Una amiga cubana, criada en España y los Estados Unidos, me ha pedido una tarea casi imposible: que le explique lo que está sucediendo en la Argentina con el enfrentamiento entre el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y los productores agropecuarios. Digo tarea casi imposible porque, como me suele suceder con amigos estadounidenses, explicar la Argentina es casi como descifrar el misterio de la Santísima Trinidad.

No hay explicaciones simples sin recorrer un poco la historia del peronismo, movimiento amorfo hecho de una asombrosa ensalada de ideologías y adhesiones emocionales que se basó desde sus inicios en el personalismo carismático de un líder (Perón) y el magnetismo irracional de su segunda esposa (Evita), que dominó la política argentina durante más de 60 años. A veces, suelo apelar a un escapismo simplista diciéndoles a mis amigos extranjeros que la política argentina es tan difícil de explicar como la de Italia, a la que tanto se parece por idiosincrasia e influencia étnica. Y que si no entienden la política italiana, tampoco entenderán la argentina.

Y para comprender fenómenos como el caudillismo no sólo hay que explorar las raíces de ese movimiento en las obras de Domingo Faustino Sarmiento o Juan Bautista Alberdi, que procuraron implantar modelos europeos a un país disperso, mal poblado y cerril, sino que es menester entender complejas tramas sociales, políticas y culturales que tienen que ver con la complicada evolución histórica de la Argentina.

A lo cual hay que sumarle el factor inmigratorio, que hizo de la Argentina un país inusual en su composición étnica y demográfica: ni totalmente blanco ni totalmente mestizo, ni europeo ni latinoamericano, aunque hoy en día se parezca cada vez más al estereotipo de una imaginaria república bananera. En realidad, hay un poco de verdad en lo que dice humorísticamente un amigo argentino: "Este país es como la ensalada rusa que tanto nos gusta a los argentinos: tiene un poco de todo pero no se parece a nada... ni es rusa".

La señora Kirchner ejemplifica maravillosamente esa confusión: es obvio que ella no es Evita ni tiene su carisma, pero recuerda en muchas de sus actitudes el resentimiento, la agresividad y los desplantes que caracterizaron a la segunda esposa de Perón. (No es casual que la periodista española Pilar Rahola la haya llamado "Cristina Perón", ni que Cristina se empeñe en imitar los lujos, los manerismos y las brusquedades que eran rasgos de Evita). Es que, como bien dijo el maestro Jorge Luis Borges, los peronistas no son ni buenos ni malos: son incorregibles. Pero hay que recordar que peronistas son por lo menos la mitad de los argentinos...

Los argentinos padecen de un mal congénito: su amor por la demagogia, la retórica vacía de contenido y las actitudes populistas, sumados a su pasión por los simplismos, las consignas y las soluciones facilongas. Posiblemente tendría que comenzar por explicarle a mi amiga cubana que la Argentina es como el tango, como bien dice el politólogo argentino Héctor Marteau: amaga pero no golpea, avanza tres a cinco pasos pero luego retrocede y gira. En realidad, se va en "aprontes" y fintas, en movimientos que no son más que esbozos de lo que podría ser pero nunca es.

Y claro, todo eso es muy, muy difícil de explicar. Y por cierto, nada fácil de entender.

RODOLFO A. WINDHAUSEN (*)

Especial para "Río Negro"

(*) Periodista argentino. Miami