En "El político y el científico", el sociólogo alemán Max Weber divide a los políticos en dos grandes categorías: los que viven de la política y los que viven para la política. Osvaldo Álvarez Guerrero, gobernador de Río Negro 1983-1987, pertenecía indubitablemente a la poco numerosa segunda fracción.
Conocí a Osvaldo cuando, allá por 1982, dio una conferencia en el Centro Atómico Bariloche, reconocimiento dado a pocos políticos, si no único. Allí frecuenté por primera vez su sólida formación intelectual, que cultivó a lo largo de toda su vida, y su singular bonhomía. Estos peculiares rasgos, combinados con una modestia poco común en alguien tan exitoso, fueron la clave de su buena relación con las personas, rasgos que seguramente le abrieron la puerta grande de la política. Eran tiempos de crisis, acababa de terminar una sangrienta dictadura y una catastrófica aventura militar en Malvinas. Eran, sin embargo, tiempos de oportunidad: la de reconstituir una nación cuyos fundamentos habían sido -una vez más- profundamente resquebrajados. A esa tarea supo convocar a todos los que lo rodeábamos, especialmente a la gente más joven, tan necesitada de buenos modelos para emular. No era sin embargo un idealista, sin entendemos por ello a alguien cuyas metas están exclusivamente en el mundo del pensamiento, sin preocuparse por los molestos detalles de la realidad. Lo caracterizaría, en todo caso, como un optimista-realista. Una persona con los pies firmemente plantados en la tierra pero convencida de que el trabajo político puede mejorar la vida de la gente. Alguien que creía en la Justicia y se esforzaba en alcanzarla, pero consciente de que los malos medios desvirtúan los buenos fines.
Pude conocer más a fondo sus dotes cuando lo acompañé en la segunda mitad de su gestión como secretario de Estado de Ciencia y Técnica. Carecía completamente de una de las características más generalizadas de los políticos de todos los tiempos: el voluntarismo de creer que la realidad es lo que uno desea, que basta la decisión política para resolver los problemas, que realidad es sinónimo de discurso politiquero. Para ponerlo en términos positivos: tenía el calibre y la honestidad intelectual que le permitían reconocer los problemas, la humildad para buscar donde fuera necesario buenos diagnósticos y propuestas de solución, el pragmatismo para buscar sin desmayo vías alternativas cuando las propuestas fracasaban.
No es el propósito de estas líneas evaluar su gestión ni sus escritos; otros están mejor capacitados que yo para hacerlo. Mi intención es rescatar la totalidad de su persona: su coherencia entre sus ideales, que eran muy altos, y su puesta en práctica; su inclaudicable honestidad y su humana comprensión de las grandes limitaciones humanas. Dicho corto y breve: Osvaldo, te vamos a extrañar mucho porque hubo y hay pocas personas como vos.
CARLOS E. SOLIVÉREZ (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Dr. en Física y diplomado en Ciencias Sociales: csoliverez@gmail.com