|
La foja de servicios del nuevo jefe de Gabinete, Sergio Massa, es bastante típica de la Argentina de nuestros días. Hombre ambicioso, inició su carrera en la Ucedé de Álvaro Alsogaray cuando parecía razonable prever que el "neoliberalismo" pronto tomaría el relevo del populismo peronista y radical, para entonces pasar al peronismo menemista que, al fin y al cabo, se nutría del ideario alsogarayista. Después optó por transformarse en un militante kirchnerista. Dadas las circunstancias, sería injusto mofarse de su pragmatismo zigzagueante. Vivimos en tiempos agitados en los que las verdades patentes de un momento resultan ser las mentiras vergonzosas del siguiente para entonces recobrar su estado anterior o, caso contrario, ser recordadas como fantasías excéntricas propias de una época alocada. Escasean los políticos que estén dispuestos a continuar bregando por ideas que, a juzgar por las encuestas de opinión, son repudiadas por una mayoría abrumadora de sus contemporáneos. Hay excepciones -Ricardo López Murphy es una- pero su coherencia no ha impresionado al electorado ni a los integrantes principales del partido que fundó. La evolución ideológica, por decirlo así, de Massa y otros como él no habrá terminado. La Argentina es un país de consensos rotativos, de etapas a veces relativamente largas que se ven dominadas por el "pensamiento único" de turno que, cuando sus deficiencias se hacen evidentes, es reemplazado por otro muy diferente luego de un período de gran confusión. En los años noventa, una variante sui géneris de liberalismo económico estaba de moda y la mayoría de los políticos, incluyendo a Néstor Kirchner y su mujer, no vaciló en rendirle homenaje. Desde los meses finales del 2001, la ortodoxia es populista, corporativista y nacionalista. Tal y como sucedió en la década anterior, pocos políticos han querido oponérsele por temor a quedar marginados. Si bien últimamente muchos se han animado a criticar con dureza a los Kirchner, lo que les molesta no es "el modelo" económico sino su estilo agreste de conducción. Lo mismo sucedió ocho años antes: hasta que la crisis se volviera inmanejable, Fernando de la Rúa fue vapuleado por su estilo letárgico y hamletiano, no por aferrarse al "modelo" basado en la convertibilidad. Por supuesto que las apariencias siempre son engañosas. En los años noventa abundaban los comprometidos con esquemas antiliberales cuyas opiniones merecieron más tarde la aprobación del grueso de la clase política y en la actualidad no faltan los que quisieran que el gobierno adoptara una estrategia similar a la elegida por los países más prósperos, además de Brasil y Chile. Pero mientras que en otras partes del mundo los dirigentes políticos que discrepan con el rumbo oficial no tienen dificultades para difundir sus puntos de vista, aquí suelen preferir callarse, a la espera de que andando el tiempo se agote el modelo existente. Fue por eso, sin duda, que los mismos legisladores que colmaron de "superpoderes" a Domingo Cavallo los entregaron más tarde a Néstor Kirchner, aunque según él su estrategia económica sería radicalmente distinta. Se trata de una consecuencia del "hiperpresidencialismo" tan característico de la política nacional y de la voluntad del grueso de la ciudadanía de comprometerse emotivamente con un nuevo mandatario, por suponer que el respaldo espiritual así supuesto lo ayuda a solucionar los problemas del país. Por tratarse de una manifestación de fe, de difundirse la sensación de que el presidente no está en condiciones de satisfacer las expectativas de sus muchos partidarios coyunturales, la reacción podría ser brutal: los decepcionados por el desempeño de un líder que antes apoyaban se creen engañados y por lo tanto con derecho a desquitarse. Es lo que ocurrió con Carlos Menem y Fernando de la Rúa. Tal y como están las cosas, parecería que a Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner les espera el mismo destino ingrato. Todo hace pensar que la Argentina ya ha ingresado en un período de transición en el que sus dirigentes serán constreñidos a abandonar ideas que hasta apenas medio año atrás les parecían indiscutibles y sustituirlas con otras más acordes con los tiempos que corren. Por cierto, los problemas que enfrenta el gobierno no se limitan al malhumor provocado por el autoritarismo rencoroso y combativo de la presidenta y su cónyuge. Aunque el "modelo productivo" que hizo suyo el matrimonio no podrá sostenerse mucho tiempo más, para el gobierno sería traumático tomar las medidas necesarias para impedir que estalle. Entre otras cosas, tendrá que frenar la inflación sin perjudicar a quienes constituyen su base de apoyo, disciplinar el gasto público, reordenar un régimen de subsidios que es tan complicado como costoso, reconciliarse con las agencias crediticias internacionales, llegar a un acuerdo con el Club de París y convencer a quienes disponen de dinero, trátese de argentinos o extranjeros, de que les convendría invertirlo en el país. De haber hecho gala de su flexibilidad y su voluntad de pactar, los Kirchner tal vez estarían en condiciones de sortear la crisis que les viene encima, pero sucede que ambos han hecho de la negativa a cambiar el principio fundamental de su forma de gobernar. Ya se habla del "poskirchnerismo", pero nadie sabe si sería mejor intentar apurar su llegada presionando a un gobierno reacio a reformarse o esperar, con los dedos cruzados, hasta diciembre del 2011. No es la primera ocasión en que la dirigencia política argentina se ha visto frente a una especie de muralla conceptual que le impide ver la salida de una situación límite. Lo mismo sucedió durante la fase inicial de la gestión de Menem antes de que se las arreglara para salvarse saltando a lo que sus adversarios calificaron de "neoliberalismo", aunque en realidad fue cuestión de una mezcla heterodoxa de medidas, algunas inspiradas en el liberalismo y otras sacadas del depósito peronista. También ocurrió cuando, con De la Rúa en la cabina de mando, la economía cayó en pedazos porque políticos aún comprometidos con el uno a uno se negaron a permitir que el gobierno tomara medidas que podrían haberlo conservado. Aunque nos aseguran que en esta oportunidad el país cuenta con reservas suficientes como para ahorrarse desgracias realmente espectaculares, la mayoría sabe muy bien que aquí las crisis suelen agravarse con rapidez desconcertante, razón por la que el optimismo de medio año atrás se ha disipado, dejando en su lugar una sensación de incertidumbre que está socavando los cimientos del orden kirchnerista. JAMES NEILSON
|
|