Suele poner el dedo en la llaga con datos contundentes: "Mueren 70 chicos por día". En la estadística pública lo ve como un ocultamiento. Denuncia que el exceso de individualismo en los últimos 30 años viene provocando la marginación actual de los jóvenes.

El experto juega al anticipo con la exhortación de que el desafío del presente y el futuro inmediato es pelear por los derechos económicos, sociales y culturales de las nuevas generaciones. Como abogado, dejó sus huellas digitales en la redacción de la ley nacional Nº 26.061, cuyos postulados son la protección integral de los derechos de niñas, niños y adolescentes. Sus investigaciones propias y de otros colegas -producto de una recopilación en una década- se reconocieron en ese articulado durante el 2005.

-Si una norma demandó 10 años de discusiones, ¿cuánto va a costar tener una política seria en la Argentina?

-Depende de la voluntad política...

-¿Existe?

-Ah, no sé. Mi trabajo en Naciones Unidas no me permite opinar de cuestiones políticas.

-Usted es ciudadano argentino...

-Sigo insistiendo en que estoy en función de trabajo.

-¿No opina como ciudadano?

-No existen los off the record (risas). No aporto nada a la política. La Argentina tiene obligaciones en ámbitos internacionales y la Convención de los Derechos del Niño se volcó a la Constitución nacional. Algo se cumple. La ley es un progreso más. Tiene que ser implementada a nivel nacional y provincial. Somos un país federal. No todas las provincias actúan igual ni poseen las mismas voluntades políticas.

-¿Hay alguna forma de torcerlas cuando son perjudiciales?

-Los compromisos que son vinculantes y las organizaciones no gubernamentales deben vigilar que haya partidas presupuestarias. Se notan falencias en Poderes Ejecutivos de cara a atender los derechos económicos, sociales y culturales. Faltan políticas claras destinadas a romper con el núcleo más duro de la pobreza que se fue gestando en la década del '90. Se desatiende al excluido, a quien debería alcanzar de una vez por todas servicios sanitarios o educativos. Aparece la droga o el primer delito juvenil.

-¿Es justo que el Estado se tenga que hacer cargo de todo? En la realidad cotidiana quedan al desnudo los padres abandónicos o las irresponsabilidades ciudadanas...

-Primero analicemos si el padre tiene trabajo.

-¿Usted no cree que la pobreza y la exclusión van por cuerdas separadas al devenir de familias supuestamente bien constituidas, quienes a lo mejor no saben o no les interesa si su hijo vive borracho en la vereda?

-No es un chico de la calle. Allí se observa otro tipo de conducta y problema. El primer inconveniente que debemos evaluar es si las sociedades se van a hacer cargo o no de las cosas que generan. Surge una prevalencia del consumo del alcohol. Está bien visto porque es parte de una diversión y podemos visualizar el negocio por detrás. La comunidad, en lo que debemos corregir, tiene un papel secundario. El actor central es el Estado. Su misión es proveer lo básico a partir de un mandato que se le da a alguien para que lo administre civilizadamente.

-¿El poder administrador se la juega en este aspecto?

-Es la pregunta que debemos formularnos: lo hace en forma civilizada respecto de los intereses de las personas o a veces busca el costado de un determinado grupo. Dentro del contrato social, el Estado debería procurar que ninguna persona se muera de hambre, esté por debajo de la línea de pobreza o en la indignidad total; por lo tanto ahí están los puntos de responsabilidad muy graves. Debe velar por lo mínimo, es decir: nutrición, vestuario, vivienda.

-Plantea corregir situaciones indignas...

-No nos merecemos como sociedad saber que muchos viven a la intemperie, cerca de lugares contaminados. Después encontramos una justificación cuando un chico muere por tal razón; sin embargo hacía cinco años que venía atravesando etapas de subdesarrollo por vivir a la intemperie, lo que le provocó un daño a sus bronquios.

-¿Cómo se encara una tarea de contención a niños o adolescentes sin terminar como el sacerdote Julio César Grassi o el psicólogo Jorge Corsi (cuestionados por la Justicia)?

-Es complejo. Las actitudes del ser humano son a veces inentendibles. Son difíciles de prevenir. Siempre se espera que una buena cantidad de personas que trabajan en un lugar se conviertan en una verdadera red precautoria para el cui

dado y la protección. Resulta engorroso combatir tramas de paidofilia con el uso masivo de internet que facilita el hallazgo de páginas pornográficas. Todo lo que tenga que ver con actuar antes es saludable.

-Le cambio la pregunta. ¿Es más intrincado para la sociedad actual afirmar los valores humanos o la frivolidad está al orden del día?

-Lo más penoso es romper lógicas de individualismo que hemos tenido en la sociedad desde la década del '70 para acá.

-¿Cómo se explica?

