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En el último número de una prestigiosa revista de Nueva York se comentan varios libros expresivos del interés que despierta en el país del Norte la nueva China y, en particular, sus expectativas ante la empresa que en estos días culmina en un paisaje arquitectónico de maravillas con los Juegos Olímpicos. Uno de esos libros se centra en una película reciente que dirigió Chen Shi-zeng, residente en EE. UU. El filme tiene como protagonista a un joven posgraduado que llega desde Pekín a una universidad norteamericana con un sueño personal de gloria: un Ph.D., una investigación merecedora del Nobel en Física y una esposa rubia de ojos azules. Se ilusionaba con resolver un problema límite, un misterio cósmico conocido como "Dark matter" (literalmente "materia oscura"), que da título -al mismo tiempo que un raro simbolismo- a la película. La empresa académica del ambicioso joven concluirá en una tragedia masiva: sintiéndose en permanente humillación, arbitrariamente complicado y postergado en su disertación de tesis, irá cayendo en psicosis y reaccionará finalmente matando a tiros en un "crescendo" asesino a sus arrogantes profesores. (1) La significación amplia del filme reside -según la nota crítica que lo analiza- en el hecho de expresar indirectamente un aspecto de la dinámica histórica entre China y las naciones que la dominaron. Se refiere a la resaca de humillación que potencias colonialistas dejaron, a través de sus episodios de expoliación durante más de un siglo, en un país dividido e impotente (la distribución del territorio entre gobiernos europeos, la usurpación de sus aduanas, las Guerras del Opio y la ocupación japonesa de Manchuria, por ejemplo). La historia del joven estudioso de la película sugiere oblicuamente la compleja relación china de admiración y resentimiento hacia el Occidente avanzado, el Japón y los Estados Unidos que particularizó el siglo XIX. La humillación sigue presente, según el análisis, en la conciencia de ese pueblo oriental. Desde principios del siglo XX y durante el régimen nacionalista abierto por Sun Yat-sen y continuado por Chiang Kai-shek -quien describió en 1924 aquellos atropellos de los europeos como una herida abierta- los chinos no cesaron de admirar y desconfiar de sus expoliadores, ni siquiera cuando Mao declaró en 1949 "La nuestra no será más una nación sujeta a insulto y desprecio. Nos hemos erguido". Pero el peso de ese pasado oprobioso ha seguido como obsesión popular. No pudo anularla la reversión en 1997 del estatus colonial de la floreciente Hong Kong por acuerdo con los ingleses. Ni los éxitos económicos impresionantes que siguieron a la apertura Deng y colocaron al país en expectativa hasta de constituirse en la potencia mundial señera, han sido suficientes para superar del todo los traumas psíquicos que la perturban. Los años transcurridos del presente siglo han dado ocasión frecuente para recidivas de esos sentimientos. Un caso expresivo ha sido la reacción popular ante el criticismo de gobiernos y medios en países de Occidente que, renovando las denuncias ideológicas por la masacre de Tiananmen en 1989, se actualizó con el apoyo público y reciente al reclamo de independencia del Tíbet en oportunidad del pasaje de la antorcha olímpica por distintos países. En esto se manifestó claramente cuán sensitivos siguen siendo los chinos a todo lo que ven como intromisión indebida en sus propios asuntos. Hasta el mismo Dalai Lama recibió ataques públicos y calificativos periodísticos de "lobo disfrazado con sotana de monje, un monstruo con rostro humano pero con el corazón de una bestia". Lo sorprendente, se comenta, es que la mayor parte de las demostraciones indignadas surgieron de jóvenes chinos nacidos posteriormente a la era Mao, mejor educados y mundanos pero todavía más nacionalistas que sus mayores. A lo que se agrega la expectativa actual de que el país pase de vencido eterno a vencedor prestigioso. Y esto nos remite a los Juegos Olímpicos 2008 que se abrieron en una Pekín engalanada con las obras de arquitectura tecnológicamente más avanzadas, costosas y futuristas: aeropuertos, parques y jardines, estadios, rutas, instalaciones, hoteles. Cuentan que se percibe en el aire la sensación de orgullo patriótico que los Juegos han despertado en la gente. Dice un comentarista que después de un siglo y medio de hambrunas, guerras, debilidad, ocupación extranjera y extremismo revolucionario, un creciente número de chinos -de afuera y adentro del país - ha llegado a apreciar a los Juegos Olímpicos como el momento catártico largamente esperado en el que su país puede al fin escapar del viejo estereotipo de ser "el pobre del Asia" o el gigante indefenso. De un grande, simbólico toque, el aura olímpica promete ayudar, piensan los optimistas, a que China se libere de sus tiempos históricos del desprecio, sacuda su legado de humillación y permita que el país renazca como la gran nación que en otros tiempos fue. Preguntado Chen Shi-zheng, director de este filme que expresa la parábola de vida del estudiante, si había tenido en mente en algún momento y de algún modo a los Juegos Olímpicos cuando planeaba la película, reflexionó que, aunque ambivalentemente, sí. Como el anti-héroe de "Dark matter" mientras vivía su sueño positivo de retornar a los suyos con gloria, él se había tentado en imaginar que su patria, resplandeciente de medallas deportivas y gozando en lo internacional de un respeto nuevo, podría acercarse a concretar un largamente negado sueño de grandeza. (1).- El argumento tiene relación de calco con una tragedia múltiple ocurrida en la universidad de Iowa en 1991. Allí un idealista y ambicioso doctor en Física de nombre Gang Lu, llegado seis años antes lleno de optimismo para sus posibilidades de triunfo académico, al sentirse finalmente menoscabado por desdenes recibidos en el tramo pos-doctoral, mató fríamente a tiros a su profesor Chistoph Goertz, a su consejero de tesis, a su rival de examen y compatriota y a tres miembros del comité universitario. Luego se suicidó. HÉCTOR CIAPUSCIO (*) (*) Doctor en Filosofía Especial para "Río Negro"
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