Días antes de que el Congreso tratara por segunda vez el proyecto de ley de retenciones móviles al agro, Torcuato Di Tella afirmaba desde su columna habitual de un semanario político porteño: "El gobierno tiene que estar preparado para pagar el precio del sistema que él ha contribuido a crear". ¿Cuál era ese sistema? Uno de carácter parlamentario. En esos días, la voz presidencial abonaba parcialmente esa idea cuando, además de anunciar el envío del proyecto al Parlamento, reconocía que desde el recambio del 10 de diciembre se había autolimitado en su decisionismo legislativo al no promover ningún decreto de necesidad y urgencia. Fue en ese mismo acto en el que la presidenta interpeló positivamente a su vice al canalizar su público pedido de involucramiento del Congreso.
Fuera de la provocativa afirmación del conocido sociólogo político y la posición de la jefa del Ejecutivo, el desenlace legislativo del proyecto oficialista ha dado visibilidad a un vicepresidente confrontativo. Éste parece estar preparándose para un eventual escenario de transformación de un esquema de poder cuyo diseño histórico y operativo fue pensado más para la competencia entre el Ejecutivo y el Congreso, que dentro de los parámetros mayormente prescriptivos de la teoría de equilibrio entre poderes. En ese sentido estamos ante la novedad de un vicepresidente auténticamente confrontativo, cuyas acciones estarían enmarcadas en un proceso ya no cosmético sino de reemplazo del propio presidencialismo. Hablamos entonces de un vice posiblemente menos dispuesto a impulsar esas transformaciones y más oportuno en el aprovechamiento y beneficiario de un eventual esquema parlamentario.
Y Julio Cobos no parece malgastar el tiempo. Es cierto que su futuro político depende en gran medida de la profundización de ese camino confrontativo. El objetivo seguramente es acumular suficientes recursos políticos para convertirse en algo más que un poder arbitral después de las próximas elecciones de renovación legislativa del 2009, donde el partido de la presidenta pueda perder su mayoría parlamentaria. Hablamos entonces de un poder que puede convertirse en una fórmula de recambio anticipado si ese carácter confrontativo antes no toma el camino "destituyente", según las advertencias de muchos analistas y que es el principal temor de la administración de Cristina Fernández. Abona estas sospechas la actuación de su vicepresidente, el cual no puede ignorar que cuando hay confrontación dentro del Poder Ejecutivo sólo es posible, en términos de un juego de suma cero, sólo un ganador o en su defecto la destrucción de los oponentes y con ello la caída del propio gobierno. Además, en situaciones donde hubo pretensiones de un juego que arrojara más de un ganador, el segundo en jerarquía antes de una confrontación de resultados inciertos procuró diferir la obtención de ventajas. El primer vice de Menem y el de Néstor Kirchner siguieron ese camino. Y no les fue tan mal al obtener como premio el gobierno político de la provincia de Buenos Aires. En otros escenarios -sobre todo provinciales- la confrontación siempre dejó un solo ganador, y en varios casos el derrotado fue el titular del Ejecutivo local. Tierra del Fuego y La Rioja son los casos más recientes.
La principal nota de esa confrontación reside en un vice que ha decidido dividir al gobierno que hasta hace no mucho lo consideraba propio. Estamos frente a un caso que siempre resultó una nota marginal en todo manual que destacaba el carácter unitario del régimen presidencialista, donde hablar de un gobierno dividido refería exclusivamente a un mandatario que perdía la mayoría en el Congreso. La división que surge de los actos del actual vice afecta al propio Poder Ejecutivo, sin que éste cuente con carteras ministeriales o un funcionariado de jerarquía que le deba obediencia y con ellos eventualmente marcar un terreno propio. Diferencias que siempre son posibles, pero nunca en el marco de la confrontación abierta. Ciertamente, hasta ese voto "no positivo" en el Senado de la Nación, Julio Cobos carecía de posiciones favorables en la primera línea de mando del Ejecutivo y, después de aquel crucial desempate, perdedor de las pocas piezas de rango menor que podían considerarse propias.
Un vice sin poder en la burocracia, sin influencia en oficinas ministeriales y segundas líneas ¿está en condiciones de sostener el camino trazado de un gobierno dividido por el lugar más impensado según nuestro conocimiento de cómo funciona todo régimen presidencialista? Está a la vista que ello es posible ya que ahora tenemos un segundo con pretensiones mayores. Lo que no sabemos es si el factor "tiempo" está de su lado, considerando que resta algo más de un tercio de mandato de la actual presidenta. Cuenta para ello con su vuelco oportuno a una "política" que muchos han identificado paradójicamente de antipolítica, destinada a un público supuestamente exigente pero de opiniones volátiles que no reconoce tiempos de espera ni reglas de mayoría y cuya alma es el sentido común del ciudadano corriente. Y para ese público de la calle nada mejor que la emergencia de un líder sin partido, que habla desde "el corazón" y no desde un lenguaje doctrinario y menos desde una definición explícita favorable a los intereses en pugna. Es un vice que asume el rol de paladín de la "paz social". Comportamiento muy lejos de aquel vicepresidente de hace ocho años que frente a una encrucijada asimilable decide apartarse del gobierno que había ayudado a constituir para no dividirlo. Aun cuando ese mismo vice contaba con una fuerza política en ascenso y destacadas posiciones ministeriales.
Hay un continente de cultura política que seguramente explica esa actuación confrontativa y en el cual no sólo se sitúa Julio Cobos, también muchos radicales dentro y fuera del centenario partido. Frente a aquel momento de renuncia de Carlos Álvarez, el agudo filósofo político Carlos Strasser decía que "en la historia de los últimos setenta años, el partido Radical no ha ostentado demasiada virtud cívica republicano ni ha sido más institucionalista que pragmático, y hasta crudamente oportunista".
Pero no todo se trata de herencias de esa cultura política del oportunismo. Tampoco de un exclusivo líder en "disponibilidad" que recurre a la política de las calles por falta de partido y apoyo en el gobierno, y que por lo tanto decide "dividirlo". Falta el momento de las zonas grises del juego institucional, que en algunos casos es saber anticiparse a la emergencia de esas zonas de incertidumbre que se dan en una época de cambio. Aquí es donde volvemos al planteo inicial de Torcuato Di Tella. La proximidad de un sistema parlamentario, que seguramente contaría con un tiempo de transición -también con algunas turbulencias- hasta su "constitucionalización", ¿no sería acaso parte del resultado deseado del actual vicepresidente confrontativo?
GABRIEL RAFART (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Profesor de Derecho Político de la UNC
