Durante su reciente encuentro en Hanoi, los integrantes del Foro de Mercados Emergentes, organismo global que trata de posicionarse como alternativa de Davos con un enfoque en las economías emergentes y el ámbito de negocios, tuvieron contacto con una fascinante perspectiva sobre el experimento vietnamita.

En la reunión (y durante la semana que este autor pasó recorriendo el país) diversos funcionarios describieron la combinación del riguroso régimen de partido único según el clásico estilo socialista (incluido el mausoleo de Ho Chi Minh, indiferenciable de los de Mao y Lenin, y una prensa propagandista oficial) con la economía de mercado liberal y apenas regulada.

En los últimos 15 años, Vietnam tuvo un crecimiento anual del 8% y el año pasado reportó una inversión extranjera superior a U$S 18.000 millones, uno de las más elevados del mundo como porcentaje del PBI.

Tan impresionante desempeño (a pesar del fantasma de la creciente inflación y el crecimiento desacelerado) ha alentado a muchos a tomar al país como modelo de otras naciones que viven ahora lo que experimentó Vietnam durante la primera parte de la década de 1990, tras el colapso de la Unión Soviética y el fin del bloque socialista. El primer ejemplo: Cuba. Aunque Fidel Castro siempre lamentó que los vietnamitas se volvieran "revisionistas" y "seguidores del capitalismo", su hermano menor, Raúl, consiguió relajar las tensas relaciones entre los dos países. Cuando visitó Hanoi en abril del 2005 para conmemorar el 30 aniversario de la caída de Saigón, se mostró entusiasmado con lo que vio.

Para Raúl Castro, Vietnam ofrece un atractivo superior al de China, debido a la diferencia de tamaños. Muchos de sus amigos y aliados en Cuba también quisieran que la isla gozara del mismo tipo de reforma económica y el crecimiento que impera en Vietnam, sin sacrificar el férreo control del poder y la estabilidad que brindan las fuerzas armadas y el Partido Comunista. Por desgracia, sería difícil aplicar la experiencia vietnamita al caso de Cuba.

Para empezar, la sociedad vietnamita es mucho más jerárquica, homogénea y aislada del resto del mundo que la cubana. A lo largo de los siglos, Vietnam repelió cinco veces "intrusiones imperialistas" de mongoles, chinos de la dinastía Han, franceses, estadounidenses y chinos modernos gracias a su increíble disciplina y autosacrificio.

Cuba es todo lo contrario: diversa, caótica y siempre en busca de alguna salida para sus problemas, se sometió a tres eras de dominio extranjero: España durante el siglo XIX, EE. UU. hasta 1959, y la Unión Soviética hasta 1989.

En segundo lugar, la propiedad privada de tierras, viviendas, empresas, motos y teléfonos celulares es una condición generalizada en Vietnam, mientras que resulta casi inexistente en Cuba. Los vietnamitas, al parecer, aceptaron un compromiso: acceso a la propiedad, los bienes de consumo y una prosperidad relativa, absteniéndose de todo acceso a libertades de cualquier tipo. Tal vez algunos cubanos estuvieran dispuestos a ese sacrificio, pero muchos otros no y es por eso que, durante los últimos dos años, Raúl no se ha atrevido a tomar medidas serias para legalizar la propiedad privada pues, si lo hiciera, correría el riesgo de perder el control del proceso de sucesión. Hace poco ofreció a los residentes urbanos la oportunidad de volver al campo y recibir tierras de labranza que podrían explotar durante 10 años, pero no poseerlas, venderlas, alquilarlas o hipotecarlas.

Los cubanos propietarios de viviendas, tierras, pequeños negocios o con acceso generalizado a las comunicaciones podrían decidirse a hablar interminablemente con otros cubanos y venderles sus propiedades privadas: los cubanos que viven al otro lado del estrecho de Florida. Y ésta es, por supuesto, la tercera razón de que Cuba jamás se convertirá en otro Vietnam: la población vietnamita suma 86 millones de almas; hay 2 millones que residen en el extranjero (muchos en los Estados Unidos) y muchos más dispersos por el mundo. Algunos desean regresar, otros no; unos pueden comprar propiedades en su antigua patria, otros no. Sin embargo, no figuran de manera predominante en la ecuación económica, política o internacional de su país. En comparación, hay cerca de 1,5 millones de cubanos en el exilio, casi todos en Miami, que representan cerca de un 15% de la población total de 11 millones de cubanos y mantienen lazos asombrosamente estrechos con sus familiares en la isla, pese a medio siglo de restricciones de viaje, remisión y comunicación. Es indiscutible que nunca tendrán la satisfacción de derrocar a Fidel Castro, pero bien podrían comprar un buen pedazo de su isla si se presenta la ocasión.

Los Castro quizá no puedan seguir negando el derecho de propiedad a su pueblo, y una vez que abran la puerta, todo intento para impedir que los cubanos vendan a los expatriados de Miami fracasará. De modo que si Cuba aspira a seguir el ejemplo de Vietnam, reformando su economía para afianzar el poder político, bien podría terminar con lo peor de ambos mundos: sin una economía de mercado nacional y sin un sistema político democrático.

JORGE CASTAÑEDA (*)

Newsweek

(*) Ex secretario del Exterior de México y profesor global distinguido de la Universidad de Nueva York