Primero nuestro país. El ministro De Vido anunció trabajos para dar cima a la largamente demorada construcción de Atucha II, en los que colaboran empresas locales y la Siemens alemana. Estimó el costo de lo que falta en U$S 700 millones, dijo que el plazo de conclusión de esta obra iniciada en 1980 sería el segundo semestre del 2010 y que su aporte al sistema energético alcanzaría a los 700 MW. Nuestro empleo de los verbos en potencial traduce el escepticismo con que recibimos esta noticia. El motivo es que se nos aparece -dados, entre otras cosas, el poco crédito que tiene el anunciante, la erosión del capital humano especializado que hemos sufrido en estos años, el atraso tecnológico de las instalaciones y el ilusionismo del costo que se adelanta- más bien un esfuerzo mediático en la perspectiva de un segundo centenario más pálido que el primero, el de la Argentina del poeta, aquella de "los arados y las mieses".

Hay novedades nucleares en una cantidad de países, pero elegimos tres de Europa que aparecen como representativos del relanzamiento que nos ocupa: Italia, Finlandia y Francia.

Lo que ha ocurrido y está pasando en Italia es una muestra notable de un cambio de las cosas. Allá, luego de los accidentes de Three Mile Island y Chernobyl, se llamó a referéndum sobre un giro en la política que se seguía y el resultado fue el cierre de las centrales que tenían en funcionamiento. Esto ocurrió en 1987 bajo la influencia de la preocupación ecológica y el voto mayoritario de los partidos de izquierda. Pero el debate no se cerró nunca y, aunque el gobierno de Prodi siguió hasta hace unos meses sosteniendo como propósito político "No al nucleare, sí ai pannelli solari", ante las nuevas circunstancias mundiales han surgido recientemente opiniones revisionistas en favor de un retorno a lo nuclear emitidas por personalidades influyentes. Hay hasta sermones de extranjeros prominentes, como el suscrito por el ex primer ministro francés Michel Rocard, quien tituló una nota: "Querida Italia, cuánto tiempo has perdido sobre la energía nuclear" responsabilizando al "movimiento ecologista que no fue capaz de distinguir intelectualmente entre contaminación y riesgo". (Su razonamiento: "Las centrales y las escorias radiactivas no contaminan, presentan riesgos que pueden ser enfrentados científicamente; la contaminación es otra cosa"). Mientras el Nobel en Física, Carlo Rubbia, admite dudas ("no coincido del todo en la relativa seguridad de las instalaciones nucleares para el hombre y el ambiente"), el biólogo Umberto Veronesi pide "diez nuevas centrales en los próximos diez años" en apoyo del "Grupo Galileo 2001", constituido por físicos de primera línea que reclaman lo mismo. El influyente "Corriere della Sera" expone, bajo firma de su director Sergio Romano, una opinión rotunda. Algunos títulos de los últimos meses son elocuentes. Uno: "Tres buenas razones para hablar de energía nuclear". Otro: "Cómo desembarazarse de la parálisis nuclear". El tercero: "El retorno a lo nuclear. Una opción para el futuro". Y sus razones son de varios órdenes: políticas (los países petroleros son dictatoriales e imprevisibles), ambientales (hay ahora tecnologías nucleares mucho más seguras), científicas (perderles el miedo a la investigación, a la modernidad, a la industria nacional basada sin remilgos en la ciencia). Y finalmente el nuevo gobierno de Berlusconi, que tiene amplia mayoría legislativa, acaba de anunciar que está elaborando un programa de restauración nuclear mientras analiza lo que se ha dado en llamar "el modelo finlandés", considerado una experiencia piloto a través de lo que se está haciendo en Olkiluoto, como pasamos a referir.

Veamos este segundo ejemplo. En Finlandia (país al cual muchos designan como "la ecologísima Finlandia", algo que mis paisanos de Gualeguaychú quizá ignoraban cuando se le plantaron a Botnia) se halla a toda marcha -con aprobación del 58% de la gente- la construcción de un EPR (Enhanced Pressurised Reactor), un artefacto de tercera generación que promete 1.600 megawatts de potencia, de tecnología la más avanzada, con eficiencia, economía y seguridad máxima (la probabilidad de un accidente, aseguran, es de 1 dividido por 10.000.000.000). Otras ventajas serían la disminución del consumo de uranio y producción de materia radiactiva, la prevención de terremotos y de impacto aéreo. Dice un documento que el Olkiluoto 3, en el que participan empresas francesas y alemanas, será el modelo para la resurrección nuclear en el nivel mundial.

El tercer ejemplo corresponde a Francia. Recordemos que el desarrollo nuclear francés tuvo origen en la decisión del presidente De Gaulle en los '50 de elevar la altura estratégica de su país mediante una vigorosa política en tal sentido. Hoy en día el 77% de la electricidad que consume y exporta tiene origen en las 58 instalaciones nucleares que existen en su territorio, un número sólo superado por Estados Unidos con sus 194 plantas. Actualmente, en la costa normanda está en construcción el más moderno de los reactores -el único de los últimos diez años-, un EPR que cuesta 5.000 millones de dólares, según informa "The New York Times" bajo título "Francia reafirma su fe en el futuro de la energía nuclear". Agrega la nota que el presidente Sarkozy ha anunciado la construcción de uno similar, que Francia está levantando otros en Abu Dhabi y China y que en "Le Figaro" el patriotismo ha exultado: "Francia no tiene petróleo pero sí supo cómo explotar una rica idea. En la barahúnda de la globalización, la energía nuclear civil se convierte en un arma, comercial y política, que permite al país permanecer a la vanguardia en el concierto de las naciones". Si se le fuera dado, desde su tumba en Colombey el general De Gaulle coincidiría satisfecho.

HÉCTOR CIAPUSCIO

Especial para "Río Negro"

(*) Doctor en Filosofía