A pesar de las buenas intenciones, la gestión municipal de la coalición que encabeza Martín Farizano, en la que tantas expectativas ha depositado la oposición de esta provincia, amenaza con convertirse en un largo carreteo en el que el aparato no termina de despegar.
Surgida como enseñanza de la derrota opositora en las elecciones del 3 de junio de 2007, en las que el MPN triunfó una vez más frente a una oposición dividida, la concertación que integran fuerzas tan heterogéneas como la UCR, el PJ, Une, Libres del Sur y el Frente Grande encarnó de entrada el valor de la cohesión para enfrentar el hegemonismo del partido provincial. Pero al mismo tiempo estuvo colocada desde un comienzo frente a un doble desafío: superar el síndrome de la Alianza, que se resume en la idea de que todo armado político termina más tarde o más temprano estallando en mil pedazos, y dejar atrás el espacio seguro de la oposición para pasar al más complejo y arduo de la gestión.
En ese contexto, no es posible imaginar el éxito de la propuesta que encarna la actual gestión y su proyección más allá del ámbito municipal sin el concurso de ambos factores.
Sin embargo, el gobierno que encabeza Farizano podría sobrevivir a la ruptura de la sociedad que lo alumbró a condición de que concretara una gestión satisfactoria para los vecinos. Pero no ocurriría lo mismo de verificarse lo contrario: una coalición que, más allá de las diferencias, se mantuviera unida al precio de una gestión que no contentara al electorado.
En el primero de los casos, el ejemplo lo aportó el primer gobierno de Quiroga, que surgió de la Alianza y luego se despegó en aras de su propio proyecto. Pero el modelo no alcanzó para unir a todos en la tarea de arrebatarle la provincia al MPN.
Por momentos, el gobierno municipal, que vacila entre los desencuentros entre sus miembros y los amagues de lanzarse decididamente a la acción, parece creer que el mantenerse unido es suficientemente bueno en sí mismo como para darse por satisfecho. Pero se equivoca, al final del camino nadie le dará un premio por ese logro, que en la conciencia colectiva es simplemente el piso indispensable para concretar lo que verdaderamente interesa: un mejor gobierno.
En la Argentina, las alianzas electorales están en entredicho, no sólo por la experiencia fallida de De la Rúa y "Chacho" Alvarez, también por el interrogante que se cierne sobre la Concertación que hoy gobierna.
Una dirigente política con un cargo muy alto en la provincia reflexionó sobre el hecho de que son alianzas que se deshacen tan pronto como se tejen, porque son meros pactos electorales. "En cambio -razonó-, cuando los acuerdos son de fondo, como entre la Democracia Cristiana y el Partido Socialista chilenos, tardan más en hacerse y también en romperse".
Será por eso que en el gabinete municipal los fogonazos entre los distintos sectores son moneda corriente, como la puja entre el Une de Mariano Mansilla y el secretario de Tierras y Viviendas, Carlos Di Camillo, que hace poco obligó al intendente a respaldar a este último. O los desencuentros entre el secretario de Cultura, Oscar Smoljan, y su segundo, también de Une, que le cuestiona un supuesto "elitismo".
No son los únicos, también hay diferencias entre el secretario de Derechos Humanos, Jesús Escobar, de Libres del Sur, y Une, y entre los quiroguistas de la gestión anterior y los recién llegados en general. E, inclusive, entre aquéllos y sus correligionarios traídos por el actual jefe comunal. Después de todo, no es un secreto para nadie que Farizano ha desplazado a varios funcionarios heredados de su antecesor.
Todo ese ruido en la línea, que por momentos llega a las reuniones de gabinete, es expresión de una puja todavía no resuelta, en la que se expresa la lucha por los espacios de poder y también la voluntad de imponer determinados proyectos.
Así, por ejemplo, Une piensa que la vivienda, sin duda uno de los problemas más graves de la ciudad, puede ser el leitmotiv que le falta a la gestión, tanto como el pavimento y las grandes obras fueron el caballito de batalla de Quiroga.
Sostienen que los viejos funcionarios quiroguistas se han dormido en los laureles y sueñan con activar los loteos sociales para concretar no menos de 3.000 soluciones habitacionales antes de que termine la gestión.
En el otro extremo afirman, en cambio, que en materia de vivienda Mansilla fue demasiado lejos con sus promesas de campaña y ahora tiene que mostrar hechos.
Las diferentes ópticas se verifican también respecto de los empleados de planta del municipio. Mientras para algunos son una especie de muro de goma imposible de franquear, para otros, una condición necesaria de cualquier cambio.
Cerca de Farizano nada de esto pasa inadvertido, pero prima la idea de que las cosas se irán acomodando y que el tiempo dirá quiénes son imprescindibles y quiénes no.
Desde el pragmatismo quiroguista se desliza que en realidad al gobierno le faltan hechos y que está enrollado en un discurso político sobre la participación, que es igual a nada.
Pero quienes conocen al intendente dicen que sólo necesita tiempo para ordenar las finanzas -"que no están tan bien como presume Quiroga"- y que lo que le importa es honrar su compromiso pluralista ante la sociedad. Razonan que no sólo el presupuesto cambió -ya no permite hacer grandes obras sino a lo sumo brindar servicios- sino que también lo hizo la etapa: ahora se trata de incluir la periferia, dejada de la mano de Dios en beneficio del centro durante el reinado de Quiroga.
Una cosa es cierta, mientras los melones se acomodan en el carro y los socios se terminan de poner de acuerdo sobre el espacio de cada uno, las calles de la ciudad siguen llenas de baches y basura, las mensuras no alcanzan a cubrir las expectativas de los sin techo y los arreglos en el centro para tener contentos a los sectores medios se deterioran poco a poco.
HÉCTOR MAURIÑO
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