Sábado 12 de Julio de 2008 > Carta de Lectores
El gran provocador

Acaso por entender que no le será dado recuperar la popularidad que hasta hace algunos meses constituía el grueso de su capital político con métodos que son apropiados para una democracia, el ex presidente Néstor Kirchner parece resuelto a transformar el país en un campo de batalla, de ahí la decisión de convocar a una movilización pública oficialista en el centro de Buenos Aires para el martes, o sea, para el día que ya había sido fijado por los ruralistas para celebrar un acto de apoyo a los productores agropecuarios. Aunque a esta altura Kirchner sabrá que las marchas organizadas por sus partidarios suelen ser contraproducentes porque es penosamente evidente que la mayoría de quienes participan lo hace a cambio de dinero, su propósito no es convencer a nadie de que lo respalden sectores amplios de la población sino intimidar a los tentados a mostrarse solidarios con el campo asistiendo a la manifestación organizada por las cuatro entidades que manejan las protestas contra las retenciones móviles. Por fortuna, las concentraciones rivales no se celebrarán en el mismo lugar, ya que los kirchneristas han optado por la plaza Congreso mientras que los ruralistas eligieron el Monumento de los Españoles en el barrio de Palermo, pero en vista de la agresividad típica de los kirchneristas, en especial de los dirigidos por individuos como el piquetero Luis D'Elía y el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, podrían producirse muchos choques violentos. ¿Es lo que quiere el ex presidente? Parecería que sí, ya que de otro modo no se le hubiera ocurrido asumir una postura tan provocativa.

Por razones ideológicas, por su propia personalidad y por su experiencia como gobernador de una provincia escasamente poblada, a Kirchner siempre le ha sido difícil desempeñarse como un líder político democrático consciente de que en una sociedad pluralista es necesario estar dispuesto a pactar y en ocasiones a ceder. Autoritario por naturaleza, toma a quienes discrepan con él por enemigos a derrotar de la forma más humillante posible, motivo por el que dice querer poner al campo de rodillas. Frente a la merma notable de su propio poder, ha reaccionado bramando amenazas, apretando y presionando a los legisladores para que aprueben la ley de retenciones aun cuando ellos sepan muy bien que no servirá para que la Argentina sea un país más equitativo como afirman los voceros oficiales.

En el transcurso de los cuatro meses últimos se ha difundido una y otra vez la sensación de que el país está al borde de un estallido social de grandes proporciones, pero integrantes del gobierno, lejos de intentar restaurar la calma, han actuado como una banda de agitadores decididos a provocar más conflictos. Toda vez que parece que por fin la crisis causada por el enfrentamiento con el campo está por resolverse, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, su marido u oficialistas como D'Elía se las han ingeniado para que vuelva el clima de crispación. Parecen creer que por ser relativamente dócil la clase media, buena parte de la cual se opone al gobierno, les será suficiente asustarla con el espectro de la violencia callejera para que desista de protestar contra el matonismo cada vez más insolente de los defensores más fervorosos de la fe kirchnerista. Si realmente piensan así cometen un error muy grave. En última instancia, el destino de los políticos depende del voto popular. Conscientes de que en la actualidad sólo una minoría reducida apoya a los Kirchner, facciones peronistas que antes se aseveraban comprometidos con "el proyecto" que supuestamente encarna el matrimonio han comenzado a distanciarse del gobierno, cuyo aislamiento ya es patente. Si el martes hay escenas de violencia atribuibles al accionar de agrupaciones kirchneristas, el éxodo se intensificará. En democracia, carecen de importancia los resultados de las escaramuzas callejeras. Lo que cuenta son los resultados electorales. De convencerse el grueso de los dirigentes peronistas de que la belicosidad irresponsable del ex presidente le supondrá al PJ una pérdida desastrosa de votos en las elecciones legislativas del año que viene, no vacilará en informarle que su ciclo ya ha terminado y que por lo tanto sería mejor que regresara cuando antes a Santa Cruz donde podría dedicarse a manejar su lucrativo negocio hotelero.

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