Jueves 21 de Agosto de 2008 > Carta de Lectores
Ministerio con fantasmas

Tanto en nuestro país como en muchos otros ha sido habitual que el ministro de Economía o su equivalente fuera casi tan importante como el mismísimo presidente, pero aquí por lo menos los tiempos han cambiado. Desde la renuncia no muy amistosa de Roberto Lavagna, Néstor Kirchner y, bajo su tutela, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, decidieron que sería mejor que quien ocupara el papel formal de ministro de Economía se limitara a obedecer las instrucciones del matrimonio gobernante. Felisa Miceli nunca fue más que una especie de secretaria del en aquel entonces presidente Kirchner y su sucesor, Miguel Peirano, pronto descubrió que su poder real era limitado, razón por la que optó por no acompañar a Cristina. Aún menos feliz, si cabe, resultó ser la breve gestión del joven Martín Lousteau. En cuanto al ministro actual, Carlos Fernández, su influencia es prácticamente nula, puesto que al igual que sus antecesores desafortunados se ve subordinado al titular de Planificación, Julio De Vido, al secretario de Comercio Guillermo Moreno y, huelga decirlo, al ex presidente Néstor Kirchner, el que a pesar de ser un ciudadano privado sigue llevando la voz cantante cuando del manejo de la economía nacional y de muchos otros temas importantes se trata.

Por desgracia, los resultados concretos de la gestión de Kirchner como ministro de Economía informal han sido tan malos que el país está dirigiéndose hacia una crisis sumamente grave. Puede que no esté por caer nuevamente en default, como advierten distintas consultoras norteamericanas, pero aunque nos ahorre tamaño desastre las perspectivas seguirán siendo oscuras. Además de ordenar la falsificación de las estadísticas suministradas por el INDEC por imaginar que negar que la inflación sea un problema significante sería una alternativa válida a una estrategia antiinflacionaria genuina, Kirchner ha permitido que el régimen de subsidios adquiera dimensiones monstruosas, ha atentado contra las economías provinciales por motivos políticos, ha declarado la guerra contra el único sector que está en condiciones de competir con éxito en los mercados internacionales, ha provocado una serie de corridas cambiarias y, entre muchas otras cosas, se las ha arreglado para que la Argentina no tenga acceso al crédito a tasas de interés normales, de modo que depende casi por completo de los caprichos de un personaje tan poco confiable como Hugo Chávez. Kirchner pudo hacerlo porque durante su propia gestión como presidente nos fueron tan favorables las condiciones internacionales y tan grande el impulso posibilitado por una devaluación que sirvió para transferir los ahorros de la clase media a los bolsillos de empresarios que en términos macroeconómicos el país logró recuperarse con rapidez imprevista del colapso del 2002, pero sucede que se convenció de que el crecimiento así supuesto se debió exclusivamente a su propia astucia. Pues bien, las condiciones ya han cambiado: además de haberse agotado el "modelo" proteccionista que Kirchner heredó de Eduardo Duhalde, en las semanas últimas los precios de los commodities han bajado mucho, tendencia que de afirmarse nos provocaría grandes problemas puesto que, a diferencia de la mayoría de los países calificados de emergentes, la Argentina no ha hecho nada para prepararse para el día en que se reduzcan los ingresos procedentes de la soja, el trigo y otros bienes exportables.

Tal y como están las cosas, la Argentina corre el riesgo de pagar un precio muy alto por haber dejado el manejo de la economía en manos de un aficionado de ideas absurdamente anacrónicas. Como ocurrió en tantas ocasiones en el pasado, el gobierno no ha sabido aprovechar debidamente las oportunidades planteadas por una coyuntura favorable que, aun cuando persista, no será suficiente como para asegurarle un porvenir próspero, ya que a partir del 2002 el gasto público ha aumentando enormemente y la inflación se ha puesto fuera de control. El país, pues, necesita con urgencia contar con un ministro de Economía que esté dotado de la capacidad, la voluntad y, desde luego, la autoridad necesarias para impedir que todo se venga abajo, pero mientras que Kirchner siga usurpando la función ninguna persona idónea soñará con arriesgarse a compartir el destino de Peirano, Lousteau y Fernández.

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