Por trascendente que sea y por eficaz que llegue a ser, el nuevo convenio acordado por Agremiados y la AFA será será insuficiente para contener un intangible devastador: los vientos de la época.
En principio, no será casual que cuando Julio Grondona batió el parche de su influencia y dijo que le había pedido expresamente a sus pares de la FIFA que todavía no decidieran nada en torno a los jugadores que se habían declarado libres (Oscar Ahumada, Martín Bravo y el juvenil Nayar), el mismísimo Joseph Blatter aludió públicamente a la presunta "esclavitud" de los futbolistas y abogó porque el Manchester United allane el camino para que Cristiano Ronaldo llegue al Real Madrid.
Más claro, imposible: la gravitación de Grondona no llega a ser tan colosal a la hora de sentar reales en el propio seno de la FIFA, y Blatter no hace distinciones entre menores y mayores de 23 años.
Blatter está menos preocupado por la liberación de los futbolistas que por la liberación de los mercados, y los mercados están al servicio de los libres del mundo: los propietarios del oro europeo o, para ser exactos, los propietarios del euro.
Hacia allí marcha el gran negocio del fútbol. Desde luego que no se podía seguir en las condiciones previas al "sismo Ahumada" y que vale la pena hacer el intento de proteger la siembra de los clubes sin pisotear los derechos de los futbolistas.
Sin embargo, es un error suponer que ese convenio contendrá las mejores respuestas para las peores preguntas. El problema no radica en las renovaciones automáticas ni en los cucos que vienen a llevarse a los pibes. El problema es que los pibes reciben al cuco como a Papá Noel y no ven la hora de hacer las valijas y salir disparados hacia Ezeiza.