-Más allá de la gravedad de estos hechos puntuales, no tomamos conciencia de que en la Argentina mueren 60 o 70 chicos diariamente. ¿Cómo puede ser que haya esa cantidad de personas fuera del sistema y de las posibilidades de una vida digna? ¿Cómo puede ser que comprometamos el crecimiento de tantos chicos y las posibilidades de tantas personas? Se cae un avión, es tapa de los diarios y lloramos todos. La muerte diaria de un chico a raíz de cuadros prolongados de desnutrición y defensas bajas nos dice que algo pasa en el proceso.

-¿Qué es lo que pasa?

-Perdemos la condición o sensación humana de mirar al prójimo. Nos quedamos en dónde estoy yo y si me encuentro cómodo. Me pregunto cómo queda ese otro que está en una contingencia mucho peor.

-¿Y en qué categoría ubicamos al chico de la calle?

-Pasan a ser considerados peligrosos por ciertos estamentos. Y la sociedad se pregunta cómo una adolescente pudo quedar embarazada.

-Por algo será... (el mismo justificativo empleado por una parte de la sociedad argentina durante la dictadura militar cuando tomaba conocimiento de los secuestros de personas).

-Exacto. Todo está mal. Estamos ante un fenómeno ligado a perder esta condición de sociedad y ver qué le pasa al otro y cómo buscamos una solución.

-Tenemos anteojeras...

-Desde los '70 que venimos con una exacerbación del individualismo. Lo que me pasa a mí prima por el interés común. Ojo, aclaro, no está mal que la gente busque su confort, es lógico. Sin embargo, considero que no hay que hacerlo a espaldas de otras personas. Hay vecinos que rechazan la tarea de organizaciones no gubernamentales o un ente estatal cuando atienden chicos en conflicto con la ley por el sólo hecho de que compartir el barrio les baja el valor de la propiedad.

-¿No resulta razonable que una familia tenga miedo y viva enrejada para cuidarse de los asaltos?

-Es obvio y respetable, pero también es cierto que el delito como un fenómeno general no surge de la nada. Está relacionado con los temas de exclusión y pobreza. No lo justifico. Son muchas las causas que lo generan. La solución no es aumentar penas ni aplicar medidas demagógicas. Deben producirse cambios con un conjunto de políticas sociales y luego pensar en modificaciones al Código Penal.

-¿Lo cortará de raíz?

-Hay que romper con núcleos de pobreza que están generando actividades marginales. El taxista que labura 12 horas tiene derecho a quejarse de la inseguridad. Aun así, lo que se generó en 20 años no se soluciona en uno. No es cierto que todos los jóvenes sean peligrosos.

-¿Cómo se lo hacemos entender a la gente?

-Nos quieren hacer creer que los delitos juveniles crecen en forma exponencial. No hay trabajo serio. Para los diarios de cualquier país latinoamericano, la culpa la tienen los jóvenes. Subyace un dato paralelo: la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL) pronosticó que el nuestro no es el continente más pobre y paralelamente puso el acento en que es el de peor distribución de la riqueza y de mayor iniquidad. En los barrios empobrecidos, viven adolescentes a los que no les queda otra que enrolarse en pandillas porque es el único lugar de pertenencia que encuentran. Allí, la única respuesta del Estado suele ser la presencia policial con un carácter exclusivamente punitivo. No le estamos dando opciones, una utopía, un sentido de vida, un acceso a la educación y al empleo.

La calle o la influencia paterna 

Morlachetti es casi un "embajador sin cartera", como diría el extinto relator futbolístico José María Muñoz. Se recibió de abogado en la Universidad de Buenos Aires y se graduó con un máster en la universidad norteamericana de Columbia.

Tiene 40 años y reside en Buenos Aires aunque su "oficina virtual" está arriba de los aviones, pues como consultor de la Organización de las Naciones Unidades para la Infancia (UNICEF) dicta cursos y conferencias en diversos países de América Latina, a razón de 50 por año. Visitó Viedma para exponer en un taller de salud mental y juventud. Su foja de servicios se completa con su participación en la maestría de Políticas Públicas ofrecida por la Universidad Nacional del Comahue (UNC).

Si bien su hobby preferido es practicar el aerobismo, habla pausado y se toma el tiempo necesario para desarrollar sus ideas.

"Infancia es destino" reza el slogan de la Fundación Pelota de Trapo. La fundó su padre Alberto en Avellaneda, a escondidas de la dictadura militar y en su viva presencia. Lo marcó a fuego y le permitió convertirse en un especialista cuando vio que era posible ofrecer desde una entidad sin fines de lucro una serie de programas destinados a niños y jóvenes en situación de pobreza y abandono. Alejandro la presidió por varios años pero, al ver que la realidad latinoamericana le estaba robando la vida a los jóvenes, decidió que lo suyo sería luchar por los derechos de los niños y contra la iniquidad social desde un peldaño superior como la UNICEF y desarrollar trabajos de consultoría para la OEA y la fundación Kellogg.

ENRIQUE CAMINO

rnredaccionviedma@yahoo.com.ar