Aunque los voceros oficiales tienen forzosamente que manifestar optimismo cuando aluden a la marcha de la economía, nunca les conviene exagerar porque en tal caso sus esfuerzos resultarán contraproducentes. Al insistir en que la inflación local o, según él, el "reacomodamiento de precios relativos" se debe "esencialmente a cuestiones inflacionarias internacionales", Carlos Fernández sólo logró recordarle a la ciudadanía que el país en que vive es muy diferente del imaginado por el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. En una de sus escasas apariciones públicas, el ministro de Economía pintó un cuadro que sería alentador si se aproximara más a la realidad pero que por desgracia no resultó del todo convincente. En la Argentina oficial de Fernández, la economía "está bien", la inflación es un fenómeno importado y no hay ningún peligro de estanflación, ya que el enfriamiento es un mito neoliberal, el consumo sigue creciendo y a nadie se le ocurriría retirar su dinero de los circuitos financieros formales. Por lo demás, si bien el paro del campo "afectó de alguna forma la economía, en especial en el interior", todo está normalizándose con rapidez aunque, eso sí, cierto tiempo tendrá que transcurrir antes de que la normalidad sea "total".
Que Fernández se haya sentido constreñido a minimizar los problemas puede entenderse: sabe tan bien como el que más que a Néstor Kirchner no le haría ninguna gracia que un integrante de su equipo sugiriera que será necesario tomar medidas fuertes para impedir que el período prolongado de crecimiento vigoroso desemboque en una crisis difícilmente manejable. Sin embargo, uno de los motivos principales por el que muchos economistas profesionales creen que nos aguarda una consiste precisamente en la conciencia de que el gobierno prefiere pasar por alto las señales negativas y por lo tanto no reaccionaría antes de que ya fuera demasiado tarde. Incluso "heterodoxos" de ideas izquierdistas y populistas se afirman preocupados por el autismo oficialista y por su costumbre de imputar todo cuanto no encaja en su "relato" triunfalista a las actividades de conspiradores o, para variar, a las convulsiones que están agitando la economía internacional.
Hasta hace relativamente poco, la mayoría confiaba más en la versión gubernamental de la realidad económica que en las advertencias de los especialistas locales y extranjeros, pero en los meses últimos la situación ha cambiado mucho. Se ha hecho tan grande la brecha entre lo que dicen los voceros oficiales y lo que siente el hombre de la calle que las palabras de funcionarios como Fernández ya no inciden en el estado de ánimo de nadie. A esta altura, es inútil insistir en que la tasa de inflación auténtica es la difundida por el INDEC, cuya credibilidad es nula, o que las empresas aún cuentan con capacidad ociosa que les permitiría continuar incrementando su producción puesto que es notorio que no han invertido lo suficiente como para continuar produciendo más. Si bien en algunos pocos rubros el consumo se ha mantenido porque muchos dan por sentado que los precios seguirán subiendo, en los demás, sobre todo en los relacionados con productos básicos, está reduciéndose, reflejando de este modo la caída en pobreza de una franja significante de la población.
El nerviosismo causado por los datos negativos y, más aún, por la sensación de que el gobierno tomará cualquier cambio de rumbo por una señal inadmisible de debilidad y por lo tanto no procurará adaptarse a las nuevas circunstancias está detrás de las corridas que el Banco Central está procurando frenar gastando miles de millones de dólares. De acuerdo común, no es inevitable que pronto la economía entre en una etapa acaso prolongada caracterizada por el estancamiento con inflación alta, o sea por la temida "estanflación", pero para evitarlo el gobierno tendría que reaccionar con mucha firmeza. A juzgar por la actitud de Fernández y, huelga decirlo, del "primer caballero", empero, parecería que se aferrará a lo que ya es su política habitual de atribuir todos los problemas a la maldad ajena y de rehusar cambiar nada con la esperanza de que un año más de crecimiento "chino" muestre que los agoreros se han equivocado nuevamente al vaticinar el fin inminente del milagro kirchnerista.