Sábado 19 de Julio de 2008 Edicion impresa pag. 24 y 25 > Opinion
Tiempos de convergencia

Los sucesos de la Argentina de los últimos meses, y de muchos otros países del mundo, aunque con diferentes matices, muestran claramente el nacimiento de nuevas formas de convivencia y de organización social, en las que lo local y lo global se entrecruzan. Ello modifica nuestras formas de pensar, de hacer y de sentir. Frente al virtual colapso de las estructuras tradicionales, las instituciones públicas y políticas están sufriendo mutaciones y el Estado afronta el desafío de redefinir su rol hasta ahora hegemónico. Es tiempo de convergencias, de consensos, de articulaciones sinérgicas entre sectores, para desarrollar en conjunto capital social, incorporándolo activamente a las políticas públicas, a los proyectos de desarrollo y al combate de la pobreza.

En un contexto turbulento y confuso como el actual, en el que los fenómenos todavía ni nombre tienen, resulta dificultoso visualizar con claridad lo que está ocurriendo, imaginarse el nuevo escenario de lo público y mucho más hacer predicciones sobre nuestro futuro. Por eso es necesario, para avanzar en esta nota, establecer previamente -desde nuestra visión- dónde estamos parados.

No es aventurado afirmar que en un mundo en que la única certeza es la falta de certezas, se ha producido un quiebre civilizacional sin retorno, en el que ya nada es igual. La sociedad industrial ha quedado virtualmente pulverizada. Así lo muestran los distintos puntos de ruptura del planeta, en el que ponen en evidencia los problemas más importantes de nuestro tiempo, como la exclusión social, la violencia, los desastres ecológicos, las enfermedades, los colapsos, la especulación financiera, los fanatismos territoriales y religiosos, y las guerras, entre otros.

Para explicar la crisis actual, decía el célebre físico Fritjof Capra que hemos llegado a un momento de cambio dramático y potencialmente peligroso, a un "punto crucial" para el planeta en su totalidad. Necesitamos una nueva visión de la realidad que permita a las fuerzas transformadoras de nuestro mundo fluir unidas, como un movimiento positivo para el cambio social.

De allí que el desorden, el desequilibrio y la incertidumbre sean hoy las circunstancias normales de la vida -no las excepcionales-, y nuestro desafío es aprender a gerenciarlas, pero no intentar modificarlas. Los gobiernos tampoco alcanzan a garantizar el orden ni de equilibrio, ni aseguran la justicia social ni el restablecimiento de la tranquilidad y la paz. Los marcos de adopción de decisiones públicas ya no pueden lidiar con dos factores claves de la sociedad cibernetizada y globalizada: 1) el cambio vertiginoso del entorno y 2) el incremento desmesurado de la información.

Las estructuras jurídicas, políticas y económicas tradicionales se están cayendo, así como también las formas de organización tradicional rígidas y lineales. El poder a la vieja usanza no alcanza a dar respuesta a los múltiples requerimientos de la sociedad posindustrial ni logran manejar la complejidad. La ciencia que se erigió siempre en pura razón está en crisis y las emociones y los sentimientos que han sido descartados por carecer de dimensiones cuantificables están surgiendo.

Decía al respecto la Dra. Antonia Nemeth Baumgartner, de la Universidad de Cambridge, en su libro "Macrometanoia", que: "Es urgente la reconversión del Paradigma Reduccionista en el que estamos instalados, para reemplazarlo por el nuevo Paradigma Evolucionario Autoorganizativo. Capra avanza sobre un paradigma integrador de ciencia y espíritu.

Pero no sólo son tiempos de riesgos y colapsos sino también de transformaciones profundas y de oportunidades. Las relaciones formales orgánicas y jerárquicas regidas por normas estrictas están siendo reemplazadas por crecientes procesos de autoorganización social y gestión comunitaria de intereses colectivos, a través de formas de cooperación espontánea y descentralizada. Su accionar se asienta sobre normas y valores compartidos, que permiten trabajar en conjunto para alcanzar objetivos comunes. La científica Elinor Ostrom concluyó en una investigación que los grupos humanos, en distintos tiempos y lugares, han encontrado soluciones al problema del bien común con una frecuencia mucho mayor a la que uno imagina. La mayoría de estas soluciones no implican ni la privatización del bien compartido ni la regulación por parte del Estado sino que muchas comunidades lograron establecer normas informales -a veces incluso formales- para compartir los recursos comunes de manera equitativa y sin agotarlos.

