Puesto que según el Ministerio de Salud el 60% de los argentinos pesa demasiado y el 30% es obeso -otros, un tanto menos severos, dicen que los clínicamente obesos no llegan al 13% de la población- puede entenderse los motivos por los que el Senado haya aprobado por unanimidad una ley destinada a hacer de su condición una enfermedad, cuyos costos tendrán que solventar las empresas de medicina prepaga. Si bien la mayoría de los senadores no se caracteriza por su gordura exagerada -aquí como en el resto del mundo los integrantes de la elite económica suelen ser relativamente esbeltos-, saben que buena parte del electorado apoyará cualquier medida que en su opinión la beneficiará. También era de prever que las empresas protestarían contra la nueva ley. El precio de una operación popular, la de la cirugía bariátrica, entre aquellos acomodados que sí son gordos, llega a aproximadamente 10.000 dólares: de ponerse de moda entre quienes en otras circunstancias no soñarían con gastar tanto dinero para adelgazarse de golpe, los costos y por lo tanto lo que tendrán que pagar los afiliados a las prepagas no podrían sino subir hasta niveles insólitos. Así las cosas, las empresas de salud no tendrán más alternativa que la de intentar encontrar el modo de alejar a los afectados por problemas de sobrepeso, lo que sería lógico ya que en todas partes es normal que las compañías de seguros diferencien entre los clientes propensos a accidentarse y los demás.
De todas maneras, tratar la obesidad como una enfermedad no necesariamente ayudará a combatir un fenómeno que últimamente se ha convertido en una plaga mundial con su epicentro, huelga decirlo, en Estados Unidos, donde en el 2005 se calculó que el 64,5% de los norteamericanos tiene sobrepeso o es obeso. En virtualmente todos los países ricos, los muy pero muy gordos se cuentan por millones debido a una combinación nefasta de sedentarismo facilitado por la ubicuidad de transporte motorizado y de comida basura. Asimismo, al enriquecerse países tradicionalmente muy pobres, brotes de obesidad han surgido en ellos también: según la Organización Mundial de Salud, a pesar de que el hambre dista de haber desaparecido del planeta, en la actualidad hay, por primera vez en la historia del género humano, más personas que son excesivamente gordas de lo que hay famélicas.
Para revertir esta tendencia, sería forzoso convencer a "los pacientes" de ejercitarse más y a comer mejor, pero resulta que lograrlo en democracias en que se respetan las libertades individuales no es del todo fácil. Desgraciadamente para ellos mismos, son muchísimos los que se niegan a moverse más de lo imprescindible o a dejar de llenarse de alimentos que acaso son sabrosos pero de valor nutritivo dudoso porque contienen demasiadas calorías. Aunque en última instancia la obesidad es una cuestión de responsabilidad personal, en todas partes se ha difundido la idea de que les corresponde a los gobiernos tomar manos en el asunto, de este modo dando a entender que en verdad nadie es responsable de su propia condición. Y como si esto no fuera suficiente, se han organizado los indignados por los perjuicios contra los gordos que tratan de eliminar un factor que tal vez sea muy desagradable pero que sirve para que muchas personas se sientan constreñidas a esforzarse por mantenerse en forma.
Con todo, hay un ámbito en que lo que un adulto consideraría autoritario es legítimo. Desde el primer año de la escuela primaria, cuando no del jardín de infantes, hasta el último de la secundaria, se puede obligar a los chicos a hacer mucho más ejercicio, dedicando más horas al deporte. También se puede controlar con mayor rigor la dieta de los alumnos para que por al menos una vez por día coman como es debido, además de advertir a los padres de lo peligroso que es permitir que sus hijos se atiborren de comida insalubre. En vista de que la llamada epidemia de obesidad se hace sentir con virulencia especial entre los más jóvenes -se estima que el 14% de los niños bonaerenses es obeso-, es en los colegios donde la batalla contra la "enfermedad" debería empezar, pero hasta ahora escasean las iniciativas políticas en tal sentido que han prosperado.