Aunque el flamante jefe de Gabinete, Sergio Massa, inició su gestión flanqueado por los kirchneristas emblemáticos Julio de Vido y Ricardo Jaime, ya ha mostrado señales de independencia que según se informa han molestado tanto a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner como al ex presidente Néstor Kirchner. En efecto, al actuar como si imaginara que acaba de ingresar en un gobierno "normal" en que los ministros disfrutan de cierta autonomía, Massa no vaciló en admitir que la ciudadanía no confía en los guarismos difundidos por el INDEC y que por lo tanto será necesario "trabajar muy fuerte" para restaurar su credibilidad. Lo haya entendido o no, la manifestación de sentido común así supuesta es incompatible con las afirmaciones tajantes en el sentido contrario de la presidenta, de su marido y, desde luego, del controvertido secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, el hombre que es directamente responsable del desaguisado fenomenal que se ha producido en la entidad estadística nacional. Puesto que desde hace semanas distintos representantes opositores están reclamando la cabeza de Moreno, el que el jefe de Gabinete haya criticado de forma tan lapidaria los frutos de sus esfuerzos habrá sido más que suficiente como para convencer a los kirchneristas más entusiastas de que es, para usar la palabra que ellos suelen emplear en tales ocasiones, otro "traidor" en potencia.
En principio, la posición de Massa es más precaria de lo que fue la de su antecesor, Alberto Fernández, que durante años ocupó un lugar clave en el sistema de poder construido por Néstor Kirchner, razón por la que la evidente voluntad del nuevo jefe de Gabinete de apartarse del libreto del "relato" oficial ha provocado sorpresa entre quienes se mantienen al tanto de las vicisitudes gubernamentales. Según los optimistas, significa que Cristina y su marido entienden que ha llegado la hora de reconocer que la inflación constituye un problema sumamente grave y que la estrategia elegida, que consiste en procurar controlar los precios y manejar las expectativas con estadísticas claramente falsas, ha fracasado por completo, pero sucede que hasta ahora Massa es el único que se ha atrevido a hablar con franqueza sobre el asunto. Asimismo, a pesar de la especulación en torno del destino de Moreno, un personaje cuya mera presencia en el gobierno ha contribuido a desprestigiarlo, parecería que los Kirchner siguen siendo reacios a echarlo aunque sólo fuera porque no quieren brindar la impresión de estar cediendo ante una campaña impulsada por sus adversarios.
También ha llamado la atención la vocación dialoguista de Massa. A diferencia de los integrantes del núcleo duro del poder actual, se ha aseverado dispuesto a hablar con líderes opositores, no parece compartir el odio de sus compañeros por el vicepresidente Julio César Cleto Cobos y conserva vínculos con peronistas que son antikirchneristas notorios. En vista del carácter decididamente intolerante de los Kirchner y de su costumbre de atribuir cualquier indicio de disenso a motivos inconfesables, la conducta desinhibida de Massa no puede sino causarle problemas. Al fin y al cabo, si ni siquiera Alberto Fernández pudo hacer entender a la presidenta y a su marido que dadas las circunstancias tendrían que modificar radicalmente su estilo de gobernar, no parece demasiado probable que Massa tenga éxito en la misma empresa. A menos que Cristina realmente haya optado por "relanzar" su gestión para que se asemeje más a la presuntamente presagiada por ciertas declaraciones que formuló en el transcurso de su campaña proselitista, pues, el jefe de Gabinete no tardará en descubrir que todos los miembros del gobierno kirchnerista tienen que limitarse a repetir los planteos aprobados por el "doble comando" en que lleva la voz cantante el ex presidente. Si por una cuestión de orgullo, o porque se preocupa por su propio futuro como político profesional, Massa insiste en desafiar las pautas fijadas por sus superiores, su gestión podría resultar ser tan breve como fue aquélla de otro joven promisorio, el economista Martín Lousteau, que pronto se dio cuenta de que el gobierno kirchnerista no era el lugar para los habituados a asumir responsabilidades, a defender sus propios puntos de vista y a desempeñarse con cierto grado de independencia.