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La oferta de renuncia del primer ministro belga Yves Leterme, rechazada por el rey Alberto II ante la falta de alternativas, mostró esta semana no sólo la eternización de la crisis política en Bélgica sino también el agotamiento del actual modelo federal del país, obligado a reformarse para sobrevivir. Para los belgas, como lo reflejaron sus diarios tanto del lado francófono como flamenco, se trata de "un país al borde del abismo" y envuelto en un "caos total", en una coyuntura económica internacional particularmente difícil y con la construcción europea paralizada. "Queda de manifiesto que las visiones opuestas entre las comunidades en lo referente al necesario nuevo equilibrio en la construcción del Estado son hoy irreconciliables", dijo el cristiano-demócrata flamenco Leterme, al constatar su fracaso a la hora de lograr la reforma del Estado, prioridad de su gobierno. Los impulsores de esta reforma en un sentido confederal son los flamencos (60% de los 10,5 millones de belgas), que reclaman desde hace años y cada vez con mayor insistencia una mayor autonomía para su región (Flandes, la más rica del reino) en materia fiscal, de seguridad social o de política de empleo. Si hasta hace poco los francófonos de las otras dos regiones de Bélgica, Valonia (sur) y Bruselas Capital, afirmaban que no era necesario establecer un nuevo equilibrio institucional, su opinión parece haber evolucionado desde las elecciones legislativas de junio del 2007, punto de partida de la actual crisis. En el medio han quedado un record de más de cinco meses sin poder formar gobierno tras dos intentos fallidos del propio Leterme, cuatro meses de un gabinete de emergencia del saliente primer ministro Guy Verhofstadt y otros cuatro meses de una coalición que no logró sus objetivos. Con este panorama, y sin la alternativa de convocar nuevas elecciones, lo que sólo habría reforzado aún más a los partidos más nacionalistas de Flandes, el rey Alberto II decidió rechazar la renuncia de Leterme y dar una nueva oportunidad al diálogo, justo antes del día nacional de Bélgica que se celebra el 21 de julio. En ese marco, Yves Leterme verá su misión simplificada, centrándose en las cuestiones socio-económicas, mientras que tres mediadores tendrán a su cargo "examinar de qué forma pueden ofrecerse garantías para iniciar de una manera creíble el diálogo institucional". Curiosamente no hay ningún flamenco entre estos tres "sabios", dos personalidades francófonas muy experimentadas (François-Xavier de Donnea, de 67 años, y Raymond Langendries, de 64) y el ministro-presidente de la pequeña comunidad de lengua alemana, Karl-Heinz Lambertz, de 56 años. La razón de esto sería poner en manos de los propios francófonos la búsqueda de una solución para evitar la secesión de Flandes, una idea que sobrevuela el reino desde hace tiempo y que es, según algunos, el objetivo final de los que piden hoy un sistema confederal. En ese sentido, dos cuestiones aparecen particularmente complicadas: el lugar de Bruselas, oficialmente bilingüe pero de amplia mayoría francófona y que tiene la particularidad de estar enclavada en territorio flamenco, y de los francófonos que viven en la periferia de la capital. Mientras los partidos flamencos quieren la escisión inmediata del único distrito bilingüe del país, Bruselas-Hal-Vilvorde (BHV), los francófonos afirman que esto es impensable sin la ampliación de la capital a las comunas vecinas de Flandes con mayoría de habitantes de lengua francesa. De esta cuestión fundamental depende en gran parte el mantenimiento de un corredor lingüístico francés que evite el aislamiento de Bruselas en el corazón de Flandes, que la reconoce como su capital histórica. MARIANO ANDRADE AFP
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