Miércoles 30 de Julio de 2008 Edicion impresa pag. 20 y 21 > Opinion
Cobos, el elegido

En la víspera del golpe de Estado que terminó con el gobierno de Salvador Allende el general Pinochet se despidió de él con un apretón de manos y le dijo: "Descanse, señor presidente".

A las 6 de la mañana siguiente Allende era informado de una sublevación en Valparaíso. Se dirigió al Palacio de La Moneda con la certeza de que el golpe de Estado se iniciaba. A las 9 habló en cadena al pueblo chileno, para informar del suceso, y le brindó tranquilidad acerca de que fuerzas del Ejército leales a la Constitución se movilizaban para sofocar a los alzados. Ya eran las 10 de la mañana. Un adusto Pinochet, intimó al presidente sitiado para una rendición incondicional. Allende, quiso negociar la salida de sus amigos. El general respondió con el bombardeo aéreo a la residencia de gobierno.

Los detalles surgen de un documental dirigido por Diego Verdugo, quien reconstruyó la historia del 11 de setiembre en base a los archivos de la CIA recientemente desclasificados. El sábado pasado fue emitido por el canal público. Habían transcurrido apenas dos días de nuestra madrugada de jueves en la que se consumó la derrota de la 125 en el Senado. Se hacía evidente que cualquier cambio a lo instituido por los dueños del lenguaje corporativo sería demolido. Ciertas asociaciones se tornaron inevitables entre el relato documentado y lo recientemente vivido.

Para entonces lo que se discutía en el Senado, ya no era la 125. Lo que en verdad estaba en juego era, y sigue siendo, el forcejeo por la titularidad del poder hegemónico en la Argentina. Pero lo inédito de esta derrota es que partió del corazón del gobierno, de la mano del vicepresidente Cobos, al que le tembló la voz en su discurso porque "tenía de plomo la calavera" (Federico García Lorca) y livianas las convicciones para asestar, en la última instancia, el golpe cruel a la presidenta. No importó para ello poner en crisis al gobierno y dejarnos una democracia sitiada por los que hicieron el todavía no lejano marzo del '76.

Desde el plano político Cobos no es Pinochet, aunque sólo sea porque los paradigmas de época no son comparables. Pero hay destellos, entre ambas situaciones, semejantes: la huelga de los camioneros, la prédica del influyente diario "El Mercurio", el buscado ascenso de Pinochet, el elegido, por su docilidad al golpismo. No se puede dejar de visualizar que lo contextual de la actitud de Cobos se dio en lo que los intelectuales del espacio Carta Abierta calificaron como acción "destituyente", capturando los elementos para desestabilizar gobiernos: desabastecimiento, inflación y el papel de los medios como apoyatura esencial para imponer relatos.

Debidamente contextualizadas las figuras de Cobos y Pinochet, se puede indicar que ambas actitudes finalmente se unen. La literalidad puede sugerir una semejanza odiosa y aun ofensiva. Sin embargo, a poco que se ahonde en la textura de la condición humana que expresan, tienen un algo en común. Describen una parábola de la realidad que es capaz de despertar evocaciones "del mal" de lo humano. Son los hombres elegidos. Son los que tienen aptitudes para la deslealtad y para el ejercicio de la crueldad, convencidos de que actúan como ángeles benefactores.

Cobos y sus radicales afines tenían a la mano otros recursos y opciones simbólicas, con sólo recordar que en agosto de 1988 el presidente Alfonsín fue abucheado durante la 102º exposición celebrada por la Sociedad Rural. El entonces canciller Dante Caputo calificó al hecho sin ambigüedades: "Una actitud grotesca, típica de una chusma inaceptable para los argentinos, de un sector especulativo adulador de dictadores e inspirador de la tortura".

Para quienes no compartimos el relato triunfante mediático, sentimos que estamos ante una derrota cultural y la de un gobierno que se insinúa por fuera de la lógica del terror impuesto por la última dictadura. En un país aún conmocionado por las escenas de la crueldad, revividas en los relatos de los testigos en los juicios por el terrorismo de Estado, el ejercicio de cualquier forma de infligir dolor por figuras relevantes de la política adquiere una dimensión social sobre la que no se puede pasar de puntillas ni tolerar el encubrimiento.

La crueldad de los militares del proceso fue una combinatoria de sadismo y agresividad que reconoce a la subjetividad del otro e intenta su demolición por medio del dolor que se le inflige. La tortura es claramente su paradigma. Pero hay, sin embargo, "un modo de actuar que no es intrínsecamente sádico ni agresivo ni cruel y que es todo eso por sus efectos. La acción no se sostiene en el intento de anular la identidad del otro sino en el desconocimiento liso y llano de su existencia, en la ausencia de todo reconocimiento"(1). Los ejemplos cotidianos son múltiples en nuestra sociedad severamente transgresora. Cobos llevó esos estilos con ejemplaridad hasta los estrados más altos de la institucionalidad.

Resulta abrumador constatar que este talante de conducta fuera naturalizado como de "ejemplaridad moral y patriótico" o la gozosa "traición más beneficiosa para el país" (Nelson Castro) y que se oculte la agresividad que implica la destitución simbólica de la persona y de la investidura de la presidenta. El vicepresidente nos devuelve y nos pone de manera radical frente al núcleo fundamental: el enigma de la condición humana en los momentos más definitorios. Y es allí donde Cobos se abisma de lo humano y suicida su persona en el personaje. Compone la figura trágica del "ecce homo" (Nietzsche), que se nos presenta espectral para decirnos: "Vean, éste soy yo, el elegido. He aquí el hombre. Lo tienen merecido por haber creído en mí".

 

(1) Silvia Bleichmar (psicoanalista), "Dolor País", 2002.

 

ALBERTO L. LARÍA (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Licenciado en Psicología - UNLP, psicólogo social.

arlaria@hotmail.com

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