La Justicia es una de las cuestiones más difíciles de definir y se presta a numerosas valoraciones. Existen categorías y niveles, usos y costumbres, un devenir histórico y un juicio ético. Si bien se supone que toda persona es inocente mientras no se pruebe lo contrario, mucha gente se siente sumamente incómoda con altos funcionarios con causas pendientes, por ejemplo: ése es un caso en el que tal vez se requeriría una inversión de la prueba, que a su vez se prestaría a toda clase de calumnias. Muchos se esconden tras los fueros para eludir un juicio. Debo dejarme gobernar por un sospechoso. Sin embargo, tenemos dirigentes con docenas de causas pendientes que no se resuelven porque los encausados gozan de protección.

El caso del secuestro de Adolf Eichmann en 1960 -criticado en un reciente artículo en este medio- y su juicio en Israel, es uno de esos casos donde los niveles morales entran en colisión y son siempre difíciles porque involucran prioridades y opciones acerca de la gravedad de dos crímenes: en este caso, el cometido por los agentes israelíes y la tecnificación de la muerte masiva atribuida a Eichmann, como uno de los exponentes más claros de la naturaleza del régimen nacionalsocialista en Alemania entre 1933 y 1945. Eichmann es uno de los casos más claros, porque representa la faz tecnológica vinculada con aquello que Hannah Ahrendt llamó "la banalidad del mal". La mayoría de los jerarcas del régimen nazi no eran "héroes arios" sino seres mediocres, que siguieron una ideología formulada por un psicópata por razones varias.

No es éste el lugar adecuado para hacer un análisis del nazismo, que sacó -en violación de la prohibición internacional de rearmarse, entre otros mecanismos- a Alemania del marasmo económico en que la había sumido la Primera Guerra Mundial y el estúpido tratamiento al que fue sometido el pueblo alemán por el Tratado de Versalles. También jugó sobre el antisemitismo tradicional de los alemanes, al que exacerbó hasta el delirio, el cual -pasando por la "Noche de cristal" como etapa intermedia- condujo a la fría y calculada decisión de la "Solución final", la planificada matanza de todos los judíos y otros seres "inferiores" como los gitanos, los homosexuales, los Testigos de Jehová, los débiles mentales, etc.

Eichmann fue el tecnólogo perfecto de la "obediencia debida". Se le encargaron los nada desdeñables aspectos técnicos de la "solución final": no era tarea menor asesinar a millones de personas con gas Zyklon B y quemar sus cadáveres, después de haberles arrancado los dientes de oro, a veces empleado su grasa (la poca que podía haberles quedado) para fabricar jabón y su piel para curtirla y hacer, por ejemplo, pantallas para las lámparas a cuya luz los verdugos tal vez escucharan música de Wagner o de Beethoven o leían a Goethe. No a Heine, el gran poeta romántico alemán, porque era judío. Y Mendelssohn también estaba prohibido, por supuesto.

La Argentina tiene una triste historia de protección de criminales de guerra. En la década de 1930, la Liga Patriótica elegía a judíos como sus víctimas privilegiadas; los cónsules argentinos en Alemania y sus aliados tenían orden de no dar visados a los judíos que trataban de huir de la persecución nazi, aunque muchos la desobedecieron, a veces por compasión y otras veces por dinero; el gobierno peronista se rodeó de personajes como Carlos Fuldner y Ante Pavelich, que pertenecieron al círculo íntimo del régimen peronista; las fuerzas armadas y la policía argentina eran notoriamente antisemitas y lo siguieron siendo, como lo demuestra la alta proporción de judíos entre los desaparecidos durante la última dictadura militar. A menos que se quiera opinar que ellos abundaban en la subversión mucho más que en la población en general, lo que sería un argumento típicamente antisemita.

La Argentina no estuvo sola en estos menesteres, ya que muchos criminales de la calaña descripta encontraron cobijo con la ayuda del Vaticano, que suministró pasaportes a muchos de ellos. Pero ésa es otra historia.

En cuanto a Eichmann, ya su entrada en el país fue con documentos aceptados por un gobierno argentino que seguramente sabía que eran falsos. Quienes le dieron trabajo sin duda también sabían quién era, y nunca lo denunciaron. La Argentina, pues, protegía a los nazis y la suposición de que extraditaría a Eichmann si Israel la pedía era tan ilusoria como lo es la suposición actual de que EE. UU. entregaría a Posada Carriles para que fuera juzgado en Cuba o en Venezuela. Es más: si Israel pedía esa extradición, ponía al criminal sobre aviso y con la

poca disposición de las autoridades argentinas a colaborar para esa extradición, Eichmann hubiese "desaparecido" de inmediato y difícilmente se lo hubiera vuelto a hallar. Igualmente me parece poco eficaz que ahora la Fundación Simon Wiesenthal ofrezca una recompensa por Aribert Heim, quien a estas horas debe estar en Tombuctú o en cualquier otro lado, menos en la Patagonia.

