Lunes 11 de Agosto de 2008 > Carta de Lectores
Horizonte tormentoso

Afirmó el jueves pasado el ex presidente interino Eduardo Duhalde que "hay luces amarillas; el país está como en 1997", lo que fue su manera de decir que a menos que tengamos mucho cuidado terminaremos cayendo en una crisis económica gravísima como la del 2002, pero parecería que hoy en día el tiempo corre más rápido que antes porque, a juzgar por lo ocurrido últimamente, ya estamos en 1998 ó 1999. Desde que habló Duhalde, los títulos públicos se han desplomado de forma estrepitosa, se ha reanudado la fuga de dólares, la Bolsa sigue cuesta abajo y el índice riesgo país se ha puesto por encima de los 700 puntos conforme a algunas mediciones y 1.000 puntos según otras. Los motivos del "golpe de mercado" son evidentes. La conferencia de prensa que la presidenta Cristina de Kirchner y sus asesores de imagen celebraron como un éxito rotundo, en el que dio a entender que no modificaría nada y elogió los esfuerzos del secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, asustó tanto a los agentes económicos extranjeros y argentinos, que en seguida optaron por deshacerse de sus acciones locales. Asimismo, la compra de bonos a una tasa de interés sumamente alta por Hugo Chávez -el que, ni lerdo ni perezoso, se las arregló para venderlo pocas horas después-, sirvió para recordarles que la Argentina no puede conseguir créditos en el mercado financiero habitual, razón por la que se ve constreñida a depender de la "generosidad" de quien hace las veces de un usurero vecinal.

Cristina y su marido se sentirán tentados a interpretar lo que está ocurriendo en clave política, atribuyéndolo a una conspiración "destituyente", cuando no golpista, urdida por empresarios, especuladores y burócratas internacionales y vinculándolo con el conflicto con el campo que el gobierno mismo provocó, pero no les convendría en absoluto actuar en consecuencia. Como descubrieron otros presidentes, entre ellos el radical Raúl Alfonsín, intentar luchar contra "el mercado" con movilizaciones callejeras y discursos furibundos resulta contraproducente. También, aferrarse a un curso de acción que a juicio de los demás es insensato. Como acaban de confirmar varios empresarios importantes, la inflación ya ha alcanzado el 30% anual. Por lo demás, señalar, como en efecto acaba de hacer el ministro del Interior, Florencio Randazzo, que subestimar la inflación es un buen negocio puesto que "por cada punto que aumenta... hay que pagar 1.800 millones de pesos más de deuda", sólo hace pensar que el gobierno está estafando adrede a los acreedores, lo que por cierto no ayudará a restaurar la confianza en su capacidad para manejar la economía.

En el transcurso de su gestión, el entonces presidente Néstor Kirchner logró convencer a la mayoría de que administraba la economía nacional con prudencia y pragmatismo, de ahí los años de "crecimiento chino", pero a juzgar por lo sucedido a partir de mediados del año pasado los buenos resultados se debieron menos a su habilidad que a una combinación extraordinariamente favorable de factores externos e internos: el famoso "viento de cola" suministrado por los precios elevados de los commodities, una devaluación brutal, la eliminación de muchas deudas empresarias, los frutos de las inversiones de la década de los noventa, la importación en aquel período de bienes de capital y el temor de los obreros a perder el trabajo en una sociedad acostumbrada a abandonar a su suerte a los desocupados. Por desgracia, Kirchner se limitó a aprovechar políticamente las circunstancias así supuestas sin procurar preparar al país para un eventual regreso a la "normalidad". El precio que tendremos que pagar por tanta miopía amenaza con ser muy alto. Todavía queda tiempo para corregir las distorsiones peligrosas que se han producido para que el crecimiento de los años últimos no se vea seguido por una recesión acaso prolongada signada por la "estanflación", lo que con toda seguridad daría pie a una situación política difícilmente controlable, pero el gobierno tendría que reaccionar muy pronto. Si bien Cristina parece consciente de la necesidad de modificar su estilo, hasta ahora no ha dado señales de estar dispuesta a introducir cambios significativos en la política económica resueltamente cortoplacista que heredó de su marido, aunque debería serle evidente que el plazo mediano ya ha llegado.

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