En un esfuerzo desesperado por convencer a los senadores peronistas -y al vicepresidente Julio César Cleto Cobos- de votar a favor de las retenciones móviles, el ex presidente Néstor Kirchner afirmó una vez más que un "golpe de Estado" está en marcha. Huelga decir que la maniobra resultó contraproducente ya que sólo sirvió para sembrar dudas en cuanto al compromiso del matrimonio con la democracia republicana. A juzgar por su forma de hablar y de actuar, creyó que le convendría que el debate en torno a las retenciones no se celebrara en un contexto democrático sino en uno decididamente más primitivo en que pesarían más las amenazas que los argumentos racionales. Parecería que los Kirchner se sentirían mucho más cómodos en la Argentina de cuarenta años atrás, cuando las crisis políticas solían culminar con un golpe militar, que en la actual, de ahí la "sugerencia" del ex presidente de que su esposa reaccionara ante la derrota en el Senado abandonando el poder, aunque sólo fuera para organizar una "operación clamor" destinada a reinstalarla. Así las cosas, tiene su lógica la afirmación del líder ruralista Alfredo De Angeli según la cual "ellos promueven un golpe de Estado porque no saben qué hacer para arreglar la situación". En la década favorita del ex presidente y su cónyuge, algunos peronistas sintieron alivio cuando los militares se encargaron del gobierno y por lo tanto asumieron la responsabilidad de intentar manejar un país que se había vuelto ingobernable.
Por fortuna, las Fuerzas Armadas no tienen intención alguna de repetir los errores del pasado. Lo que Kirchner tiene en mente es un "golpe civil" como el que volteó al presidente Fernando de la Rúa y, luego del interregno protagonizado por Eduardo Duhalde, le abrió las puertas de la Casa Rosada. No se equivoca cuando alerta sobre el riesgo de que en una fecha futura se reedite aquella convulsión institucional, pero si el peligro todavía existe es porque tanto él como la presidenta han hecho lo posible para convencer a los demás de que en última instancia las batallas políticas se deciden en la calle. Para eliminar totalmente la alternativa nada democrática supuesta por los "golpes civiles", el gobierno hubiera tenido que dar prioridad al fortalecimiento de instituciones como el Congreso y el Poder Judicial. Ni siquiera lo ha intentado. Antes bien, ha socavado sistemáticamente la autonomía del Poder Legislativo en un esfuerzo por hacer de él lo que muchos califican de una escribanía que se limite a ratificar a libro cerrado las iniciativas del Ejecutivo, razón por la que tantos aplaudieron el resultado del voto en el Senado porque a su entender mostró que por fin el Congreso está poniéndose de pie.
Desde luego que hay una diferencia muy grande entre el golpismo denunciado reiteradamente por el ex presidente Kirchner y el "clima destituyente" que a juicio de algunos simpatizantes se ha propagado en distintos sectores del país. Mientras que los golpes son por antonomasia ilegítimos, no lo sería necesariamente la destitución de un mandatario constitucionalmente elegido si hay buenos motivos para creer que no está a la altura de sus responsabilidades. Todas las constituciones del mundo prevén mecanismos apropiados para destituir a un jefe de Estado por medio de un juicio político o su equivalente, de suerte que proponerlo no puede considerarse una forma de atentar contra las reglas democráticas. Por supuesto que esto no quiere decir que sería beneficioso para el país la remoción, por constitucional que fuera, o la renuncia bajo presión, de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. La mayoría es consciente de que las instituciones nacionales aún son demasiado precarias como para soportar las tensiones que provocaría una nueva crisis institucional, razón por la que casi todos rezan para que Cristina logre terminar los cuatro años previstos por la Constitución aunque, tal y como están las cosas, muchos preferirían que lo hiciera como jefa de un gobierno en que el papel actualmente desempeñado por su marido estuviera a cargo de un conjunto de dirigentes moderados y sensatos como Cobos que estén más interesados en superar las divisiones sociales existentes que en agravarlas provocando conflictos.