Lunes 21 de Julio de 2008 > Carta de Lectores
Cuba cambia

Para los socialistas siempre ha sido de importancia fundamental el debate entre quienes abogan por la igualdad de resultados por un lado y, por el otro, los que se conformarían con la igualdad de oportunidades. Por necesidad, aquellos son totalitarios, ya que es imposible conciliar la igualdad de resultados con el respeto por derechos que están consagrados no sólo en la legislación sino también en las tradiciones culturales de la mayoría de los países, mientras que sus adversarios pueden ser demócratas y, desde luego, pluralistas, puesto que en el mundo actual hasta los considerados paladines de la derecha suelen afirmarse comprometidos con la igualdad de oportunidades. Así las cosas, el discurso que pronunció el presidente cubano Raúl Castro al inaugurar un nuevo período de sesiones parlamentarias tiene connotaciones históricas. Al afirmar que "socialismo significa justicia social e igualdad, pero igualdad de derechos, de oportunidades, no de ingresos. Igualdad no es igualitarismo. Éste, en última instancia, es también una forma de explotación, la del buen trabajador por el que no lo es o, peor aún, por el vago", Castro expresó un sentimiento que merecería la plena aprobación de cualquier "neoliberal" o conservador moderno pero que sería repudiado por muchos izquierdistas europeos y latinoamericanos que todavía sueñan con una sociedad en que todos ganen lo mismo.

Si bien el dictador cubano no se ha propuesto abandonar la revolución cubana, el que se haya manifestado a favor de la tesis tradicionalmente defendida por socialdemócratas que entienden que el igualitarismo extremo lleva inevitablemente a los horrores del totalitarismo es una señal esperanzadora de que el régimen tiene los días contados. Desde que, a raíz de la enfermedad su hermano mayor, Raúl Castro se puso al mando de la última dictadura del hemisferio occidental ha tomado medidas destinadas a permitir que la economía cubana, y en consecuencia a la larga la sociedad, se adapte a las circunstancias actualmente imperantes en el mundo. Es claro que a diferencia de Fidel Castro no quiere que la isla siga siendo una especie de museo en que se mantenga intacta una "revolución" ya arcaica cuyo fracaso es dolorosamente evidente. Con la excepción de la elite gobernante, cuyo estilo de vida no se ha visto afectado por el compromiso oficial con el igualitarismo extremo, los cubanos perciben ingresos tan bajos que provocarían la indignación de todo "luchador social" que se precie en el resto de la región. Y como si esto no fuera suficiente, hasta hace poco buena parte de la población sufría la humillación que le suponía convivir con una minoría que por conseguir dólares o euros podía disfrutar de lujos negados al grueso de sus compatriotas.

Raúl Castro dice que ha llegado la hora de ser "realista", lo que es una manera oblicua de señalar que durante medio siglo el régimen encabezado por su hermano manejó la economía según criterios fantasiosos. Aunque no se sabe qué forma asumirá el "realismo" que propone, se supone que lo que tiene en mente es una apertura similar a la efectuada, con éxito fenomenal, por el régimen nominalmente comunista de China a fines de los años setenta. Sabedores de que en el ámbito económico el comunismo no sirvió para nada, los jerarcas chinos optaron por permitir que evolucionara según las reglas propias del capitalismo, limitándose a aferrarse al poder político. Aunque parecería que el orden muy autoritario chino está comenzando a democratizarse poco a poco, hasta ahora el sistema dual así supuesto ha funcionado adecuadamente, ya que la vertiginosa expansión económica de las últimas décadas ha conferido al régimen un grado de legitimidad que de otro modo no tendría. ¿Estarían los comunistas cubanos en condiciones de emular a sus correligionarios asiáticos? Tal vez podrían si sus vecinos norteamericanos, incluyendo a la nutrida comunidad cubana que ha prosperado en el exilio, juzgaran que sería mejor permitir que la economía de la isla se integrara más a la internacional sin procurar aprovechar la situación para desestabilizar la dictadura, pero lo más probable sería que, al abrirse más Cuba al mundo exterior, las tensiones resultantes impulsaran cambios políticos que Castro o sus sucesores serían incapaces de controlar.

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