Lunes 11 de Agosto de 2008 Edicion impresa pag. 34 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Huella digital

¿Y qué música iba a elegir para escribir sobre esta huella digital? A decir verdad, ella me eligió a mí. Habrá evaluado: para esta piba hoy, algo hermoso, melancólico, que llore y que sonría, que se eleve de repente en un grito y caiga suave gimiendo. Habrán evaluado eso, Astor Piazzolla y Gerry Mulligan, mientras me acerco al mural. Acompáñeme.

Frente a la plaza San Martín - pleno centro de la ciudad de Córdoba - se yergue el Cabildo. Sus usos han cambiado, sus paredes están ahítas de memoria, mareadas de cambios terribles; que pasaron de ser el Legislativo colonial a la sede de la policía provincial, y, desde el Cordobazo en adelante, el centro de detención y tortura de la militancia que inauguraba una épica que aún resuena. Allí estuve yo, en el '71, y el dato vale para que usted entienda que, al adentrarme al callejón del costado, flanqueado por altos muros, de un lado el antiguo convento de las Carmelitas Descalzas y del otro el propio Cabildo, al pisar esos empedrados tal y como lo habrán hecho generaciones (ah este bandoneón, Astor, y esa trompeta, Gerry, y ese cuasi final suspendido), me acompaña en una suerte de peregrinaje.

Llegamos. Es un callejón sin salida, un paréntesis en el afiebrado ritmo ciudadano. Y hasta los sonidos se atenúan, y sólo nuestros pasos resuenan infinitamente hasta llevarnos al mural. Entonces lo que aparece es una vastísima huella digital, que abarca metros y metros y que aún tiene espacios en blanco, y cuando el alma guía los pasos, hecho un zombie el cuerpo, la huella se descompone (nota a nota, sincopada, golpeando suavemente las teclas, una a una) en nombres. Miles de nombres, que la vista va siguiendo alterado todo sentido del espacio, balanceando la cabeza siguiendo la línea de aldos y martinas y juan domingo y abel y marta, buscando, buscando, en la inconmensurable lista de 1.976. La vista se pierde, se encuentra, se vuelve a perder: hay marías y luisas y necesitamos que se junten, que digan su nombre, que identifiquen su presencia. (Ahora es casi ritmo de marcha, el bandoneón urge, la trompeta hace un fondo gimiente). Dónde estás, dónde estás hermana.

Ahí. ¿La puede ver? Abajo en el muro, como si dijéramos esa parte del dedo que al apoyar dejando la huella se reafirma porque ya va a dar la vuelta para arriba. Así que María baja suavemente, una oleada que se continúa en Luisa horizontal y vuelve a subir en Salto Segovia. Marita. (El bandoneón susurra, la trompeta lo sostiene en una única nota y ambos se disuelven en una suave, dulce tristeza.)

Déjeme tocar este nombre con mis dedos, recorrerlo desde la tierna m hasta la vocal abierta del final, un grito esa a, una llamada, un saludo, quizás...aquí estoy, me dice. Aquí estamos hombres y mujeres eternizados en veinte años. Y aunque hayan querido borrar hasta nuestra memoria, ¡miren qué buena idea, somos la identificación por antonomasia, el invento argentino, la huella digital! Hola, hermana. Hola, hermanos.

(La música es un bailoteo que indica seguir, un pasito Astor, un pasito Gerry), y nos va llevando hacia esa puerta de vidrios chiquitos, con una placa sencilla que dice "Museo de la memoria". Caminemos entre estos pibes, estas pibas, ellos melenudos, ellas pantalones elefante, atravesándonos desde fotos con esa mirada desafiante que conozco bien porque es la mía, yo podría estar ahí y ah, cuántas veces me pregunté si yo no debería estar allí y no ella, tan recién emergida a su propia historia.

Salgamos de aquí, aprovechemos el entretejido final que arma el bandoneón y la trompeta, hagámosle caso: ya está. No hace falta que reconozca mi propio calabozo, ni que mire esa escalera oscura que lleva hacia mi pasado. El sol está brillando triunfal en el mediodía cordobés, y seca un par de lágrimas que ni llegaron a asomar.

 

MARÍA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

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