De las bolitas a las play station, de los barriletes de papel a internet, de los autitos de plástico a los modernos Hotweels, de varias décadas atrás a este presente, siempre el destino del inmenso mundo de los juguetes fue el mismo, los niños, los chicos, que de generaciones diferentes, siguen siendo básicamente los mismos.
Esos juguetes son generadores de enormes emociones o de profundas tristezas. Los juguetes son eso, son símbolos de sueños a futuro, son proyectos a media altura, son creatividad, imaginación, son solidaridad y por qué no, son compañía en un mundo chiquito, pero gigante a la vez.
Y quien más, quien menos, todos tuvimos un juguete preferido, irremplazable, compañero y pocas veces compartido. Te presto cualquiera, menos éste, sería la frase. En mi caso, era prestar cualquier juguete, menos una camioneta Rastrojera Duravit, con chasis de chapa y cajita de madera, igual a las de verdad que se veían en las calles en otros tiempos. Tampoco era prestable un autito de madera con suspensión de chapa construido por mi padre, era duro y difícil de romper, pero frágil a la vez porque significaba mucho más que un auto.
Y no sea cosa que alguna tía o madrina o alguien cercano a la familia eligiera regalar ropa, porque ahí sí que nos invadía la bronca. Nada como un juguete, nada como tener el tan esperado juguete, ese mismo que tal vez no había podido traer Papá Noel, que no alcanzaron a entregar los Reyes Magos y que no pudo ser con el presupuesto para el cumpleaños. Y las directivas eran claras, o te hacemos el cumple, o te hacemos el regalo, el regalo en realidad era la modesta pero esperada fiesta, esa donde escaseaban los globos y la comida era toda casera. Pero tenía un valor enorme.
Por eso, el día del niño era el tiempo donde esperábamos lo que durante otros acontecimientos no habíamos recibido. Y a veces se cumplía el deseo, a veces teníamos en nuestras manos el tan esperado juguete.
Y trasladados en el tiempo, las expectativas siguen siendo las mismas, con otras marcas, con otros nombres, con otras características, pero con las mismas esperanzas.
Uno que pide una lectora de CD, otro que pide plata para ropa, otro que pide cartas de Ben 10, un mini toy de Dragon Ball Z y algún juego para la compu.
Y qué diferencia a estos chicos de los de otros tiempos. Básicamente todo y básicamente nada, porque en definitiva todos esperan lo mismo, cargados de ilusiones y pocas veces de realismo, porque la influencia mediática no distingue poder adquisitivo.
Claro, uno sueña a su medida, sueña con las cosas que cree posibles, con las que no tuvo, con las que necesita. El resto las mira y sabe que están verdaderamente lejos.
A veces la espera lleva tanto tiempo que cuando es posible tener el juguete soñado ya se hizo tarde para jugar, porque hay un tiempo para el juego, hay un tiempo para la niñez, aunque se lleve silenciosa dentro de uno por la eternidad.
Pero vale el tiempo de los juegos, de las ilusiones cumplidas, aunque no cumplirlas implique el dolor oculto de los que no pueden. Siempre es la oportunidad para convertir un día cualquiera en el día del niño, pero justo ese día es el de la espera contenida, el de las ilusiones agigantadas.
No importan las marcas, no importan los tiempos, importan los protagonistas que miran desde abajo y sueñan a su medida.