No es posible saber si el sobischismo está definitivamente terminado, pero aunque esté maltrecho algo es seguro: esa forma de pensar y hacer política no ha terminado en Neuquén. Como el menemismo, que ya no existe pero sigue presente como ideología, las ideas y los alineamientos que alumbró Sobisch permanecen vivos.
Esto es así no sólo porque la oposición fue incapaz de ganar las elecciones y no existió vuelta de página, también porque quien ganó, a pesar de algunos cambios en el estilo y en la consideración por el prójimo, es astilla del mismo palo. Como si se cuidara de escupir para arriba, ha evitado enfrentar al viejo modelo y enrostrarle sus responsabilidad por el descalabro económico y moral heredado.
El actual gobierno pretende gobernar como si esas responsabilidades no existieran y todo lo malo que hoy pasa en Neuquén, desde la crisis financiera y la deuda hasta el colapso de la educación y la salud, fuera el resultado de una catástrofe natural que se ensañó con la provincia, y no fruto de la acción deliberada de un grupo de inescrupulosos, dotados de una ideología ultraconservadora, y conjurados para anteponer sus negocios personales al interés público.
El oficialismo actúa, en fin, como si el gobernador actual y muchos de sus colaboradores nada tuvieran que ver con aquel cataclismo, como si no hubieran sido socios y en cierta medida copartícipes de buena parte de los desatinos cometidos.
Es preciso tener en cuenta todo esto al momento de evaluar por qué los legisladores nacionales del MPN votaron como lo hicieron en la crisis nacional por las retenciones móviles. Porque esos hechos, que son sin duda un parteaguas en la política nacional, también lo serán en la política neuquina.
El acercamiento de Sapag al gobierno nacional no se debe a una afinidad político-ideológica. Es en primer lugar un gesto de supervivencia, porque sin su respaldo no podría remontar el grave cuadro actual. Pero es también una jugada de manual para el MPN, y el gobernador lo hubiera hecho cualquiera fuera quien gobernara el país. Sapag intenta rescatar a su partido de la crisis en la que lo hundió su antiguo compañero de fórmula. Derrotado en las principales ciudades y censurado por el electorado, el MPN se juega, con él, su supervivencia.
Así las cosas, el romance con los K es una muestra firme de pragmatismo en el que está contemplada la variable costo-beneficio, pero no el suicidio por amor.
Por eso y también porque no ha podido enterrar al sobischismo -por un lado no le es posible y por el otro no quiere- Sapag, en lugar de señalar públicamente a sus legisladores la dirección en la que debían votar -como sin duda habría hecho su antecesor-, adoptó un perfil componedor. Lo que no quiere decir que esté en desacuerdo con lo que votaron.
Criado en San Isidro, educado en la UCA y entrenado en el lobby vip del Senado, su corazón estaba sin duda más cerca del "campo". Pero, perdido por perdido, habría mandado a votar por el gobierno, si no fuera porque no controla del todo a sus legisladores y porque las clases de pro y los medios de comunicación fueron volcando el partido para el otro lado. Con más cálculo que pasión, pensó que perdía menos con ellos.
Eso sí, como Cobos, eligió no enfrentar al gobierno en el discurso. Aquél pidió "perdón" y llamó a su voto en contra "no positivo", y Sapag y su senador eludieron decir que votaban por el "campo", sino que no les quedaba más remedio ¡porque el gobierno no quería "abrir" el proyecto!
La solicitadas del sobischismo, primero instando a los legisladores a enfrentar la política de Sapag con Nación y luego atribuyéndose sus votos como triunfo propio, fueron una chicana hacia su compañero, el gobernador, cuyos flancos conocen de sobra. Pero por ahora no pasa de eso. Si Sobisch pudiera salir a la calle sin ser escrachado, habría andado por los piquetes repartiendo abrazos y por los pasillos del Congreso apretando a los indecisos.
La verdadera preocupación de Sapag por estas horas es el costo que podría llegar a tener su defección. Sabe que Néstor Kirchner no se va a olvidar mientras viva y teme que el ex presidente se interponga en la renegociación del contrato con YPF, el leading case de las prórrogas que, de fallar, arrastraría al resto de las empresas y terminaría por voltear a su gobierno.
Para mantener la paz social, el gobernador giró recursos que no tiene y deberá cubrir el bache pronto, de lo contrario afrontará una enorme crisis. A lo que ya no está se suma el horizonte de nuevos reclamos producto de la inflación.
Sin embargo, en el gobierno provincial confían en que la debilidad con la que ha quedado el gobierno nacional le impedirá pasar facturas a todos los que le dieron la espalda, desde Cobos hasta los justicialistas, pasando por los radicales K. Además -piensan-, la lista es larga y Neuquén está muy atrás.
Tampoco parece preocuparles demasiado lo que ocurra con el bloque de la Concertación. Aunque estallara en mil pedazos -y no lo parece-, su voto no es imprescindible para ninguna de las leyes que en verdad le importan al oficialismo.
Otro que espera que el disgusto de los Kirchner no sea para tanto es Horacio Quiroga. El subsecretario de la Cancillería se ha dado el gusto de pavonearse con el voto de Cobos, como si no tuviera nada que ver con el gobierno al que formalmente pertenece. Seguramente confía en que los K no se animarán a despedirlo. Pero, en todo caso, si la Concertación va a continuar como ahora, sin gobernar, pensará que le harían un favor.
Con Quiroga suelto en Neuquén, no se sabe para quién sería el dolor de cabeza, Sapag o Farizano. El intendente tomó un rumbo diferente del de su antiguo jefe y, como en el caso del gobernador, su gestión ofrece flancos a quien los quiera ver. Además, así como la luna de miel del electorado con Cristina duró poco, el mal humor político termina siempre por contaminarlo todo y Neuquén no es la excepción.
HÉCTOR MAURIÑO
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