El reciente conflicto campo-gobierno, aún latente, reveló en determinados momentos ciertos distanciamientos o poca comunicación entre el sector agrario y los otros de la actividad económica productiva argentina, cierta debilidad institucional funcional y algunas reticencias en lo que supone conjugar el cooperativismo agrario y el desarrollo rural en una región mayoritariamente agraria como la nuestra.
En el mundo ésta no ha sido la tónica y existe una multitud de hechos y de datos que corroboran que en aquellos espacios en los que ha habido acercamiento y participación del sector cooperativo con un grupo de acción local y regional o, en nuestro caso, en un postergado Consejo Federal Agrario, son mayores las probabilidades para un imprescindible programa específico e integral de desarrollo agrario en el cual las cooperativas agrarias continúen fecundando solidaria y proactivamente buena parte de los recursos disponibles. Así lo ha acreditado su contribución secular y sustancial en el despertar y consolidación del sector agrario ya a partir de 1898, cuando nacía la primera cooperativa argentina y de América del Sur, "El Progreso Agrícola de Pigüé", actualmente la más antigua de esta mitad del continente.
Sin perjuicio de ello, y a la luz de la reciente crisis agraria, siempre se alcanza un desarrollo más armónico y más equilibrado cuando se logra la confluencia del consenso, la equidad y una participación de todos y cada uno de los actores que operan en el territorio, públicos y privados.
Recientemente en Europa fue aprobado un Marco Nacional de Desarrollo Rural -documento que recoge las directrices y principios estratégicos del desarrollo rural, con el propósito de visualizar el período 2008-2014- y en la futura ley de desarrollo agrícola duradero del medio rural, hoy todavía proyecto, se recogen numerosas medidas en las que se reconsidera e incentiva a las empresas cooperativas agrarias, a las que se menciona expresamente no porque sea un capricho o se deba a la generosidad del político o del legislador de turno sino porque a nadie escapan la importancia y el papel que éstas tienen en la ruralidad como primeras empresas locales, como generadoras de empleo, asimilación tecnológica y de tecnociencia, protagonistas de mercados ampliados y estructuras de participación democrática, verdaderos motores de la economía local, regional y subcontinental. En muchos casos, como consecuencia de lo anterior, arraigan población en los pueblos reurbanizando espacios rurales y revirtiendo éxodos rurales que sólo han pauperizando las periferias de grandes metrópolis e incrementado una mala calidad de vida para todos.
A pesar de todo existen importantes retos a los que hacer frente y que nos permiten imaginar un futuro mucho más prometedor. La etapa que tenemos por delante, 2008-2014, es posiblemente una excelente oportunidad para aprovechar no sólo eventuales "tormentas de ideas" sino concretas posiciones y determinaciones como las europeas aludidas para dejar de mirarnos el ombligo y empezar a caminar juntos y mancomunados, comenzando por fortalecer alianzas y asociativismos que nos hagan ser más productivos y competitivos y usufructuando sin intermitencias ni estulticias nuestras enormes ventajas comparativas naturales y la global demanda de nuestros productos y frutos del campo.
Concomitantemente, sería sumamente provechoso darles mayor protagonismo en las cooperativas a las mujeres y a los jóvenes, incentivando su participación. Igualmente bueno sería que nuestras propias y auténticas cooperativas empezaran a diversificar sus actividades, sumergiéndose en nuevos nichos de negocio o en algunos que, aunque ya existen, todavía demandan una mayor presencia.
En las cooperativas regularmente está representada la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas de un determinado lugar y, por tanto, el alma de la misma también lo es del pueblo, de la región o del espacio circundante concreto en el que desarrolla su actividad.
En este sentido, si logramos que esta estructura asociativa alcance una dimensión adecuada, más desde el ámbito empresarial que social -sin descuidar la cultura cooperativa propia y específica-, estaremos contribuyendo sin duda al repoblamiento de los espacios rurales, que debe ser, al fin y al cabo, uno de los pilares básicos de las nuevas políticas de desarrollo rural.
Por todas estas razones y con este reposicionamiento estratégico, la dimensión cooperativa deberá ser tenida muy en cuenta en los futuros programas de desarrollo rural, a tal punto que en muchas economías regionales, por sus condicionantes naturales, físicas y sociales, el cooperativismo es la única manera de abordar la modernización y la competitividad de las explotaciones agropecuarias, de lograr "escalas" y de generar mayor valor agregado con sus producciones agroalimentarias. Se posibilitarán así de manera indirecta otras oportunidades empresariales que contribuyan a diversificar la economía local, alentar y energizar economías regionales y aliviar el gasto público, creando empleo genuino con desarrollos humanos concretos traducidos en una movilidad social y cultural ascendente.
ROBERTO F. BERTOSSI (Docente e investigador de la Universidad Nacional de Córdoba)
Especial para "Río Negro"