Lunes 14 de Julio de 2008 Edicion impresa pag. 27 > Cultura y Espectaculos
EN CLAVE DE Y: Niebla

En la mañana oscura, la niebla ponía un tono apenas rosa en el cielo y un gris perlado en los haces de luz. Uno tras otro, danzaban y desaparecían tragados por la blanda lana ubicua. Absorbiendo hasta la agresividad metálica de los urgidos motores.

Hasta las voces, y de todos modos, ¿quién habla mientras va cabizbajo y envuelto en lanas y camperones, la telaraña del sueño apenas rasgada?

Ellas.

Antes que las fugaces siluetas, fueron sus voces, abriéndose camino en el túnel de agua suspendida. Retazos, esbozos: dejame, salí...Te agarro... Pará loco, pará... AAAAHHHH...

Iban y venían, se encontraban y tocaban, una corría, la otra la alcanzaba para perderla otra vez. Las luces fugaces apenas develaban los gorritos, las mochilas, los guardapolvos.

El barrendero detuvo su cepillo. Miró.

Las dos figuras, haciéndose y deshaciéndose, se persiguen en círculos alrededor del enorme pino. La niebla se los traga y los devuelve y los vuelve a tragar. Basta, dice la voz más fina. No puedo más. UUUU... soy el monstruo del parque, gorgotea la otra más gruesa.

En la casa de enfrente, se enciende una luz. Tras rejas y cortinas, una cara nimbada de alarma y ruleros apenas se asoma. Atisba la escena. El celular se pierde entre pinzas y plásticos, su boca es un clarín que anuncia batalla. Apaga la luz.

Bajo el pino, las dos figuras son una. Algún sonido ahogado se filtra en la sombra húmeda. Una mochila yace mojándose.

El barrendero dio vuelta su cabeza, alerta. El sonido agudo venció la blanda resistencia grisácea; la luz roja lo siguió sólo un segundo después. Los frenos del patrullero chirriaron. Dos policías corrieron hacia las figuras, ahora inmovilizadas por un haz potente y cruelmente blanco.

En la casa de enfrente, la puerta se abre despacio, la Gorgona se acerca a la vereda, arropada en bata y chalina, enorme su cabeza, enormes sus ojos, enorme su boca: la quiere violar, agárrelo, yo lo vi, atraviesa su clarín justiciero aún el sonido de la patrulla, sus gritos, sus portazos. Las dos figuras son ahora unos ojos aterrados.

El tono seco, la orden, las figuras que se separan, una se saca el gorrito y sacude unos rizos morenos, dice algo en tono indignado. La otra figura -una cruz oblicua contra el pino- murmura:... haciendo nada, qué pasa.

La Gorgona arenga, enhiesta su bandera de ciudadana responsable: deténgalo, atorrante, yo lo vi, yo lo vi...

La vocecita de la piba apenas atraviesa el aire denso y los gritos de la mujer:... novio... vamos al cole...

Un breve debate entre fuertes azules y frágiles blancos, avioletándose a la luz roja que gira y gira. La cruz oblicua se deshace. El pibe se sacude el vaquero, la piba agarra la mochila, se van lentamente. Un policía tranquiliza a la mujer; le agradece su celo. El otro ya está con el patrullero en marcha. Portazo, arranque. Desaparecen en la neblina ubicua.

El barrendero retoma su cepillo, menea la cabeza, sonríe.

Las dos figuras ya doblan la esquina. Vieja loca, grita ella y ríe, y él también.

La Gorgona también les grita, indignada y frustrada: no deberían hacer sus porquerías en la calle. Atorrantes, murmura, y vuelve a su acogedora autorcárcel de rejas y cortinas. Cierra con llave y se da vuelta.

La cara cubierta con pasamontañas la miró desde unos ojos sin piedad. La navaja se apoyó en su garganta.

Afuera, las luces giraban su danza en la niebla.

MARÍA EMILIA SALTO

bebasalto@hotmail.com

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