La aparición en nuestro país de múltiples actores nuevos, para muchos embriones de representaciones sustitutivas que desplazarán a las existentes, dándole un nuevo rumbo y contenido al sistema democrático, muestran esta realidad. A partir de ello el sector social adopta cauces diversos, inimaginables años atrás, por los que discurre la protesta popular, la obra solidaria hacia los desprotegidos y las propuestas de cambio más innovadoras del colectivo. Hoy hay todo un potencial y una energía creativa, que no es lo que se ve. Pero que está lista para emerger nuevamente cuando las circunstancias así lo requieran.

Hay dos datos interesantes que desde la ciencia alientan nuestra esperanza: sabemos por los nuevos hallazgos científicos que toda perturbación, mutación o evolución de las sociedades se reordena y se restablece a partir de sus periferias; y también aceptamos que la predisposición del hombre al bien común en los grupos no es sólo algo construido socialmente o producto de una elección racional sino también producto de un cierto grado de altruismo y una tendencia a cooperar, que se hallan arraigados en el genoma humano.

En este marco, las redes aparecen como una forma de organización intermedia, entre las fuentes jerárquicas y las espontáneas, y como una forma de coordinar una organización altamente descentralizada. Para que sean efectivas, deberán depender de normas informales que ocuparán el lugar de la organización formal. Es decir, dependerán del capital social teniendo en cuenta, según lo expresado por el premio Nobel de Economía, Amartya Sen, que "los valores éticos de los actores de un país son parte de sus recursos productivos". Es decir, cuanto más capital social, más crecimiento económico. Esto no significa desconocer la incidencia de los factores macroeconómicos sino centrar la atención en las seis dimensiones de lo que entendemos como capital social: los valores éticos dominantes en una sociedad, su capacidad asociativa, el grado de confianza entre sus miembros, la conciencia cívica, la educación y la responsabilidad social empresaria.

Lo cierto es que las redes importan una forma de vida diferente, una " relación moral de confianza" y son una herramienta de gran potencia para crear un nuevo estilo de ejercer la ciudadanía, una sensibilidad especial y una manera distinta de construcción social y participación política. La aparición de internet emerge entonces como el precursor de instancias de organización no jerárquicas, adaptadas especialmente a los requerimientos de un mundo complejo y con alto grado de uso de la información. También un medio de articulación de lo local con lo global.

Nuevos modelos de gestión de lo público, basados en el respeto y en el estímulo a la diversidad, en el manejo de la incertidumbre, en la comprensión de la complejidad y en una mirada integradora de la realidad, van gestando instancias alternativas de acción, frente a un Estado cada vez más caro y más lento. La nueva política registra este dato y se apoya para la gestión de los procesos en las modernas ciencias de la complejidad.

Algo diferente está ocurriendo. Si cada uno de nosotros lograra dejar atrás los viejos modos de pensar y de actuar y se animara a cambiar su visión de la realidad y sus percepciones, tal vez podríamos aportar a la construcción de este nuevo modelo autoorganizativo -funcionalizado a través de redes de múltiples niveles y direcciones- que desde la periferia promueva un proceso de transformación de las instituciones públicas y políticas (en municipios, provincias, regiones y nación). Dicho modelo, para que sea efectivo, debe estar centrado en la corresponsabilidad y en la convergencia de todos los actores sociales (sin exclusiones) y centrado en el altruismo, en la solidaridad y en la confianza, como valores.

Según la opinión de Ulrich Beck, en la "Sociedad del riesgo global", los procesos decisorios requieren hoy no sólo del Estado sino de las empresas, del sector social, de la ciencia, de las comunidades religiosas... Por lo tanto, urge definir esas relaciones, y los modelos de articulación, es decir, los modos de accionar y de resolver en conjunto los múltiples conflictos y desafíos que este nuevo escenario nos plantea provocativamente.

NILY POVEDANO (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Periodista. Ex legisladora. Presidenta de Fundesur-Fundación para el Desarrollo del Sur Argentino-.

nilypovedano@fundesur.org.ar

Use la opción de su browser para imprimir o haga clic aquí