Parecería que para los dirigentes del campo y también para los "autoconvocados", el rechazo por parte del Congreso de las retenciones móviles cambió muy poco, ya que el lunes optaron por reanudar las protestas al lado de las rutas porque, dicen, el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se niega a dar respuestas a los reclamos del sector. Tienen razón. No hay señal alguna de que el gobierno haya pensado en la conveniencia de elaborar un "plan" agropecuario que tome en cuenta tanto los intereses de los productores como aquellos del país en su conjunto. Pero aunque no cabe duda de que la terca actitud oficial frente al campo se debe en parte a la voluntad del ex presidente Néstor Kirchner y su mujer de castigarlo por haberles propinado una derrota que transformó abruptamente el panorama político y económico nacional, hay otro motivo para la demora que tanto molesta a los productores rurales, uno que resulta todavía más preocupante. Es que antes de estallar el conflicto con el agro, el gobierno ya se mostraba incapaz de adaptarse a los cambios económicos que, como ha sucedido en todos los países del mundo, se han producido en los años últimos. En cuanto las recetas que se aplicaban durante la fase inicial de la gestión kirchnerista dejaron de brindar los resultados previstos, el gobierno se las arregló para convencerse de que debería reaccionar aferrándose a ellas no sólo porque a su juicio cualquier modificación se vería interpretada como un síntoma de debilidad, sino también porque parecería incapaz de pensar en medidas que le permitieran solucionar los problemas que surjan. Presos de la ideología casera que los entusiasmó hace más de treinta años, sencillamente no saben lo que les convendría hacer.
La incapacidad de innovar es una deficiencia típica de los regímenes en los que el poder está concentrado en manos de un puñado de personas. Puesto que el ex presidente Kirchner insiste en controlar virtualmente todo y está acostumbrado a fustigar a quienes no comparten sus ideas, no es demasiado sorprendente que al agotarse su stock original se haya resistido a intentar renovarlo con aportes ajenos. En el esquema de gobierno propuesto por Néstor Kirchner, los ministros, incluyendo al de Economía, tienen que limitarse a obedecer mansamente las instrucciones del jefe que, claro está, se imagina un experto consumado en todo lo relacionado con el manejo del país. El miedo a contradecirlo aun cuando era evidente que el rumbo elegido por él terminaría llevando al país a un desastre garantizó que los errores, algunos garrafales, siguieran perpetrándose. Por cierto, de no haber sido por el verticalismo pusilánime que es inherente al "estilo K" de gobierno, el país se hubiera ahorrado una tasa de inflación que ya supera el 30% anual, la pulseada con el campo, la hostilidad de los inversores extranjeros que han borrado la Argentina de la lista de destinos de su dinero, una crisis energética que no puede sino agravarse y la reducción progresiva de la capacidad del país para hacer frente a sus obligaciones externas, de ahí las dudas de Wall Street donde se teme lo peor.
Los dirigentes rurales no son los únicos que esperan en vano que el gobierno dé respuestas a sus inquietudes. Son cada vez más los gobernadores provinciales y los intendentes municipales, sobre todo los del conurbano bonaerense, que se preguntan hasta cuándo los Kirchner continuarán actuando como si no les correspondiera contribuir a solucionar los problemas de toda clase que están surgiendo. Obsesionado como está por las luchas políticas, el matrimonio parece haber olvidado que también importan las tareas administrativas. No pueden ayudarlos los demás funcionarios del gobierno porque, como es notorio, a Néstor Kirchner y su esposa no les gusta para nada que sus subordinados actúen por su propia iniciativa. De resultas de esta situación, el gobierno se ha paralizado. Parece estar más interesado en reivindicar las decisiones que el ex presidente y su sucesora tomaron en el pasado, entre ellas la que dio lugar al conflicto con el campo, que en tomar otras nuevas que sean apropiadas para el país actual, y ni hablar de preparar a la Argentina para enfrentar con una posibilidad de éxito las dificultades que con toda seguridad vendrán.