El último viaje a El Calafate de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su esposo no fue uno más. En esta oportunidad, la mansión de Los Sauces del matrimonio K fue testigo de que la sociedad política parece debilitarse debido a que ambos se echan culpas debido a las consecuencias que puede deparar el conflicto con el campo en el gobierno de la señora K.
En un informe del diario "Perfil" de ayer, relata cómo la relación entre Cristina y Néstor es cada vez más tensa y, a la vez, cada vez más difícil de simular. Todo empezó el 28 de junio en la residencia del matrimonio presidencial. Cuenta un allegado a la pareja, que pidió mantenerse en el anonimato que Cristina le gritó enfurecida a su esposo "¡la presidenta soy yo, carajo!"
El eco de sus palabras resonaron en las paredes de Los Sauces, cuenta "Perfil". Esta situación fue contada a ese medio con todos los detalles por un testigo ocasional que pidió el resguardo de su nombre. Tres fuentes más, ajenas entre sí se animaron a confirmar de las peleas y discusiones entre las dos personalidades más poderosas del país.
Hace siete días la relación entre el actual presidente del PJ y la presidenta de la Nación llegó a su punto de máxima tensión. La crisis que desató el conflicto con el campo desnudó una por una las diferencias entre Cristina y Néstor que, ahora, ya son difíciles de disimular.
El envío del proyecto oficial sobre retenciones móviles al Congreso Nacional es quizás la apuesta más fuerte de Cristina y de su resolución depende la principal disputa con su marido. Es que el ex presidente se negó desde el primer momento a delegar una decisión surgida de su propio riñón a sus legisladores.
El jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el mismo que había sugerido el aumento de las retenciones porque "no pasaba nada", fue el encargado de ponerle paños fríos a la pelea marital y se constituyó en mediador. Junto a Cristina convencieron a Néstor de que el Congreso era la solución "más razonable".
Antes de dar su vito bueno a la posición, Néstor exigió una sola cosa: "Garantía de victoria" y que se respete al máximo la letra oficial. Pero los "números son indescifrables" y nadie quiere cargar con el costo político.
Según cuentan en el seno íntimo del matrimonio presidencial, desde aquel viaje a El Calafate, el aire en Balcarce 50 y la Quinta de Olivos se cargó de presión.
"Las cosas no están bien y se nota. Casi no se hablan y cuando lo hacen, Cristina explota. Piensan muy distinto y encima ahora ella lo culpa del destino de su gestión", aseguró a "Perfil" un funcionario pingüino de la primera hora.