Es decir que todo indica que, una vez localizado Eichmann en la Argentina, de seguir Israel las normas diplomáticas y procesales pidiendo la detención y luego la extradición del "Tecnólogo del mal", éste jamás hubiera sido encontrado ni detenido y mucho menos extraditado. Claro, se hubieran respetado todas las garantías y chicanas legalistas; no se hubiera violado la soberanía argentina; tampoco "burlado" los controles migratorios, ni podido someter a juicio a uno de los peores y paradigmáticos criminales de la historia moderna.

Es muy deseable respetar las normas y las leyes. Lo mismo hicieron los jueces nazis, sometidos luego al segundo juicio de Nuremberg. Las leyes eran criminales, pero ellos cumplieron con su deber al imponerlas, porque la ley es la ley. Fueron condenados -según ellos- injustamente porque sólo habían hecho su deber. También Pinochet fue detenido en Londres a pedido de Garzón, y después lo soltaron y finalmente logró -mediante artimañas como la de fingirse inimputable, por ejemplo- eludir a la Justicia de su propio país.

Los casos de juicios a los responsables de crímenes de lesa humanidad que se están produciendo en estos días en nuestro país son completamente diferentes. Han pasado 25 años desde el retorno de la democracia, y la situación política se ha estabilizado. Tenemos un gobierno decidido a que se haga justicia. Recordemos que en 1987 los mismos acusados de crímenes aberrantes impusieron al gobierno constitucional del Dr. Alfonsín la sanción de dos leyes ilegales. De acuerdo con una interpretación estrictamente legalista, el presidente de la República violó la ley al aceptarlas, pero en esa ocasión lo hizo de acuerdo con el principio del "mal menor" porque es probable que, de haber insistido con el enjuiciamiento, hubiera sido depuesto; porque los delincuentes no eran delincuentes comunes. Como tampoco lo era Adolf Eichmann. Tal vez, si en el 2008 Israel pidiera la detención y extradición de Eichmann, le sería concedida como lo fue la de Erich Priebke. Pero en 1960 eso resultaba muy poco probable: la situación era completamente diferente. Estaba Frondizi en la Presidencia, pero los que gobernaban eran los militares que no dejaban de hostigarlo hasta que lo depusieron.

Entonces, Israel, en 1960, adoptó una opción ilegal pero legítima y justa. Convencida de que la alternativa era el santuario y la impunidad del criminal, optó por asegurarse de que se haría justicia. Si una muerte -aún lograda mediante un secuestro- contra seis millones hace justicia, es otra pregunta, que escapa a la esfera de lo jurídico. Pero lo ocurrido no era reparable.

Es llamativo de qué manera la comunidad internacional -si tal cosa existe- trata las violaciones a la soberanía de las naciones o a los derechos humanos en las mismas. Hay cientos de casos de ambos delitos en todo el mundo, pero pocas veces se habla de ellos, salvo que ocurran en Israel, Palestina o en Cuba, según la opción ideológica del que opina. Es evidente que los inmigrantes ilegales a Europa o a los EE. UU. violan la soberanía de esas naciones, pero gozan de la simpatía de todos los perseguidos y explotados del mundo. Claro que no son agentes de sus gobiernos y en eso radica una diferencia fundamental. Pero en su territorio soberano, de hecho cada gobierno hace las barbaridades que quiere con sus propios ciudadanos, porque la soberanía territorial es inviolable. El mundo mira el genocidio de Darfur -como miró el de Ruanda- sin intervenir porque el gobierno de Sudán no los deja entrar. ¿Es eso humano? Claro que la alternativa es la "guerra preventiva", un recurso muy peligroso. Es como cuando la policía no puede intervenir para evitarlo aunque vea que la comisión de un delito es inminente; sólo puede tratar de recoger la leche derramada una vez que el cuenco fue destrozado. Es justo pero no es sensato. La cuestión es: ¿cuál es el poder del que toma las decisiones? La justicia viene más tarde o, más frecuentemente, no viene. Eso fue lo que los israelíes no aceptaron al secuestrar a Eichmann. Prefirieron cometer un delito para poder castigar un crimen infinitamente más grave.

TOMÁS BUCH (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Tecnólogo generalista