigaciones y ensayos publicados por Larriqueta, de 68 años. En esa producción se destacan “Tormenta en la economía radical”, “La Argentina renegada”, “La Argentina reciente” y “La furia”, una excelente novela sobre la crisis social que fatigó a la Argentina en el inicio de este siglo.
CARLOS TORRENGO (carlostorrengo@hotmail.com)