La peor señal sobre el deterioro creciente de la situación económica que está siendo anticipada por el comportamiento negativo de los mercados, factor que ha vuelto a dejar a la Argentina -en cuanto a los indicadores financieros- en un subsuelo de riesgo sólo comparable al de marzo del 2001, la acaban de dar dos ministros del gobierno nacional.
Por un lado, el de Economía, el parco Carlos Fernández habló por sus voceros de la "sustentabilidad" de los números macro y luego el de Interior, Florencio Randazzo, atribuyó las caídas de bonos y acciones, la suba violenta del riesgo-país y el constante drenaje de capitales a "especulaciones" sobre una eventual desconfianza de los agentes económicos.
La memoria de los argentinos sabe muy bien que cuando se utiliza ese tipo de argumentos de compromiso desde el poder político es que las cosas vienen mal barajadas y por eso tienden a cubrirse aún más y a acelerar la situación. Ahora, para completar el cuadro e incentivar el retiro de depósitos, la venta de bonos o la compra de dólares o euros sólo se aguarda que aparezcan las voces de la paranoia que digan que todo se debe a la maldad intrínseca de quienes se oponen al actual modelo, los que estarían buscando dar un "golpe de mercado" para desestabilizar al gobierno nacional. Desde 1989 hasta hoy, ya fueron varias las oportunidades en las que se emplearon semejantes razonamientos y nunca con suerte para los gobiernos.
El verdadero cambio para zafar de que la historia se repita estaría dado por reconocer algunas dificultades del modelo y sobre todo de su ejecución, lo que debería terminar, a la corta o a la larga, en un relevo de equipos y de prácticas para dotar de mayor credibilidad y transparencia al manejo de la economía. Si se toman ya mismo esas decisiones de fondo que clarifiquen la situación o si se va a perder tiempo en discursos antimercado es lo que hará la diferencia para que el panorama se serene o se distorsione aún más. En estas cuestiones, la velocidad de ejecución juega como un factor vital.
Por más que se registre un importante consenso de los economistas sobre las mínimas chances que hay de que se vuelvan a repetir episodios como los de las hiperinflaciones de Alfonsín y Menem o el "corralito" de De la Rúa o el "corralón" de Duhalde, que desembocó en el canje de deuda de Lavagna-Kirchner, es evidente que los llamados pilares del modelo están tecleando y que hay que ponerse a trabajar. Lo insólito es que hoy no existe evidencia de que los actuales funcionarios estén siquiera buscando la forma de cambiar el curso de los acontecimientos.
A la luz de los números, y no sólo como secuela del conflicto con el campo, se observa un preocupante deterioro fiscal (con subsidios imparables que ya le restan recursos vitales a las provincias y a la obra pública), deterioro comercial (suben las importaciones y las exportaciones sólo se mantienen arriba por precios y no por volúmenes vendidos), pérdida de reservas que deterioran la relación con el circulante, falta de inversión y un parate productivo que no se hace más profundo todavía porque la situación energética se ha comportado bastante bien, por ahora. Por otro lado, está la situación de falta de financiamiento, lo que no es una novedad, ya que se mantienen impagos fondos a bonistas y al Club de París. El detonante de la última semana no sólo fue que Venezuela volvió a sacar la chequera para tapar el agujero argentino, sino que lo hizo a una tasa de casi 15% anual en dólares y sobre todo que 24 horas después de que Hugo Chávez se pavoneara diciendo que los bonos argentinos "valen oro" los mandó a mal vender en Nueva York, provocando una corrida espectacular contra el resto de las emisiones.
Sin embargo, el punto central de la debilidad de la economía pasa hoy por el control efectivo de la inflación, algo ajeno a la medición del INDEC, aunque desde el propio gobierno se tiende a confundir de modo interesado ambas situaciones, una previa y otra posterior al proceso de formación de precios.
Los economistas también aseguran todavía casi de modo unánime que, pese a todos estos lastres y con los remedios adecuados, la situación general se puede revertir favorablemente en pocos meses.
Los analistas de la calificadora Moody's han dicho en la semana "queremos ver" y no hablaban sólo de los números cada día menos creíbles de la economía argentina, comenzando por la medición de los precios, que deja a todas las demás estadísticas bajo sospecha. Se referían esencialmente a saber si Néstor Kirchner seguirá siendo el ministro de Economía en las sombras y si se quedará finalmente Guillermo Moreno, el ejecutor de recetas que huelen a naftalina, sobre todo después de la interesante recomposición de imagen que ha buscado generar el gobierno, desde la asunción de Sergio Massa como jefe de Gabinete.
HUGO GRIMALDI
DyN