Hay ideas que se comportan como un náufrago, asido a una tabla en plena mar. Están allí, aferradas a un pliegue de la memoria, hasta que son rescatadas por algún "navegante" casual...
Hace poco más de un mes, los responsables de la Secretaría de Turismo explicaban los alcances del nuevo plan promocional de este destino. La campaña segmenta el interés del potencial visitante, promoviendo actividades según sus gustos. Así, San Martín puede ser "golf", "esquí", "pesca", etc. La idea es un paso adelante respecto de la tradicional "venta" del paisaje, porque sintoniza con la tendencia moderna del turismo por "producto", y tiene a internet como soporte principal. Desde el municipio, explicaban que
ya el 41% de los visitantes contrata los servicios por internet.
La idea que quedó dando vueltas en la mollera del cronista, sin conectarla del todo, tenía que ver, precisamente, con el significado del creciente uso turístico de internet. En tono de pregunta: ¿El ciberturista es distinto del turista tradicional? ¿Tiene otro perfil, otra exigencia?
Y el "navegante casual", que rescató las ideas a la deriva, fue la apostilla de un parroquiano en una mesa de café, a propósito de la escasez de nieve de estos días. "En invierno y sin esquiar, la gente no va a tener mucho que hacer en San Martín" había dicho, quizás exagerando. Pero es una percepción clave.
Antes de la irrupción de la red, los viajes por primera vez a un destino turístico se definían por recomendaciones del agente de viajes, experiencias de terceros, publicaciones, mitos y leyendas. Como
fuere, había una actitud pasiva del potencial turista. Podía elegir el sitio de sus vacaciones, pero ese destino ya estaba "armado" y predigerido. Había que aceptar lo que el lugar ofrecía y cómo lo ofrecía.
El revulsivo de internet, y quizá la razón de su espectacular crecimiento con fines turísticos, es que invierte los términos de la ecuación: la oferta es lo que la demanda construya con ella. Y ese es un paso aun más adelante del turismo por producto. Al decir de Alvin Toffler, una "tercera ola".
Desde luego, la "customización" ya es un fenómeno muy conocido, pero la presunción es que se hará cada vez más dramática. En nuestro caso, el "ciberturista" ya no buscará un producto, aún cuando tenga preferencias, sino un menú de productos -incluyendo las condiciones de estadía-
que pueda combinar según le dé la gana y en configuraciones no imaginadas por el prestador, contratándolo previamente. Así, el esquí podría ser para el ciberturista una parte del paquete, a la que agregar un glosario de actividades. Luego, el destino debe asegurarle disponibilidad en tiempo real, conforme la configuración elegida. ¿Se está listo para ese salto? Conviene recordar que el turista de invierno de San Martín viene fundamentalmente a esquiar en más de un 70%, y el destino se ha acomodado a esa relación histórica.
En la medida que la potencialidad de recombinar la oferta esté disponible y contratable desde la red y, naturalmente, sea verificable fuera de todo engaño, habrá inmensas chances de captación.
Si se admite que internet apenas si está mostrando sus capacidades en sus últimos jóvenes 25 o 30 años, entonces debería admitirse que sus impactos no pueden más que seguir sorprendiendo.
Una aproximación a esa magnitud podría ser equiparar la internet con la imprenta de tipos móviles de 1450. La imprenta fue la revolución del remitente y la internet es la revolución del destinatario. La imprenta permitió multiplicar lo que se quería comunicar para persuadir; mientras que internet permite seleccionar entre la sobreabundancia de datos y reconstruir el mensaje a placer.