"No le busquemos la quinta pata al gato", decía -turbado- el ministro Randazzo cuando le preguntaban por qué nunca los Kirchner aceptaron ruedas de prensa. El problema es que al gato, durante cinco años, le faltó la cuarta pata.
Parece mentira que la gran primicia ayer en la Argentina haya sido que la presidenta aceptara finalmente enfrentar las preguntas que cualquier mandatario contestaría en un país normal. Increíble que un mecanismo natural de las democracias haya registrado ayer un suceso con tanta ceremonia, nervios y con el record de 57 medios del exterior y casi 100 del país.
Que por cinco años tanto Néstor Kirchner como su esposa hayan esquivado a la prensa (y mantenido con ella una relación no sólo distante y fría, sino también combativa) puede explicarse por la arrogancia o, antes bien, por el temor a preguntas incómodas sobre la gestión, que son muchas: inflación, Moreno, Skanska, la valija de Antonini, negocios de amigos K, discriminación hacia los no obsecuentes, etcétera. Varias preguntas precisas fueron respondidas por la presidenta con pocas concreciones y nada de autocrítica. Otras directamente no alcanzaron a hacerse.
Hay un serio problema para el país y sus ciudadanos cuando un mandatario desprecia y esquiva el control institucional que -en parte- el periodismo puede proporcionar. Puede que el debut de ayer y el trato amable al periodismo signifiquen una vuelta de hoja a un lustro de hosquedad.