Cobos en el limbo
Desde que votó en contra de las retenciones móviles, el vicepresidente Julio César Cleto Cobos cuenta con un índice de popularidad mucho más elevado que el de su jefa formal, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner -según las encuestas, la aventajaría por un margen muy amplio si los dos se enfrentaran en elecciones presidenciales- y es bien posible que la diferencia se mantenga hasta terminar su gestión teóricamente conjunta, pero no le será del todo fácil transformar el capital político así supuesto en poder genuino a menos que una futura crisis institucional le permita aprovechar su lugar a la cabeza de la línea sucesoria. Mientras tanto, el resto del país asiste perplejo a las vicisitudes de la extraña interna oficial que está celebrándose, en que la presidenta y casi todos sus funcionarios procuran minimizar la importancia del vicepresidente, cuya buena imagen les es tan molesta, a sabiendas de que un esfuerzo demasiado vigoroso por expulsarlo del gobierno provocaría una reacción ciudadana airada que los perjudicaría. Desde el punto de vista oficial, lo mejor sería que Cobos renunciara, pero sucede que en diversas ocasiones ha afirmado no tener intención alguna de imitar el gesto del vicepresidente del gobierno de la Alianza, Carlos "Chacho" Álvarez, que despejó el camino al golpe civil que no tardó en producirse. Por el contrario, parece resuelto a aferrarse a su cargo, lo que es comprensible puesto que si no fuera vicepresidente sería sólo un político opositor más.
Dadas las circunstancias, los esfuerzos kirchneristas por ponerlo en cuarentena como si fuera portador de una enfermedad contagiosa no pueden sino parecer mezquinos y a veces ridículos. Las alusiones por lo común tangenciales a la "traición" de Cobos, las definiciones sesudas de juristas tan eminentes como el ministro del Interior Florencio Randazzo y su colega de Justicia Aníbal Fernández del papel dócil y obediente que a su entender debería desempeñar el vicepresidente y la irrupción de Cristina, acompañada por un séquito conformado por siete gobernadores provinciales y cuatro ministros nacionales, en Mendoza con el propósito de hacer creer que es más popular que Cobos en su terruño, sólo sirvieron para hacer pensar que el tema del vice "traidor" la obsesiona. Por su parte, Cobos se dedica a tejer alianzas con figuras opositoras, en especial radicales, y a disfrutar de su popularidad entre quienes, como los ruralistas, han sido denunciados por "golpistas" por la presidenta y su cónyuge. Se trata de una especie de vendetta, pero de una que por fortuna está dirimiéndose a través de actos simbólicos, lo que es una prueba de que, pese al deterioro notable de la calidad institucional en el país desde antes del colapso del gobierno de Fernando de la Rúa, nuestra cultura política ha evolucionado de forma positiva. Al fin y al cabo, en otras épocas los peronistas no habrían vacilado en emplear métodos contundentes para librarse de un vicepresidente de origen radical que ayudara a que un gobierno liderado por una compañera experimentara una derrota política sumamente humillante.
Si el desenlace de esta pelea dependiera de la opinión mayoritaria, Cobos ya habría sido declarado el ganador, pero en política los triunfos morales suelen valer muy poco. Para que su hora de gloria resultara ser algo más que una anécdota curiosa, producto de la manera improvisada con que los Kirchner formaron su segunda administración nacional, Cobos tendría que hacer de su posición anómala como opositor y miembro en teoría clave del gobierno la base de una fuerza política coherente. ¿Está en condiciones de hacerlo? Es probable que no, ya que los jefes actuales de la UCR no lo quieren y escasearían los peronistas o los integrantes de otros partidos dispuestos a aceptar su liderazgo. Nos vemos, pues, ante la paradoja de que un hombre que según las encuestas está entre los dirigentes políticos más populares del país, tal vez el más popular de todos, no podrá influir demasiado en el curso que tomen los acontecimientos. Si bien como todo vicepresidente existe la posibilidad de que en cualquier momento el destino lo convoque a asumir la presidencia misma, en tal caso le sería muy pero muy difícil formar un gobierno lo suficientemente fuerte como para sobrevivir mucho tiempo.