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Aribert Heimy sus atrocidades | ||
Aribert Heim es el segundo nazi más buscado del mundo. Se lo conoció como "Dr. Muerte" o el "Carnicero de Mauthausen", debido a la crueldad con la que ejecutó a miles de seres en uno de los campos de concentración que la Alemania nazi creó para torturar y ejecutar judíos, gitanos y homosexuales. Heim, si vive, tiene 94 años y lleva más de cuatro décadas huyendo de la justicia. Nació en Austria y, antes de recibirse de médico, fue un excelente patinador y jugó al hockey sobre hielo en la selección de su país. En el campo de concentración de Mauthausen dejó un recuerdo imborrable: era un hombre muy cordial. Los republicanos españoles, que en aquel centro de exterminio sumaban 8.000 (de los que sobrevivieron 2.000), lo llamaban "El banderillero" por su afición a poner inyecciones que solían contener benceno, un potente combustible para aviones. El doctor Heim cronometraba la agonía de sus pacientes, observaba los estertores, anotaba en su cuaderno el número de convulsiones. La policía alemana sospecha que vivió en España y que de allí pasó a otros países para ocultarse. A España habría llegado en los años sesenta, pero otras pistas afirman que también podría estar en la Patagonia argentina. En Chile reside su hija y, desde allí, podría haber tendido lazos con Argentina, un país que fue "amigo" para los nazis fugados después de la guerra, razón por la cual Zuroff estaría en Bariloche. Sus experimentos en Mauthausen, el matadero tirolés ubicado en un paisaje de postal, son de un sadismo tan cruel que resultaría inverosímil si no fuera por su registro minucioso y detallado. Mediante documentos y testimonio se supo que Heim se dedicaba a extirpar apéndices sin anestesia y dejaba que los pacientes muriesen en la mesa de operaciones, amputaba piernas y brazos y cronometraba el tiempo que tardaban en desangrarse sus víctimas. Por supuesto, sólo trabajaba con lo que consideraba razas inferiores, casi ratas de laboratorio. Heim decía que aspiraba a descubrir el analgésico definitivo, pero para eso necesitaba comprender los mecanismos del dolor. Esa lacónica explicación ni siquiera puede servir para dar cuenta de uno de sus horrores más escalofriantes, que excede cualquier parámetro de normalidad. A dos judíos holandeses de 18 y 20 años los diseccionó, cortándoles las cabezas e hirviendo sus cráneos. Regaló uno de ellos como trofeo a un colega y el otro lo utilizó como pisapapeles. Heim había elegido a estos dos desgraciados porque tenían una dentadura perfecta. Quería calaveras perfectas. | ||
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