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Una nueva esperanza | ||
La factoría Disney-Pixar entrega su realización más sólida, no sólo tecnológicamente hablando sino también en términos narrativos, con una primera hora única en su género. | ||
La escena es casi apocalíptica. Un futuro (año 2700) en el que la basura ha convertido la tierra en un lugar inhabitable. Colores pálidos, desolación angustiante y toneladas de desperdicios convertidas en torres que, a lo lejos, aparentan ser edificios. Entre tanta devastación, un pequeño robot continúa su actividad como si nada hubiera ocurrido. Es que Wall-E tiene mucho más de humano que de metal y su antigua labor de recolectar lo que otros arrojan y transformarlo en cubos bien ordenados, es lo que lo mantiene "vivo", por así decirlo. Como Will Smith deambulaba con su perro como el único hombre sobre el planeta, en un principio, en la reciente "Soy leyenda", acá el pequeño protagonista convive con su mascota (una cucaracha), mientras atesora recuerdos en su hogar y se emociona con las imágenes del clásico musical "Hello Dolly", al finalizar cada jornada de trabajo. Otra cualidad que lo relaciona con aquel humano que vuelve de su rutina diaria y prende el televisor para relajarse y disfrutar otras realidades, aunque sea por un rato. La necesidad de amor de Wall-E parecerá satisfecha con el arribo de una nave proveniente de Axiom, un espacio aéreo aún mayor en el que conviven todos los hombres y mujeres sobrevivientes, esperando que algún día surja un indicio de vida orgánica en la tierra que abandonaron cientos de años atrás por la contaminación que ellos mismos originaron. La "chica" en cuestión es otro robot enviado a realizar inspecciones que, poco a poco, entablará una relación con el personaje principal y a la que él llamará Eva. Cuando el protagonista le ofrezca de regalo una pequeña planta que encontró entre los residuos, ella volverá con el vegetal en su interior a la nave mayor y el héroe irá detrás de su amor para recuperarla. Esos 45 minutos de cinta, estructurados en base a sutilezas y silencios, con esporádicas onomatopeyas, constituyen lo mejor que la animación digital ha entregado desde sus inicios y significan un gran riesgo para la popular asociación entre Disney y Pixar. Los guiños constantes a otros seres metálicos famosos como R2D2, el popular "Arturito" de "La guerra de las galaxias" e inclusive al "E.T." de Spielberg, la imagen carente de colores fuertes y la ausencia de los reiterativos chistes que parecen formar parte, últimamente, de cualquier película para chicos, son los ingredientes del menú perfecto. La mano del director Andrew Stanton (responsable también de "Buscando a Nemo") va llevando lentamente al público por el universo del personaje con una exquisita narración que no requiere golpes efectistas, sin abandonar nunca el humor ni dejar caer el ritmo de la cinta. A partir de la llegada del dúo principal a ese nuevo espacio donde los humanos viven sobre sillones voladores con una pantalla en sus narices, sin bajarse nunca ni tener contacto físico entre ellos, sólo a través de la computadora, la cosa cambia tanto para el protagonista como para la película. Los colores vivos irrumpen en la pantalla y las persecuciones y enfrentamientos entre buenos y malos ubican al relato en otra sintonía que, a pesar de transitar los caminos lógicos de una realización infantil, nunca exagera la acción ni olvida las cualidades de Wall-E y su encantadora caracterización. Si bien la segunda parte de la cinta no es tan lograda como la primera, es claro que hubiera sido imposible sostener una estructura narrativa tan visual y sutil como la del inicio dejando de lado la lógica de que exista un problema y su eventual solución. En el final, todo se resolverá como el espectador anhela, pero no quedará esa emoción que aturde pero dura muy poco, sino todo lo contrario, permanecerá aquella similar a la de un postre que se degusta mucho tiempo después de haberlo comido. Para eso se suman la sutileza y también las constantes alusiones al comportamiento actual del hombre, como la deshumanización de las relaciones gracias a la fiebre on line, el desinterés por la naturaleza, la búsqueda insaciable de poder y otras tantas cuestiones que se filtran sin transformar a la producción en una clase de buenas costumbres o en una falsa película aleccionadora. El futuro aparenta ser mejor para Wall-E y sus nuevos amigos y quizás también para la animación digital producida para miradas infantiles, con la creación de nuevos universos en los que la narración sea más importante que los efectos. Hace un año "Ratatouille" sorprendió con un relato que recuperaba los elementos tradicionales de las cintas de antaño poniendo la tecnología al servicio de la trama y evitando la catarata de bromas y acción desmedida de otros competidores exitosos. Hoy es el pequeño robot el que lleva la delantera, priorizando el relato, más allá de la majestuosidad exquisita en la animación. La emoción y sorpresa constante forman parte del corazón de "Wall-E", a pesar de su armadura de metal.
ALEJANDRO LOAIZA aloaiza@rionegro.com.ar | ||
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