En vista de que en el mundo engañoso de la inteligencia militar casi todo es posible, resulta perfectamente lógico que no bien se produjo el rescate cinematográfico de Ingrid Betancourt y otros 14 secuestrados haya comenzado a propagarse una multitud de versiones destinadas a quitar brillo a una operación sumamente exitosa. Para algunos sólo se trata del escepticismo que siempre merecen las afirmaciones oficiales, pero para otros los motivos son netamente políticos ya que les molestan mucho los reveses sufridos por una organización que se asevera marxista y por sus aliados regionales como el presidente venezolano Hugo Chávez, el ecuatoriano Rafael Correa y el régimen cubano. Así, pues, mientras que algunos han atribuido el rescate espectacular a la participación de fuerzas especiales israelíes o británicas, dando de este modo a entender que a su juicio los colombianos no serían capaces de llevar a cabo una acción tan profesional, otros han insistido en que todo fue una puesta en escena posibilitada por la entrega de 20 millones de dólares a una cabecilla de las FARC. Puesto que esta última acusación se originó en una radio suiza insospechada de poseer buena información acerca de los detalles de lo que sucede en América del Sur, su aparición hace recordar la práctica de la KGB soviética en tiempos de la Guerra Fría cuando solía difundir propaganda antioccidental a partir de artículos publicados en ignotos matutinos de países como Pakistán o Nigeria. Como es natural, el presidente colombiano Álvaro Uribe desmintió con indignación dichas versiones, imputándolas a la presunta costumbre europea de subestimar a los colombianos y a dar por descontado que todo cuanto sucede en América Latina está vinculado con la corrupción. También las han negado de forma tajante los jefes militares de su país y sus aliados íntimos norteamericanos.
De todos modos, si lo que se proponen quienes insisten en que el Operativo Jaque se realizó de forma bastante distinta de la reivindicada por las autoridades colombianas es atenuar la derrota experimentada por las FARC, el intento ha fracasado. De haber dependido su éxito del pago de una suma multimillonaria a un líder de la organización terrorista, esto sólo serviría para desmoralizar todavía más a sus compañeros, razón por la que el máximo responsable del operativo, el general Freddy Padilla de León, señaló que le habría gustado que todo hubiera sido resultado de un soborno porque haría más daño a los terroristas. En cuanto a la noción de que sólo los militares de un país primermundista estarían en condiciones de rescatar de la selva así a un grupo de secuestrados, parece deberse más que nada a los prejuicios de los reacios a reconocer que, gracias a su experiencia, hoy en día las Fuerzas Armadas colombianas son por un margen muy amplio las más eficaces de la región. Si bien han disfrutado de la cooperación de sus homólogos norteamericanos, británicos e israelíes en el marco del Plan Colombia, lo que nunca fue un secreto, su profesionalismo es evidente.
Mal que les pese a los deseosos de desprestigiar a Uribe, aun cuando todas las versiones que se han difundido resultaran ser ciertas esto no cambiaría el hecho de que el gobierno colombiano se haya anotado un éxito extraordinario y de que las FARC y sus simpatizantes hayan experimentado una derrota muy dolorosa. Asimismo, los testimonios de los secuestrados liberados, en especial los de Ingrid Betancourt, han servido para que la opinión pública mundial se enterara de la crueldad desalmada de sus captores, asestando de esta manera un golpe durísimo a la imagen de las FARC al mostrar la falsedad cínica de las pretensiones políticas o ideológicas de lo que no es más que una banda criminal. En efecto, lo único negativo del rescate es que, al hacer aumentar todavía más el índice de aprobación de Uribe en Colombia hasta superar el 90%, lo ha expuesto a la tentación de buscar con aún más ahínco que antes una tercera reelección. Es de esperar que se la resista. Por exitosa que haya resultado su gestión, no puede justificar un esfuerzo por aprovechar su popularidad acaso pasajera para violar, aunque lo hiciera por medios formalmente legítimos, el espíritu de la Constitución nacional que, tanto en Colombia como en el resto de la región, debería estar siempre por encima de las ambiciones personales.