Todo sigue igual en Bolivia, al menos desde lo formal. En el referéndum revocatorio del domingo, tanto el presidente, Evo Morales, como la mayoría de sus opositores fueron ratificados en sus cargos. Morales obtuvo el 63% de los votos por el "sí" (7 puntos más que los que consiguió en las elecciones del 2005); mientras, sus opositores, los prefectos de la llamada "Media Luna autonomista" -Santa Cruz, Beni, Pando y Tarija-, también seguirán al mando de sus departamentos. Con las dos facciones fortalecidas, la división interna parece profundizarse.
"Estamos acá para seguir avanzando en la recuperación de los recursos naturales y para la consolidación de la nacionalización", dijo Morales tras conocer la victoria. Y agregó: "El mandato del pueblo boliviano será respetado y aplicado en todo el país, para que Bolivia cambie, tenga igualdad y dignidad".
Es el último capítulo de una larga historia. Hace diez años, Hugo Chávez irrumpió en el gobierno clamando contra los intereses corporativos y Estados Unidos. En su estela llegaron Evo Morales, en Bolivia, y Rafael Correa, en Ecuador, que compartieron la visión populista para conformar lo que se ha llegado a conocer como "el socialismo del siglo XXI", aprovechando el fracaso de la elite gobernante para aliviar la creciente pobreza. Con un mandato fuerte y la imagen de los partidos de la clase dirigente por el suelo, centralizaron el control económico y político y destruyeron el poder de los partidos de la vieja guardia. También buscaron un control más estricto de las industrias de energía, a través del aumento de los impuestos sobre beneficios extraordinarios o una total nacionalización, prometiendo redistribuir la riqueza a los pobres.
En el proceso crearon nuevas fuerzas opositoras provinciales que intentan impulsar sus propios intereses mientras retienen o aumentan la participación de sus regiones en los ingresos de petróleo y gas.
Los dirigentes locales en Ecuador organizan un "levantamiento nacional" contra Correa y los líderes nacionales tuvieron un papel decisivo en defender el intento de Chávez de abolir los límites de los períodos presidenciales en Venezuela. En las provincias de Bolivia y Venezuela los líderes locales (alcaldes y prefectos) están montando una oposición que puede convertirse en una amenaza permanente para los populistas en las capitales. "Los tradicionales sistemas de dos o tres partidos se han evaporado. Y lo que emergió en oposición son estos movimientos regionales", dice Christopher Sabatini, del America's Society/Council of the Americas. "Van a ser una parte permanente del paisaje político".
La revuelta más fuerte llegó a Bolivia, en donde el plan de Morales para la reforma de la tierra le daría a La Paz autoridad para tomar las tierras agrícolas no productivas de los terratenientes ricos y dárselas a familias pobres sin tierra. Desde que Morales anunció el plan, en el 2006, y empezó a presionar por una nueva Constitución que trazara nuevamente el mapa político a favor de la mayoría indígena y pobre, cuatro de las nueve regiones de Bolivia votaron por una mayor autonomía.
El año pasado los activistas políticos en el departamento de Santa Cruz asumieron el control del aeropuerto de mayor movimiento en el país, demandando que las cuotas de aterrizaje se pagaran localmente y no en La Paz. En junio, Savina Cuéllar, ex aliada de Morales, fue electa prefecta (gobernadora) de Chuquisaca. También apoya el movimiento de autonomía que busca que las regiones recauden sus propios impuestos, elijan directamente a sus asambleístas y tengan mayor autoridad sobre asuntos como caminos y escuelas. Las provincias rebeldes también amenazaron con boicotear o en algunos casos desconocieron los resultados del referéndum, lo que podría aumentar las tensiones internas y disminuir la credibilidad del presidente.
En Ecuador, Correa reavivó viejas rivalidades entre la capital y la ciudad de Guayaquil, en la costa del Pacífico. Tomó su clara victoria en las elecciones presidenciales del 2006 como un mandato para presionar por las reformas constitucionales dirigidas a la redistribución de la riqueza, reforzar el control estatal de la economía y centralizar el Poder Ejecutivo. Otros no están de acuerdo.
El pasado noviembre la gobernadora de la provincia de Orellana, Guadalupe Llori, supuestamente orquestó una protesta que ocasionó daños de millones de dólares a la producción petrolera del país. A principios de este año, Jaime Nebot, el alcalde de Guayaquil, dirigió un mitin en las calles para protestar por la pérdida de autonomía local.
Con las elecciones municipales y un referéndum sobre las reformas constitucionales programado para setiembre, la ahora fragmentada oposición puede empezar a unirse. Marlon Santi, líder de grupos aborígenes rurales en las tierras altas y territorios del Amazonas, está llamando a un levantamiento indígena nacional contra Correa y dice estar discutiendo "los próximos pasos con otros movimientos sociales".
Las fracturas están surgiendo también en Venezuela, en donde Chávez fue considerado invencible por mucho tiempo. En diciembre los electores rechazaron un referéndum que le habría permitido postularse a la presidencia indefinidamente y nombrar a los líderes regionales. Los gobernadores y alcaldes, particularmente opuestos al plan, están poco dispuestos a ceder autoridad a Caracas. El aumento en la criminalidad y la alta inflación han dado a estos líderes un atractivo aún mayor. Chávez teme perder Caracas y sus suburbios ante personas como Leopoldo López, alcalde de la municipalidad de Chacao, en Caracas, y Enrique Mendoza, el ex gobernador de Miranda, el segundo estado más poblado de Venezuela.
Hasta ahora, estos líderes regionales no articularon una plataforma política común, más allá de echar atrás la presión de las capitales. Pero ya que los viejos partidos políticos no muestran señales de reforma, ellos están llenando un vacío. Ciertamente, en estos días los nuevos movimientos provinciales son los que representan una oposición.
ANDREW BAST
Newsweek