Alguna gente, la mayoría, vive como si nunca se fuera a morir y cuando se acerca el fin siente que no ha vivido lo suficiente. Néstor Pulozzi, en cambio, eligió vivir de una manera, sin importarle demasiado si eso lo conducía más rápido que tarde al final.
Se podrá discutir si lo que eligió fue lo mejor, pero fue coherente. Tanto como fue para sacar fotos. Hizo lo que tenía que hacer, lo hizo bien y nunca esperó reconocimiento, aunque le enseñó a más de uno el oficio.
Es curioso, pero al contrario que la mayoría de sus colegas, Pulozzi se metía en las conferencias de prensa con la cámara abajo, sin llamar la atención, como si ese artefacto imprescindible fuera lo de menos. Acaso sabía que un fotógrafo, como cualquier periodista, debe ser por fuerza discreto y, viejo zorro al fin, prefería que nadie lo junara demasiado para poder trabajar mejor.
También hacía un culto de pasar desapercibido porque era un tipo sobrio, que detestaba convertirse, él mismo, en noticia. Eso no le impedía guardarse la opinión sobre quienes prefieren hacer lo contrario. Nunca, nunca, deslizó una crítica o un reproche contra un colega. En su sistema de valores no entraba hablar mal de un par. No era un héroe, nunca lo quiso, pero tampoco era de despellejar a quien lo quisiera ser. Conocía el pudor y, a su manera, era un tierno aunque no quisiera. No por nada tanta gente lo quiso y lo recordará bien.
Aunque su final estaba prefigurado y él lo sabía, se fue demasiado temprano. Una pena, sobre todo para los que sabiéndolo un flor de atorrante, disfrutaban de su amistad y de su gran corazón. Él no lo debe lamentar tanto, y en algún lugar se debe estar cagando de risa, porque vivió como quiso y fue incapaz de hacerle daño a nadie.
Vasco